El espacio exterior, lejos de ser un vacío inmutable, se está convirtiendo en un campo minado de desechos y una zona de creciente tensión geopolítica. Aunque parezca sacado de una película de ciencia ficción, la realidad es que las leyes que rigen el cosmos son tan anticuadas que los expertos las califican como una verdadera crisis.
El Tratado del Espacio Exterior de 1967, la principal normativa, es tan rudimentario que solo prohíbe las armas de destrucción masiva. Esto deja una puerta abierta para que los países experimenten con armamento convencional, y para que empresas privadas como SpaceX, que ya controlan casi la mitad de los satélites activos, actúen con poca regulación. Imagina que un misil hipersónico chino viajara 40,000 km por el espacio o que Rusia amenazara con derribar satélites comerciales en pleno conflicto. Estas no son hipótesis, son hechos que ya están sucediendo.
Además del riesgo militar, existe una amenaza aún más insidiosa: la basura espacial. La Agencia Espacial Europea rastrea cerca de 40,000 objetos en órbita, y más de 3,000 nuevos fragmentos se sumaron solo este año por colisiones. Este aumento de desechos podría desencadenar el Síndrome de Kessler, una reacción en cadena donde cada colisión genera más fragmentos, haciendo que las órbitas sean inutilizables para siempre. La situación es tan alarmante que la Fuerza Espacial de EE.UU. informa que satélites enteros reingresan a la Tierra más de tres veces al día.
La Unión Europea ya está tomando cartas en el asunto con su Ley Espacial, buscando regular la sostenibilidad y la seguridad. Es claro que, si no se actúa ahora, el espacio, ese lugar de asombro y exploración, podría volverse un lugar de conflicto y caos.