No hay la menor duda que el significado del término DEMOCRACIA, en todo el mundo, se interpreta de acuerdo a los particulares intereses de cada partido político, grupo, bando (o banda, según el caso), y casi hasta de las tendencias personales de los militantes y los dirigentes de la ideología respectiva. Los “…ismos” que identifican a los seres humanos. En suma, la otrora guía para elegir a los dirigentes más idóneos, se convirtió, en una herramienta que lo mismo se aplica para un barrido que para un fregado, y cada día es peor. La propaganda suele convencer más que los valores cívicos, abunda el populismo, de derecha y de izquierda. El caso que ilustra mejor está situación es el del presidente de Estados Unidos de América, Donald John Trump, el personaje que más ha desprestigiado el honroso cargo de la Unión Americana. A los hechos.
Y los hechos dicen que Donald Trump, el “hombre naranja” que la jerga periodística identifica como el “magnate”, en 2024 fue condenado por 34 delitos de falsificación de registros comerciales para ocultar pagos de silencio a una mujer con la que mantuvo relaciones íntimas. Los tribunales lo enjuiciaron por abusos sexuales y difamación. Por llevar a cabo prácticas fraudulentas por distorsionar el valor de sus activos comerciales se le declaró culpable. Sus expedientes legales —tanto personales como empresariales—, están plagados de conductas ilegales. Con todo y eso, millones de personas votaron por él en las últimas elecciones presidenciales que le permitieron su regreso a la Casa Blanca. Lo que significa que el pueblo —“bueno y sabio”, como dice un merolico mexicano que no canta mal las rancheras” y de cuyo nombre “no quiero acordarme” como se refiere en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha—, ya perdió la brújula en cuestiones electorales. Si eso no es contar con una forma especial, por decir lo menos, para practicar la DEMOCRACIA moderna, entonces cada quien se refiere a asuntos diferentes.
Como complemento de las hazañas de Donald Trump, vale la pena citar al periodista estadounidense egresado de Oxford, Edward Luce, actualmente uno de los directivos de Financial Times, que sintetiza, sin desperdicio, el currículum del magnate: “En menos de 200 días de su segundo mandato, Trump ha pisoteado más leyes y roto más precedentes que cualquier otro líder en la historia de Estados Unidos. Ha lucrado con negocios de criptomonedas en el extranjero, ha utilizado su cargo para enriquecer a su familia mediante acuerdos con campos de golf, ha obrado una guerra política contra universidades y hospitales importantes, ha desafiado órdenes judiciales que protegían a deportados y ha lanzado –y parcialmente reanudado—, una errática guerra económica contra el mundo. Ha investigado a sus enemigos y les ha despojado de protecciones. El asalto de Trump a las normas democráticas estadounidenses no tiene precedentes por su alcance y velocidad”.
Nada de lo anterior parece importarles a sus seguidores, que sin duda los tiene, desde antes de que se lanzara como candidato a la presidencia de EUA. Para los seguidores de Donald Trump, sus órdenes van más allá de lo que dicen las leyes, tanto por lo que se refiere a la propia sociedad americana como a los desdichados inmigrantes de todos los países del mundo que tienen la mala ocurrencia de querer “beneficiarse del sueño americano”. Para los filotrumpistas las “ocurrencias” del neoyorquino son una “noble” limpieza de lo que él mismo denomina “narcotraficantes, violadores, animales e invasores”. Para decirlo claro, en la perspectiva de Trump, todos los millones de inmigrantes indocumentados son criminales disfrazados de seres humanos”. Ni los peores políticos de EUA se habían atrevido a decir tales barbaridades.
Al respecto varias e importantes encuestadoras —como las de la agencia AP, Quinnipiac, la del periódico The Washington Post y YouGov—, presentan un panorama muy diferente con el que está de acuerdo una buena parte de la opinión pública.
Parece que Donald Trump quiere destruir el status que USA había logrado para la inmigración del mundo que facilitó la grandeza de la Unión Americana. Es evidente, no se necesita ser historiador ni contar con doctorado en ciencia sociales, para entender que EUA es un país formado por distintas corrientes migratorias procedentes de los cuatro puntos cardinales.
Como dice el experimentado periodista Sergio Muñoz Bata, ex director editorial del diario La Opinión de Los Ángeles, California, y columnista del periódico Los Ángeles Times, y de muchos otros medios de comunicación extranjeros, “Este momento evoca lo vivido en 1986, cuando EUA enfrentaba un desafío migratorio similar. ¿La diferencia? Entonces, un presidente republicano llamado Ronald Reagan eligió la compasión en lugar de la crueldad. Trabajó con un Congreso demócrata para legalizar el estatus de casi tres millones de inmigrantes indocumentado. Reagan reconoció su humanidad”.
“Hoy tenemos —continúa Muñoz Bata—, un presidente republicano muy distinto y un Congreso más marcado por el miedo que por el liderazgo. Trump no es Reagan. Y esta vez, la brújula moral de la nación no está en Washington, sino en las calles”.
En su euforia anti-inmigrante, Trump se ha comprometido con sus fanáticos electores a deportar un millón de personas con residencia irregular este año, pero hasta el momento las inhumanas redadas no registran el número suficiente ni para alcanzar la mitad de esa “promesa”.
