En sus ochenta años de historia, la Organización de Naciones Unidas (ONU) ha resistido toda suerte de ataques, algunos acertados y la mayoría producto de la malquerencia de intereses temporales propagados por los sempiternos enemigos de la organización mundial. Sobre todo, de líderes que pretenden ser los “amos” del planeta —sin importar la filiación política, ralas barbas o lampiños—. Al cumplir el octogésimo aniversario —lo que en un ser humano significa la cercanía de la muerte, por mejor que sea su condición física—, Naciones Unidas —que en su momento fue la sucesora de la mal recordada Sociedad de Naciones—, sufre los achaques de todo ser viviente, lo que algunos gobernantes quieren aprovechar para que la histórica institución esté bajo sus órdenes. Tales propósitos los han manifestado muchos líderes mundiales, con largos y tediosos discursos. Mientras más extensos, más perversos. A varios, la historia ya los juzgó; lo único que consiguieron fue demostrar su mala catadura moral. Los turbulentos tiempos que vivimos se prestan para tan aviesas intenciones.

Aunque a muchos pase inadvertido, y pese a sus notorias fallas —ninguna institución es perfecta—, la ONU ha servido —creo que este verbo es el indicado para definir su trascendencia—, para que el mundo no se haya enfrascado en una conflagración mundial —con armamento nuclear—, que indudablemente sería apocalíptica: en la que nadie sería ganador, todos perderían. Hasta el momento, la ONU ha podido sortear todos los escollos. Infortunadamente, como ley inmutable, todo lo que nace tiene que morir. Algún día, la emblemática organización mundial, como todo lo creado por el hombre, desaparecerá. Su reemplazo debería ser mucho mejor que lo que ahora existe.

 

Al respecto, vale la pena citar una de las conocidas frases del británico estadista, escritor y pintor, Sir Winston Leonard Spencer Churchill (1874-1965): “Esto no es el fin, ni siquiera es el comienzo del final. Pero, posiblemente, sea el fin del comienzo”.

Como todo mundo sabe, o debería de saber, año con año, desde 1952, en el mes de septiembre, la Big Apple —cómo la llaman los vecinos del norte a la ciudad de Nueva York, en gran medida por los artículos del periodista deportivo John J. Fitz Gerald en el periódico New York Morning Telegram allá por los locos años 20 del siglo pasado—, se convierte en el punto de reunión de la diplomacia mundial, en la Asamblea General de la ONU; en 2025 se dieron cita los 193 Estados miembros. El debate comenzó el lunes 22 del presente. Al celebrar su LXXX aniversario, el mundo enfrenta decenas de enfrentamientos armados. Los más atendidos mediáticamente son la invasión rusa en Ucrania y la guerra en la Franja de Gaza, que se ha convertido en el punto neurálgico para el Estado de Israel y su convivencia con el Estado de Palestina, que ya es reconocido por la gran mayoría de los miembros de la ONU. Solamente el propio Israel —representado por Benjamin Netanyahu— y Estados Unidos de América, son los que encabezan la minoría de opositores a la entidad palestina.

La celebración del 80° aniversario de la ONU no se reduce a un festejo más, sino a un recordatorio forzoso de las tensiones financieras, crisis mundial y debates sobre la efectividad del propio organismo. Podrá o no la ONU reinventarse para continuar como el foro indispensable del entendimiento el orden mundial, no es fácil saberlo. Pero todos los estados miembros deben intentarlo, las grandes potencias y los países en desarrollo —la gran mayoría—, así como las pequeñas y débiles naciones que tienen todo el derecho para hablar y hacerse oír en el concierto de las naciones. No es cuestión solo de dos, tres, cuatro o un poco más. Sino de todos. En tanto, la ONU continúa siendo el foro para el entendimiento en la Tierra. ¿Cuál es el futuro del mundo y de la ONU?

El tema del reconocimiento de Palestina como estado libre y soberano era uno de los tópicos más publicados por los medios con motivo del aniversario de la ONU, Donald Trump aprovechó su intervención ante la Asamblea General para rechazar, contundentemente, esa posición por parte de varias potencias occidentales que hasta el momento se habían abstenido de hacerlo, como Reino Unido, Canadá, Australia, Francia y Portugal. De última hora o haría Bélgica.

El domingo 21, en una de las típicas ceremonias del primer ministro británico, en su residencia oficial londinense, en la calle Downing, el laborista Keir Starmer justificó su decisión (tardía, según algunos comentaristas), señalando tanto “el derecho inalienable del pueblo palestino” a contar con un Estado, como “la responsabilidad moral de actuar” que tiene la (voluble) comunidad internacional, ante los bombardeos de Israel sobre la Franja de Gaza y la situación de hambruna por el bloqueo deliberado (sin utilizar la palabra ”genocidio”) y los oídos sordos del gobierno de Netanyahu a las peticiones de que frene la crisis humanitaria.

El propósito de Starmer de reconocer a Palestina —quizás como una remembranza de la llamada “declaración Balfour” (de hecho fue una carta de lord Balfour al barón Philippe de Rotschild en el año de 1917), en la que se declara que la monarquía británica daba el visto bueno para el establecimiento de un hogar nacional para la comunidad judía en Palestina, que al paso del tiempo propiciaría la creación del Estado de Israel—, estuvo presidido de estas razones: “El incesante bombardeo de Gaza, la reciente ofensiva, la hambruna y la devastación son absolutamente intolerables. Decenas de miles de personas han sido designadas, incluidas miles que solo intentaban obtener agua y comida. Esta muerte y destrucción nos horroriza a todos y debe parar”.

