La relación de México con Estados Unidos siempre ha sido compleja: ha habido invasiones, colaboración, acuerdos comerciales, tarifas arancelarias, una interconexión cultural y una situación que será cada vez más complicada por temas como el agua, el comercio, la migración, la seguridad y el cambio climático.
Sin embargo, en los últimos días tomó otra dimensión por las acusaciones de Jeffrey Lichtman, abogado de Ovidio Guzmán, en contra de nuestro gobierno y de la Presidenta, la Dra. Claudia Sheinbaum.
Dichas acusaciones son falsas e inaceptables, y están alineadas a las recientes declaraciones de Trump, lo que muestra que es un tema político y una estrategia para lograr ventajas injustas y desequilibradas en una negociación comercial y de soberanía.
Esto no es ni menor ni nuevo. Estados Unidos ha recurrido a mentiras para imponer su agenda política. Por ejemplo, acusaron a Manuel Noriega, exlíder de Panamá, de tener vínculos con el narcotráfico, cuando en realidad había sido colaborador de la CIA y figuraba en su nómina hasta poco antes de su caída en 1989.
La invasión a Irak en 2003 se justificó bajo el argumento de que el gobierno de Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva, las cuales nunca se encontraron. Asimismo, la entrada de Estados Unidos a la Guerra de Vietnam se justificó en el supuesto ataque al destructor USS Maddox por parte de Vietnam del Norte en el incidente del Golfo de Tonkín (1964), un hecho que nunca se verificó plenamente y que décadas después se reveló como distorsionado o manipulado. En todos estos conflictos, la verdad nunca fue el argumento central de la política estadounidense.
Sin duda, hay muchos espacios para fortalecer al Estado mexicano y a la justicia, pero no a través de la agenda del gobierno estadounidense, que de ninguna forma busca el fortalecimiento de nuestras instituciones, sino que solo utiliza estos temas como mecanismos de presión para lograr otros objetivos, como la sumisión y el control de nuestro país.
Es bajo el discurso de la seguridad nacional que Estados Unidos pretende ahora aumentar su influencia en regiones como Groenlandia, Canadá y la Franja de Gaza, y al mismo tiempo, busca tener una clase política dócil en México.
Un mensaje importante para la derecha mexicana: desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos no ha ganado ninguna guerra importante. Ha sido derrotado en Vietnam, no logró una victoria plena en Corea y fracasó en sus intervenciones en Afganistán e Irak, entre otros. En todos estos escenarios han existido colaboracionistas, personas funcionales a los intereses estadounidenses, pero todos han terminado igual: abandonados, despreciados, juzgados como traidores y sin recibir jamás la protección que se les prometió.
Frente a un escenario adverso, la derecha debe cuidar de no pasar de ser oposición —lo cual es legítimo— a convertirse en colaboracionistas. Hoy lo único que queda es el nacionalismo, el patriotismo y cerrar filas con la Presidenta, la Dra. Claudia Sheinbaum.
X @LuisH_Fernandez