Mientras tanto, las encuestas demuestran que hay un creciente descontento público —que comparten demócratas y republicanos—, ante los arrestos “de gente trabajadora que forma parte del tejido social de las comunidades”. Lo único que crece diariamente es el miedo, el miedo a ser detenidos y expulsados como si fueran animales venenosos. Mayor inhumanidad, solo en tiempos del Holocausto nazi, durante la segunda Guerra Mundial. Por eso, cada vez son más los caricaturistas que dibujan un Trump con bigote hitleriano acompañado con la horripilante frase que ponían en lo alto de los portones de los campos de exterminio los criminales nazis: “Arbeit macht frei”: “El trabajo libera”. La burla sobre la ignominiosa herida. Parte de la narrativa de que la administración Trump actúa contra peligrosos “inmigrantes criminales” que dañan a Estados Unidos de América.
Cada día que pasa las comunidades de inmigrantes viven horripilantes episodios de crueldad, sin importar ni sexo, ni edad. Visiones infernales, sin ninguna muestra de piedad. El espectáculo antimigrante televisado o videograbado de arrestos violentos por agentes enmascarados no identificados ha generado entre los migrantes el clima de terror más extenso que en cualquier momento de los 75 años recientes del otro lado de la border. Por lo menos es lo que afirma Tom Homan, el zar fronterizo, cuyo cargo anterior fue la dirección interina del Servicio de Inmigación y Control de Aduanas de EUA (2027-2018); autor del libro Defend the Border and Save Lives: Solving Our Most Importante Humanitarian and Security Crisis. Ya se podrán imaginar de qué lado del problema está el sexagenario de marras. De más está decir que es un leal de Trump hasta la ignominia.
La obsesión maniaca que impulsa a Donald Trump en contra de los inmigrantes —que parece le ayuda a olvidar sus orígenes familiares—, no tiene límites. Al grado del sadismo. Todo lo intenta con tal y perjudique la incesante oleada migratoria con destino a EUA. Incluyendo la instalación de cárceles para refundir a los “peligrosos criminales extranjeros”, aunque ninguna instancia legal estadounidense pueda demostrar que los detenidos tengan antecedentes criminales.
Una muestra más de sus manías persecutorias se dio el martes 1 de julio, casi en vísperas de la fiesta nacional de USA. Sucedió al inaugurar el ”campo de concentración”, una cárcel especial, bautizada como Alcatraz Caimán, en los Everglades de Florida, relativamente cerca de Miami, ciudad santuario de los cubanos que han escapado de la isla de Cuba, después de que Fidel Castro Ruz implantó la dictadura en la Perla de las Antillas. La prisión levantada en Tiempo récord de dos semanas, se encuentra en las instalaciones de un viejo aeropuerto de Entrenamiento y Transición Dade-Collier, en medio del Parque Nacional de los Everglades.
En medio de un absurdo acto de “inauguración” del centro de detención de migrantes llamado por la prensa “Alligator Alcatraz” —nombre inspirado por la cárcel de Alcatraz en el islote en la bahía de San Francisco, famosa por las películas y series de televisión en las que se demostraba la escasa posibilidad de escape—, Trump consideró que el nuevo centro podría ser un modelo para futuros proyectos de prisiones de detención de migrantes; sin embargo, el magnate comentó que su gobierno se apresura a expandir la infraestructura necesaria para aumentar las deportaciones de los indocumentados. El sitio, rodeado de pantanos en los que abundan caimanes y serpientes, tiene capacidad para albergar hasta cinco mil personas. El propósito del jefe de la Casa Blanca, según dijo, es instalar los centros similares en varios estados de la Unión.
De antemano, dicen los adversarios de Trump, el proyecto está destinado al fracaso porque casi dos tercios de migrantes en proceso de la deportación no tienen historial de violar la ley, pese a la reiterada acusación de que sólo se expulsará de EUA a criminales.
En tono sarcástico, de burla y humor negro, tal y como acostumbra el presidente de los pésimos modales, Trump dijo a los reporteros que le acompañaban en la inauguración: “A los indocumentados les vamos a enseñar cómo huir de un caimán si se escapan de la prisión. No corran en línea recta. Corran así”, ironizó, mientras movía la mano derecha en forma de zigzag. “¿Y saben qué? Sus probabilidades de escape aumentan alrededor de uno por ciento si lo hacen”. Acompañado por el gobernador de Florida, su antiguo adversario político, el gobernador Ron DeSantis —de origen cubano, como tantos otros en la Florida—, y de la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, el mandatario recorrió las instalaciones a las que describió, en su corto vocabulario, de “hermoso”, e instó al resto de los estados de la Unión a seguir el ejemplo de Florida.
La construcción del centro tuvo una inversión inicial de 450 millones de dólares y podrá albergar a mil personas en su primera fase, aunque se prevé ampliarlo a cinco mil. Durante la inauguración, organizaciones ambientalistas y defensores de derechos humanos, así como de la comunidad, realizaron protestas por el lugar, el cual calificaron como un “campo de concentración, similar a los que hicieron los nazis”.
En el fondo de este asunto, tal y como acostumbra Trump que todo lo pone bajo la óptica de “tener ganancias”, es la existencia de un “negocio rentable” que beneficia a las empresas privadas que administración este tipo de prisiones a cambio de millonarios recursos públicos, señalaron especialistas defensores de los derechos de la comunidad. Oscar Chacón, asesor de Alianza Américas, organismo defensor de los derechos humanos, indicó que por cada noche que un migrante indocumentado está detenido en estos centros, el gobernó gasta 160 dólares, aunque el costo máximo que representa para la empresa ronda los 45 dólares, “es un negocio extremadamente rentable” para estas compañías que gestionan la cadena de deportación, desde su detención hasta el traslado final. Ese es el nacionalismo que entiende y maneja el magnate neoyorquino. Así se escribe la historia.