En el universo creado por Trump, de anti democracia de izquierda y derecha, los resultados de la elección presidencial en Polonia, convierten a este gran país -heroico país- en ariete y rehén de la ultraderecha que irrumpe en Europa, con énfasis en la Unión Europea.

El resultado de la elección presidencial debe en mucho al apoyo de Estados Unidos, ¡de Trump en persona!, a Karol Nawrocki, el ultraconservador, impresentable candidato del impresentable partido de ultraderecha católica Ley y Justicia (PiS), que gobernó de 2016 a 2021.

Ley y Justicia desde entonces obstaculiza al régimen del primer ministro de centro derecha, Donald Tusk, vetando sus acciones de gobierno, a través del presidente de la República, Andrzej Duda, quien apoya servilmente al PiS. Porque la legislación polaca, a pesar de otorgar amplias facultades al premier para gobernar, exige en el caso de no pocas, el aval del presidente de la República. Aval que corresponderá a Nawrocki otorgar en cuanto asuma su cargo.

La verdad es que el mandatario estadounidense, como muchos de sus compatriotas tiene tirria a los europeos, en una mezcolanza de envidia y desprecio, complejos de inferioridad y de superioridad. Lo que también descubrimos en la insolente arrogancia del católico ultra-reaccionario vicepresidente JD Vance, avalando a partidos ultras y anti-Unión Europea como Alternativa para Alemania (AlF).

Permítaseme una digresión: el apoyo de Trump a extremistas anti-demócratas, de izquierda o derecha, que a primera vista podría considerarse posición de un solo personaje que “rompe moldes” en el escenario de un país liberal, defensor e impulsor mundial del liberalismo, no tiene que ser, a la luz de una nueva historiografía, caso extraño, insólito, ni “Trump “… aparecer como un accidente de la historia”… “sino como el fruto de una larga gestación”.

En el muy informado e interesante artículo, aparecido en Le Monde este 31 de mayo, Marc-Olivier Bherer nos conduce por las declaraciones, más de una ingenua, de gobernantes, sobre el pretendido consensus liberal de la sociedad estadounidense y nos descubre en cambio, las realidades de un país con amplios estratos de la sociedad iliberales: racistas, rabiosamente anti inmigrantes, contrarias al libre comercio, a la liberación de las costumbres, al feminismo, etcétera, etcétera, etcétera.

De vuelta a Polonia y sus elecciones presidenciales, tomemos nota de que los candidatos enfrentados en segunda vuelta este domingo 1º de junio, fueron Rafal Trzaskowski, alcalde de Varsovia, apoyado por el gobierno del premier Tusk, y vencedor en la primera vuelta, y Karol Nawrocki, presidente del Instituto de la Memoria Nacional, apoyado por el partido Ley y Justicia, de extrema derecha, en la oposición. Que este último fue el vencedor, con 10 millones 606,877 votos, 50.89 por ciento, contra 10 millones 237,286 votos, 49.11 por ciento de su adversario.

Es de destacarse que Rafal Trzaskowski es europeísta y cosmopolita, estudió en París y Oxford, habla 5 idiomas y ha escrito ensayos mano a mano con académicos de prestigio internacional. De Karol Nawrocki, por su parte, además de su actual responsabilidad como presidente del Instituto de la Memoria Nacional y el previo, de director del Museo de la Segunda Guerra Mundial, hay información sobre su trabajo como guardia de seguridad -y sus enemigos han mencionado que fue boxeador profesional, “rijoso”.

Sin embargo, Trump invitó a Nawrocki a visitarlo en la Casa Blanca y el 2 de mayo, en el despacho oval -quiero pensar que mirándolo fijamente- le dijo: ¡Ganarás! Y no solo eso, sino que Kristi Noem, la temible secretaria de Seguridad Nacional estadounidense visitó Varsovia la semana pasada, prometiendo todo el apoyo militar y una sólida alianza si Polonia elegía al favorito de Trump -el país, por cierto, destina a defensa el 5 por ciento de su PIB, más que la generalidad de los países miembros del Club de Bruselas (la UE) y tiene el ejército más importante de Europa Central.

¿O sea que la elección se decidió en Washington? Lo cierto es que la historia de Polonia ha sido la de un país “cercado” por potencias: todavía en la Segunda Guerra Mundial sufrió la ocupación y fue escenario y víctima del enfrentamiento del ejército de la Alemania nazi con el ejército soviético.

Una guerra en la que también participó -y fue víctima- el ejército de la invadida Polonia. Recuérdese la llamada masacre de Katin, de asesinatos en masa: 21,768 víctimas, entre oficiales del ejército, policías, intelectuales y otros civiles, perpetrados por la policía secreta soviética, entre abril y mayo de 1940.

La masacre fue tema de la película Katyn (2007), de Andrzej Wajda, nominada para el Oscar. Se hizo nuevamente presente de manera dramática con la muerte del presidente polaco Lech Kaszinski, cuando se desplomó en el sitio la aeronave que lo conducía a la ceremonia de homenaje a las víctimas de la masacre de Kati.

Lo que sucede a Polonia, como país clave en la geopolítica de Europa, frontera para el apoyo de Ucrania y los refugiados, etc., quinta potencia económica en la Unión Europea, atrás de Alemania, Francia, Italia, España (excluimos al Reino Unido, que ya no es miembro de la UE) contribuye significativamente al Producto Interior Bruto (PIB) mundial, es de vital importancia para el selecto Club de Bruselas. De ahí que se interese en la importante Varsovia el díscolo Washington, y Polonia a éste.

Porque las otras potencias europeas: Alemania, Francia, Italia -los coqueteos políticos de Giorgia Meloni ante Trump, no bastan en el país de la sutileza política en su ADN- España, y el Reino Unido, no profesan la devoción varsoviana por Washington. Y otros devotos -serviles- como Viktor Orbán, premier húngaro, son de importancia menor en la Unión Europea, tienen su propio juego, cobijándose con Putin y son desleales a Bruselas.

Este artículo debería analizar periodísticamente -con ligereza, que no superficialidad- a otros personajes y gobiernos de ultraderecha existentes en el escenario europeo. Lo haré en una próxima entrega, no sin adelantar mi inquietud al enterarme que, en España, el líder preferido del electorado de derecha ¡es Santiago Abascal, de Vox!