En un estado casi absolutista, como lo es el mexicano quien, para ganar votos, alcanzar el poder o para retenerlo, inicia o intensifica una política de estado benefactor; con ello da principio a interminables, constantes y reiteradas reclamaciones. Los electores hacen responsable a sus autoridades de todo mal que los afecta; le exigen soluciones y bienes.

Los súbditos, a base de pedir e, incluso de reclamar, se vuelven menores de edad, olvidan sus deberes de lo que en derecho se denomina ser un buen padre de familia y esperan que, a cambio de su voto, el Estado les dé todo: pensiones, despensas y previsión. Cuando aquellas no llegan y esta no se presta, los habitantes protestan y reclaman.

Ser un buen padre de familia en Derecho implica, entre otras, la responsabilidad de prever desastres, anticiparse a los males futuros, adoptar las precauciones y, finalmente, de producirse los imprevistos, de asumir la responsabilidad de reparar los daños y perjuicio. Ello implica: no construir en la proximidad de los lechos de los ríos o en los lugares bajos; construir diques que desvíen las corrientes o que aminoren su fuerza; construir sitios de refugio para los casos de emergencia, entre otros.

Hay un hecho: las autoridades municipales, aunque prohíban construir en lugares con alto riesgo, son rebasadas por el crecimiento poblacional o por la necesidad de contar con un lugar en el que vivir.

Un mal padre de familia, cuando no existe estado benefactor, delega la responsabilidad de prever y de reparar a la divinidad: Dios, la Virgen o la Fortuna; éstos, a través de sus profetas o ministros les han prometido que estarán al pendiente de todas sus necesidades y problemas. El que cumplan o no es otro boleto. Como dijo nuestra presidenta: sin comentarios.

Llegado el momento de un desastre, quienes son responsables de operar un estado benefactor, por más que quieran, no pueden rehuir su responsabilidad, la obligación de prever los desastres y. una vez que ellos se producen, de reparar los daños, asumir la reconstrucción y proveer de enseres y alimentos.

Los súbditos rara vez dan crédito suficiente a las señales de alerta que emiten las autoridades y, llegado el desastre, es imposible que estén satisfechos con la ayuda que se les preste. Siempre se quejarán de sus autoridades y amenazarán con que en el momento oportuno les negarán el voto o su presencia cuando se les requiera para apoyar a los candidatos o para escuchar el primer informe de gobierno.

Esa es la naturaleza de un estado benefactor y el cambio que se opera en la ciudadanía. Ésta nunca estará satisfecha con lo que se les dé o con los auxilios que se le presten. Las reclamaciones se vuelven reiteradas e, incluso, violentas. Cuando un presidente municipal visita a los habitantes estos acusan de ineptos a los regidores incluso a él; cuando es el gobernador quien visita las zonas de desastre, los presidentes municipales son exhibidos de incompetentes; cuando la presidenta de la República visita el territorio de una entidad federativa es una buena oportunidad para exhibir como incompetentes, corruptas y apáticas a sus gobernadoras.

La política de estado benefactor deriva en insatisfacción de los habitantes sin importar cual hubiere sido la diligencia y previsión de todo tipo de autoridades. Todo se exige y se espera del estado. Los ciudadanos, una y otra vez, reclamaran más prestaciones y más servicios. La presencia de una autoridad superior es motivo para reclamar escuelas, hospitales, guarderías, carreteras, seguridad y becas y pensiones. Quien, como autoridad, adopta una política de estado benefactor debe saber que las reclamaciones nunca tendrán límite.

 

Los dirigentes de Morena se quejan si no de todo, sí de mucho; en la semana que corre se dolieron de que la oposición aprovechó la tragedia que sufre un número inmenso de mexicanos de Veracruz, Hidalgo, Puebla, San Luis Potosí y de otros estados, para denostar a la actual presidenta, en particular, a su equipo gobernante y a los gobernadores locales, en general. Uno de los quejosos fue, entre otros, ese animal de presa que se llama Ricardo Monreal Ávila. Él, que junto con su patrón AMLO hizo carrera política recurriendo al expediente de acusar, criticar y denostar a los gobiernos priistas y panistas de ser omiso, ahora se queja de que las autoridades de Morena sufran ese tipo de acoso.

AMLO y Monreal se la pasaron censurado a los gobernantes en turno; no desaprovecharon oportunidad para exhibirlos y censurarlos. Para los dos todo, absolutamente todo, era motivo para llevar agua a su molino. El resaltar los errores de los gobernantes en turno fue para AMLO hacer política. Engrandecer su gravedad y ofrecerse como la única solución, fue el recurso más común para ganar votos y, en su momento, las posiciones de poder que alcanzaron.

AMLO tenía soluciones para todo problema. Así nos vendió su candidatura y así la compramos. El que se lleva, se aguanta. Apechuguen con las críticas y con lo que viene.

Ante la tragedia reciente en particular y en lo relativo a los negocios públicos en general, los gobernantes morenistas han sido apáticos, irresponsables y hasta criminal

En este caso los mexicanos, en general, nos dolemos de que la oposición no ha sabido capitalizar, en su justa dimensión, los errores, apatía y omisiones, que lindan en delincuencia organizada, en que incurrieron los gobiernos morenistas, tanto federales, como locales.

Ante ese panorama, a la oposición le queda salir a las calles a protestar, a exigir soluciones y la renuncia de la actual presidenta. Una práctica para acceder al Poder de los izquierdistas es agitar y aprovechar cualquier error para debilitar al gobierno en turno y obligarlo a dimitir.

En este momento un reclamo justificado y fundado que pudiera hacerse a la oposición es que no aprovecha la circunstancias en la misma medida que, de ser el caso, lo hubiera hecho ante una tragedia como la que están viviendo los mexicanos. AMLO no tenía escrúpulos ni freno para medrar con la tragedia.

La oposición no ha salido a la calle a protestar por la falta de previsión de parte de la presidenta y de los gobernadores de Morena: no han exigido o no lo han hecho en la medida de lo políticamente recomendable, la renuncia de ellos. Los líderes no han aprovechado las circunstancias para debilitar a la clase gobernante.

La renuncia en estos momentos de la presidenta de la República implicaría la realización de nuevas elecciones y en éstas, tal como se presentan las cosas, quien resulte como candidato de Morena, estaría en una situación desventajosa. El grado de desventaja estaría en relación directa al grado en que se esté dispuesto a sacar provecho político de algunos problemas graves a los que los gobiernos morenistas no han podido solucionar: la imprevisión manifiesta, la falta de resultados tangibles en el combate a la delincuencia, la carencia de seguridad pública y a la inflación.

AMLO, en sus reiteradas compañas políticas, nos demostró que criticar todo, aunque ofreciera soluciones ilusorias, eran mercancía que la clase baja compraba.

En la oposición no hay políticos que tengan sed de poder. No hay alguien que sepa capitalizar los errores y omisiones de quienes gobiernan México tanto en el nivel central como en el local. Están anonadados por el arrastre de los líderes de Morena o espantados por el poder que ellos han adquirido.

De los líderes de oposición los que no son perfumados, no saben como acercarse a los electores de clases bajas o no tienen nada que ofrecer, no saben como hacerles llegar un mensaje; o, lo que es más grave, no tienen mensaje propio que hacer llegar o les ha dado flojera estructurar una plataforma que sea atractiva o creíble para los más.