En 2015, la Ciudad de México fue escenario de diversas protestas, algunas de las cuales derivaron en actos vandálicos, especialmente aquellas relacionadas con la violencia de género. De acuerdo con un recuento de la agencia CIMAC (Comunicación e Información para la Mujer, A.C.), se documentó un aumento en el número de protestas sobre esta problemática: “En 2014 se observó un crecimiento de las protestas feministas en la urbe, para pasar a 16 manifestaciones en 2015, 24 en 2016 y 26 en 2017”.
El problema es que este incremento en las protestas, que denunciaban el aumento de agresiones hacia las mujeres, estuvo acompañado por actos vandálicos que desvirtuaron un legítimo acto de queja y la búsqueda de visibilizar un problema que, aún hoy, sigue afectando la vida de jóvenes e incluso niñas.
En una entrevista con Carmen Aristegui, Martha Lamas, académica que ha estudiado el fenómeno, alertó que nadie prestó atención a las protestas de mujeres hasta que comenzaron los actos de violencia, lo que llevó a la prensa a enfocarse en estos hechos y no en el fondo del asunto: la violencia contra las mujeres.
Sin embargo, las manifestaciones feministas no han sido las únicas afectadas por la presencia de personas –la mayoría de las ocasiones, encapuchadas– que se dedican a realizar actos vandálicos a su paso, ya sea confundiéndose con los asistentes a las marchas o al final de estas.
Eventos como los que se realizan cada año con motivo del aniversario de la desaparición de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa en Iguala, cada septiembre, también cuentan con un contingente que rompe cristales, mobiliario urbano o monumentos, y daña comercios en la vía pública. Algo similar ocurre en la marcha para recordar el 2 de octubre de 1968 y la masacre de estudiantes en Tlatelolco, donde se observa cómo personas –acusadas de infiltradas– provocan destrozos en cada oportunidad.
El 8 de junio de 2020, un numeroso grupo de personas marchó hacia el Zócalo capitalino para protestar por una agresión policial que sufrió una joven de 16 años, mientras encapuchados realizaban desmanes. Fueron dos días de protestas y vandalismo, y la Canaco de la capital del país estimó las pérdidas para los establecimientos comerciales en 22 millones de pesos.
Más recientemente, en la alcaldía Cuauhtémoc de la Ciudad de México –gobernada por la oposición–, una protesta en contra de la gentrificación en colonias como la Condesa o la Roma derivó en actos violentos contra varios comercios locales, agresiones a transeúntes, y la aparición de pancartas en apoyo a la causa palestina y, preocupantemente, expresiones xenófobas contra extranjeros, llegando al extremo de repartir volantes con la leyenda “sacrifica a un gringo”.
De nuevo, la atención se centró en cómo las personas destrozaban cristales de cafeterías y robaban mercancías de los locales dañados. Incluso la popular taquería “El Califa” fue objeto de la ira de quienes protestaban por la presencia extranjera en la zona y el desplazamiento y aumento de rentas que esta provocó, una acción incomprensible por la forma en que atacaron dicho establecimiento.

En redes sociales, algunos usuarios compartieron imágenes de los daños causados por las marchas, pero también aportaron elementos para ir más allá y evidenciar un patrón en la presencia de los mismos individuos en varias de las marchas o manifestaciones que estuvieron acompañadas de actos vandálicos.
En X (antes Twitter), el usuario Rodrigo Perezalonso (@rperezalonso) publicó imágenes en las que se aprecia a personas que estuvieron presentes tanto en la protesta contra la gentrificación el primer fin de semana de julio de 2025, como en una marcha del Frente Popular Francisco Villa en 2019 o en una en la UNAM en 2017.
Perezalonso escribió que algunos de los presentes en la Condesa y la Roma son “activistas profesionales que van de causa en causa”.
Así, protestas legítimas con respaldo popular terminan deslegitimadas por los destrozos que unos cuantos realizan cada vez que las personas se reúnen para exigir el fin de la violencia contra las mujeres, el regreso de estudiantes desaparecidos o para condenar un evento histórico de represión. La visión de cristales rotos, comercios destrozados y pintas con mensajes racistas o ideologías extremas captan la atención de medios y público, relegando las causas de los manifestantes a un lejano segundo plano, invisibilizadas por el vandalismo.
La reiteración de este tipo de conductas y la presencia constante de grupos minúsculos que provocan destrozos en cada oportunidad nos habla de un intento por evitar que los temas que motivan estas manifestaciones y protestas reciban la atención necesaria y se logre una solución.
La violencia se estaría utilizando como un distractor para que la ciudadanía no atienda el fondo de las causas que motivan marchas o manifestaciones, a la vez que los grupos que buscan mostrar una realidad ofensiva para ciertos sectores sociales –como es el caso de las mujeres– pierden la oportunidad de dar a conocer sus mensajes o propuestas ante destrozos que acaparan la atención en medios o redes sociales.
Urge saber quiénes están detrás de este tipo de grupos, aunque no es difícil concluir a quién le conviene que estas prácticas continúen.
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