México y Estados Unidos tienen un enemigo común: López Obrador.

Cuando el embajador Roland Johnson comparó el “enfoque pasivo” del expresidente mexicano con el “cambio audaz” de Claudia Sheinbaum frente al crimen organizado, marcó una frontera.

La traducción política de las palabras de Johnson tiene gran fondo. Dejó ver que López Obrador permitió que los cárteles del narcotráfico inundaran de droga a Estados Unidos. El exmandatario mexicano se comportó como un adversario y un peligro para la seguridad nacional norteamericana.

La otra lectura del discurso tiene que ver con Sheinbaum. Washington sigue tendiéndole la mano a la presidenta para que se atreva a romper con su antecesor, con la red narco criminal que le heredó y se decida a llevar a juicio a los políticos de Morena que la encabezan.

Pero hay en las presiones de Washington un ingrediente adicional: evitar que López Obrador regrese. Las condiciones están dadas para que el gobierno de Sheinbaum fracase y el movimiento de Morena se divida como consecuencia de la corrupción.

Palenque está en máxima alerta ante la descomposición y la falta de capacidad política de la presidenta para impedir el naufragio. López Obrador, dueño del gobierno, del Congreso, de los gobernadores y de Morena, no está dispuesto a que la experiencia de Bolivia se repita en México.

Así, López Obrador se prepara para –de una u otra forma– regresar y evitar que la pudrición de su partido se refleje en las elecciones de 2027 y que se pierda el control del Congreso y en 2030 la Presidencia de la República.

Para Washington, para México y para la democracia, el resurgimiento político de AMLO representaría un altísimo riesgo. Significaría “volver a la vida” a quien llenó de fentanilo las calles de San Francisco y Nueva York; implicaría abrir la puerta a quien hizo del crimen organizado un socio electoral para instaurar un régimen narco autoritario.

López Obrador no solo está en la mira de la oposición mexicana sino también en la agenda de seguridad nacional de Estados Unidos. Es el representante de una izquierda latinoamericana narca que, junto con otros populistas –como Maduro–, se asociaron para “derrotar al imperialismo yanqui”.

La presión de Estados Unidos a Sheinbaum para que rompa con el obradorato se reflejó en su gira por el sureste. Desde Mérida, Cancún y Tabasco llenó de elogios a su padre político para demostrar su lealtad absoluta.

Lo cierto es que Sheinbaum ya no sabe qué ser, ni qué hacer. Se debate entre ser la “mujer de Washington”, la “mujer de López Obrador” o la “mujer del Foro de Sao Paulo”. Guardarse su comunismo y lopezobradorismo para evitar hundirse en el pantano de la narcocorrupción de Morena o permanecer leal a quien le regaló la Presidencia de la República.

La debilidad política de Sheinbaum está a “flor de piel”. Ha dicho frases como: “Si me dejan terminar el sexenio, el salario mínimo aumentará en 2030”. Lo dijo pensando en la revocación de mandato y en lo que se decida en Palenque.

Claudia no ha podido sentarse en la silla presidencial. La banda tricolor le queda grande. Espera que suene el celular. Tal vez ella misma –ante el descontrol de la violencia, el deterioro del país y la división de Morena– cedería el lugar a su antecesor.

¿No se puede? ¿No hay reelección? ¿Es ciencia ficción? Más nos valdría no ser ingenuos. México y Estados Unidos comparten hoy el mismo desafío: impedir el regreso de López Obrador.

@PagesBeatriz

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