Desde 2018, la política mexicana ha sido testigo de una transformación profunda impulsada por el movimiento que encabeza Morena. Con una legitimidad incuestionable en las urnas y una narrativa de ruptura con el pasado neoliberal, el partido en el poder ha marcado el ritmo del debate público y legislativo. Frente a ese vendaval transformador, los partidos de oposición —PAN, PRI, PRD y Movimiento Ciudadano— han oscilado entre el desconcierto, la pasividad y el oportunismo.

Tras la derrota contundente en las elecciones presidenciales de 2018, cabía esperar una reacción política de fondo: una revisión crítica de sus errores, una refundación ideológica, una apertura a nuevas voces y liderazgos, e incluso un cambio generacional. Pero nada de eso ocurrió. Lejos de asumir con seriedad la magnitud del rechazo ciudadano, los partidos de oposición optaron por una estrategia basada en el deseo del fracaso ajeno. Se atrincheraron en sus redes sociales, en sus columnas de opinión y en sus conferencias de prensa para señalar, cada día, los errores, contradicciones y excesos de Morena, como si eso fuera suficiente para recuperar la confianza ciudadana.

Mientras tanto, la calle —el territorio simbólico y político donde se construyen los grandes consensos— fue abandonada. La oposición dejó de dialogar con la sociedad, de disputar la narrativa del cambio, de ofrecer alternativas creíbles. En vez de organización territorial, se entregaron al marketing digital. En vez de propuestas de futuro, repitieron los viejos argumentos del pasado. En vez de renovar sus dirigencias, apostaron por las mismas figuras ya agotadas.

En las elecciones intermedias de 2021 lograron frenar parcialmente la hegemonía legislativa de Morena, pero el resultado fue más producto del voto de castigo en zonas urbanas que de un proyecto opositor articulado. Para 2024, su descomposición era tal que el PRD perdió su registro como partido nacional, el PRI alcanzó su punto histórico más bajo y el PAN conservó algunos bastiones sin lograr articular un discurso nacional. Movimiento Ciudadano, por su parte, no termina de definirse: ni dentro ni fuera de la alianza, ni oposición ni alternativa.

Debe reconocerse, sin embargo, que la oposición no ha caído en prácticas antidemocráticas: no ha llamado al boicot electoral, ni a la desestabilización institucional, ni ha promovido la violencia como camino político. Su crítica ha sido, en buena medida, institucional, aunque muchas veces vacía de contenido y carente de visión estratégica.

México necesita una oposición fuerte, democrática, con capacidad de construir alternativas viables y convocar a la sociedad. No por capricho, sino porque la democracia requiere contrapesos reales, no simulados. El riesgo no es sólo la continuidad de un proyecto de gobierno sin crítica, sino la consolidación de un sistema sin competencia real. Si la oposición no cambia, no sólo será irrelevante en 2027: será innecesaria. Y en una democracia, eso sería una tragedia. Eso pienso yo, usted que opina. La política es de bronce.

@onelortiz