“Democratizar la democracia”. Así se expresaba el recién presidente electo del Uruguay en 2009, Pepe Mujica, exguerrillero, preso político y líder del movimiento de los Tupamaros, para alejarse de las izquierdas autoritarias.

“¿A qué sabe la victoria?, a sudor. Es mucho laburar la victoria. La victoria existe sólo para la vanidad humana”, respondió Mujica al periodista salvadoreño Víctor Flores García; y agregó: “deben repensarse los costos de modelos históricos fracasados, como los intentos del socialismo real, dentro del cual también incluyo a Cuba. La izquierda tiene una disyuntiva entre sostener afirmaciones fanáticas en un mundo que ha cambiado y recrear nuevas cosas que son su tarea pendiente” (La Utopía Pervertida).

Quienes aquí en México se autoasumen como izquierda en el gobierno y se llenan la boca diciéndose émulos de Pepe Mujica, han decidido una ruta contraria a la aconsejada por el extinto mandatario uruguayo, ya que los triunfos de Morena en 2018 y 2024 los han asumido como si las urnas les hubieran conferido el derecho a decidir el destino  de la patria, asumiéndose ellos mismos como “la patria”, como los  dueños del país, encabezando una peligrosa y acelerada deriva autoritaria, de la mano de los militares y de los grupos de la delincuencia organizada, al punto de llegar a conformar un “Estado Mafioso”.

Los escándalos de las últimas semanas han ido revelando la profundidad de la descomposición que han provocado estos falsos “transformadores”. Se olvidaron de lo que postulaba otro gran uruguayo de izquierda, el universal literato y poeta Mario Benedetti: en lugar de una revolución “por lo menos una democracia sin corrupción”.

Peor aún, están exhibiendo que no sólo no irán al fondo en los asuntos de corrupción para castigar a militares, gobernantes y políticos, sino que los encubrirán y les garantizarán impunidad, como lo hemos visto en las declaraciones de Sheinbaum al defender a ultranza a López Obrador.

Paralelamente, desde el gobierno se ha anunciado la ruta para afianzar su esquema de proyecto de control político autoritario para ponerle el último clavo al ataúd de la democracia con una reforma electoral que quiere desparecer a la oposición y hacerse del control de los órganos electorales.

Dicen que harán consultas en las oficinas de la Secretaría de Gobernación, de donde las oposiciones democráticas sacamos a los órganos electorales desde la reforma de 1996, y que todas las voces serán escuchadas, al mismo tiempo que Claudia Sheinbaum descalifica a opositores y expertos para evitar que participen.

Además, con pleno descaro dicen que ya en octubre próximo entregarán a la Presidencia los resultados de encuestas electorales para que se vaya confeccionando la iniciativa que se enviará al legislativo.

Ni el gobierno de la república ni su partido están en la lógica de “democratizar la democracia”, en esa expresión redundante del legendario Pepe Mujica, sino en asesinar la democracia, como uno de los últimos pasos para la conformación de un Estado de corte dictatorial, además de mafioso.

Después de acabar con la división de poderes al adueñarse del poder judicial con esa farsa de “elección democrática” de sus integrantes, después de desaparecer la gran mayoría de los órganos constitucionales autónomos que ejercían controles y algunos equilibrios ante los excesos del poder ejecutivo, ahora lo que falta es controlar directamente los órganos electorales para evitar que tengamos elecciones libres, democráticas, con equidad y que sean auténticas.

Estamos ante el fin de la república, en los términos que  establece a la letra la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Es el umbral de la dictadura.

Pero mientras haya voces disidentes, que son la nobleza y el honor de nuestro tiempo, hay esperanza de cambio, diría Octavio Paz en “El Ogro Filantrópico”.