La medida anunciada por Londres precedió a la de otros países como España e Irlanda, no solo es diferente por ser el primero del G-7, sino por la carga simbólica por haber sido Inglaterra la antigua potencia colonial que mandaba en Palestina. La Declaración Balfour, como se dice líneas atrás fue la raíz histórica de Eretz Israel y el germen del sufrimiento del pueblo palestino, en el exilio viviendo bajo el mando israelí en el territorio ocupado.

Consciente de la reacción del actual gobierno israelí y del gobierno de Donald Trump, Starmer manifestó que ese reconocimiento no era un “premio” a Hamás, por el contrario, reiteró que Hamás es una organización terrorista, sin lugar en el futuro del Estado palestino que apoya. Dijo el primer ministro británico: “Déjenme ser muy claro: Hamás es una organización terrorista brutal, nuestra visión de dos Estados representa exactamente lo contrario de lo que ellos simbolizan”.

Aunque el Estado Palestino ya era reconocido por 147 miembros de la ONU, no había entre ellos ninguna de las economías más fuertes del planeta, en el llamado G-7 (EUA, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Canadá e Italia), por lo que la decisión de Londres, Ottawa y la de París, adquiere así mayor relevancia y rompe la unanimidad hasta ahora del Grupo: Berlín, Roma y Tokio, reconocen la fórmula de los dos Estados, pero se resisten a reconocer a la entidad como Estado, en tanto que Washington, gobernado por el republicano Donald Trump, veta cualquier resolución a favor de un Estado Palestino o para aliviar el sufrimiento de lo palestinos.

Para que nada falte, Reino Unido y Francia son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU —con capacidad de vetar— las decisiones de la Asamblea General, y se suman así a la postura de China y Rusia (también con poder de veto) para dejar solo a EUA dentro del Consejo, una situación que ya se ha manifestado en los último años: seis veces desde el inicio de la guerra de Gaza ha tenido que vetar EUA en solitario resoluciones del consejo de seguridad que reclamaban a Israel un alto el fuego.

A juicio del magnate, la decisión de reconocer al Estado Palestino no fortalece la paz, sino por el contrario premia las “atrocidades” cometidas por Hamás desde los ataques contra Israel en octubre de 2023, en los que fueron asesinados más de 1,200 personas (en un solo día) y fueron capturados rehenes, algunos de los cuales aún permanecen con vida en poder de los terroristas.

Las palabras de Trump fueron contestadas rápidamente. El presidente de Francia, Emmanuel Macron consideró que la creación de un Estado Palestino es el único camino para aislar a Hamás y terminar con la guerra. Macron sostuvo que no se trata de premiar al grupo terrorista, sino de generar condiciones para un nuevo equilibrio regional, con un gobierno palestino legítimo y sin la participación de facciones armadas.

A su vez, el emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani, también cuestionó las acciones de Israel, al que acusó de querer prolongar indefinidamente la guerra para destruir a Gaza.

Desde Jordania, el rey Abdalá II fue tajante: “El reconocimiento del Estado Palestino no es una recompensa, es un derecho indiscutible”. El monarca criticó la “apatía” internacional frente a la ofensiva israelí y exigió aplicar los mismos estándares de justicia a todas las naciones. En fin, Italia condicionó cualquier reconocimiento a la liberación de los rehenes y a la exclusión de Hamás de un futuro gobierno.

La reacción de Benjamín Netanyahu al anuncio de que el Reino Unido, Canadá, Australia y Portugal no fue nada tranquila, advirtió que estos países se quedarían con las ganas porque “no habrá un Estado Palestino…Tengo un mensaje para los líderes que reconocen un Estado Palestino tras la masacre del 7 de octubre: están dando un gran impulso al terrorismo…Durante años he impedido el establecimiento de ese Estado terrorista ante una enorme presión interna y externa”. Claro que el premier israelí no hizo ninguna mención a la tragedia de los 65,000 palestinos muertos por ataques de la aviación y el ejército de Israel, de los cuales 18 mil eran infantes.

En su largo discurso ante la Asamblea General, Trump reiteró que en su experiencia la ONU “no resuelve los problemas que debería” y, por el contrario “crea nuevos problemas que luego tenemos que resolver”. Para el republicano, el organismo mundial carece de eficacia real, pues en sus palabras, “lo único que hace es escribir cartas enérgicas sin darles seguimiento”. Uno de los puntos más polémicos que trató en su perorata, donde se autoelogió como el que resolvió siete guerras lo que le podría representar ganar el Premio Nobel de la paz 2025, fue su rechazo frontal al cambio climático, al que calificó como de la “mayor estafa jamás perpetrada contra el mundo” debilitando las economías europeas y fracasado en sus objetivos ambientales. No obstante, en una reunión bilateral con el secretario general de la ONU, el portugués Antonio Guterres matizó su postura y le aseguró que apoya al organismo “al 100 por ciento”.

Pese al doble lenguaje del magnate, nadie olvidará que el presidente de EUA, reclamó que la ONU nunca le ofreció ayuda para resolver los problemas que dice él resolvió, aunque “lo que me importa no es ganar premios, sino salvar vidas”. Sin embargo, sus reclamos en Naciones Unidas, de viva voz, se redujeron a contar cómo quedó atrapado en una escalera mecánica —que no funcionó—, junto a su esposa Melania “que no se cayó porque tiene muy buena condición física, lo mismo que yo”, y la falla del teleprónter al inicio de su discurso. “Estas son las dos cosas que recibí de Naciones Unidas: una escalera defectuosa y un teleprónter roto”, ironizó. Se olvidó decir que EUA, con toda su riqueza, adeuda a la ONU 2,800 millones de dólares de cuotas. Quizás por eso.

“Puse fin a siete guerras, negocié con los líderes de todos y cada uno de esos países y ni siquiera recibí una llamada de las Naciones Unidas ofreciéndose a ayudar”: Donald Trump. VALE.