Orgullo de Atenas y de Grecia
Quienes participaron en la batalla de Maratón fueron considerados héroes en grado máximo. Se convirtieron en el orgullo del Mundo Helénico. Ensalzar sus hazañas fue un tema recurrente en la oratoria política. Los generales que los llevaron a la victoria, como eran común en Atenas, no estuvieron ajenos a los sufrimientos que son propios de los seres mortales e inherentes a la ingratitud humana Plutarco, Vidas paralelas, Arístides, Planeta, Barcelona, 1990).
En la comedia Los caballeros, su autor: Aristófanes, aludiendo al jefe de todos: Demos, el pueblo, hace decir a uno de sus personajes lo siguiente:
“Salve, rey de los griegos. Nos congratulamos contigo. Tu suerte es la que se merece la ciudad y el trofeo de Maratón.” (Aristófanes, Los caballeros, Gredos, Madrid, 2007, 1335 y 1336, p. 334); ello para reconocer que había sido el pueblo quien antaño se había alzado con la victoria sobre sus enemigos persas.
Pericles, en su oración fúnebre, afirmó: “Comenzaré, ante todo, por nuestros antepasados. Es justo a la vez adecuado en una ocasión como ésta tributarles el homenaje del recuerdo. Ellos habitaron siempre esta tierra y, en el suceder de las generaciones, nos la han transmitido libre hasta nuestros días gracias a su valor. Y ellos son dignos de elogio, todavía lo son más nuestros padres, pues al legado que habían recibido consiguieron añadir, no sin esfuerzo, el imperio que poseemos, dejándonos así a nuestra generación una herencia incrementada.” (Tucídides, Guerra del Peloponeso, libro II, 36, Gredos, p. 448 y 449).
Ruidos extraños
Heródoto refiere que antes de la batalla de Salamina, en la llanura de Tría (Eleusis), vieron que avanzaba una polvareda como si la causaran más o menos treinta mil hombres; además oyeron un griterío inexplicable en cuanto a su origen. Eso fue interpretado como un gran desastre para los persas (Historia, VIII, 65, p. 105). También, Pausanias refiere que, en sus tiempos, en la llanura de Maratón, se escuchaba el ruido de hombres peleando y el relinchar de caballos (Descripción de Grecia, libro I, 32, Gredos, Madrid, 1994, p. 171).
Algunos son de la opinión de que eso es algo risible y difícil de creer. No lo es. Explico mis razones para disentir.
Mi señor padre hace unos setenta años me refirió que antes de la revolución de Madero, es decir, antes de 1910, su Maestro, el gran violinista don Dolores Alonso, junto con sus hermanos y demás miembros de su conjunto musical, una madrugada regresaban a su pueblo: San Miguel Totolapan, en la Tierra Caliente del estado de Guerrero, de una “tocada” que habían hecho en Tlapehuala, población vecina. Al ir caminando, a lo lejos, escucharon una algarabía que producían muchas personas; alcanzaron a percibir que al frente de lo que supusieron era una procesión, iba una banda de música que ejecutaba una melodía; don Dolores, junto con los miembros de su conjunto musical, por respeto, se hicieron a un lado para dejar pasar a los peregrinos.
Conforme se acercaba lo que suponían era una procesión, aumentaba el volumen de la música y el de las voces. Los Alonso oyeron claramente como pasó delante de ellos la procesión, pero no vieron absolutamente a nadie.
Mi señor padre tocaba en su violín la melodía que su Maestro y su conjunto habían escuchado; la partitura respectiva aparece en la obra: Tierra Caliente, Guerrero: sones y gustos, que elaboramos y publicamos la Maestra doña Laura Trigueros Gaisman, don Sergio Charbel Olvera Rangel y el autor de estas líneas que, en el año de 2014, publicó la Universidad Autónoma Metropolitana (p. 186).
También me refirió mi señor padre don José M. Arteaga que después de la Revolución, él y otras personas, cuando caminaba en una zona totalmente deshabitada, bajo un Sol abrazador, de buenas a primeras escucharon que, en lo alto de una colina, alguien tocaba en su violín una melodía. Como el calor era intenso, decidieron encaminarse a la colina a pedir agua, suponiendo que en ella habitaba alguien, entre ellos el intérprete de la melodía; mi señor padre y sus acompañantes pudieron constatar que no había absolutamente nadie; que el supuesto violinista no existía.
Mi padre repetía la parte de la melodía que habían escuchado que, por razones desconocidas, había quedado grabada en algún sitio y que el viento u otro elemento hacía que se reprodujera.
Otro caso: en 1956 viví en un internado que estaba instalado en la casona colonial que se encuentra en Arenal 36, Villa Álvaro Obregón, de esta Ciudad de México; se trata del inmueble en donde actualmente están las oficinas de CONACULTA.
Atrás del edificio colonial existía un galerón alto, amplio y totalmente vacío. En alguna ocasión, siendo como las 9 de la noche, salí a caminar al patio del edificio colonia; estando en esa tarea escuché mucho ruido en el galerón trasero; me acerqué, penetré en él; ahí el ruido de máquinas era más fuerte y casi insoportable. De inmediato fui a avisar a mis compañeros de cuarto: dos tabasqueños, Moisés Magaña, Plinio Juárez y un yucateco del que sólo recuerdo su nombre: Armando. Les referí lo del ruido de las máquinas y los invité a corroborarlo; los tabasqueños aceptaron, el yucateco no.
Mis compañeros, por precaución, tomaron los bats con los que jugábamos béisbol; de esa manera armados, penetramos en el galerón vacío; el ruido era fuerte y continuo. Moisés Magaña, que para todo suceso inesperado pronunciaba la palabra oso, ante el ruido de lo que parecían unas máquinas, repitió insistentemente el término y ni con ello cesó. Entiendo que cuando menos mis dos compañeros tabasqueños aún viven uno en Paraíso y el otro en Comalcalco, Tabasco. Ellos podrán confirmar mi dicho.
Con el tiempo, platicando con un ingeniero textil, me comentó que había estudiado en una escuela textil que se hallaba en el inmueble colonial de Arenal 36; me explicó que los telares eléctricos se hallaban precisamente en el galerón al que he hecho referencia. El ruido de los telares, por razones que desconozco, quedó grabado en el galerón y, en ciertas circunstancias, se reproducía.
Con posterioridad a mi salida del internado supe que algunos de los que ahí vivían habían escuchado los ruidos de las máquinas en el galerón vacío.
Refiero un caso más: hace muchos años, un conocido mío entró a trabajar como conserje a la Escuela primaria Benito Juárez, que se halla en la esquina formada por las calles de Hidalgo y Nezahualcóyotl, en el centro de la ciudad de Cuernavaca, Morelos. Mi conocido me refirió que, durante algunas noches, en los salones, se escuchaba la algarabía que hacen los estudiantes. Al principio, al escuchar el ruido, de inmediato de acercaba al sitio de donde provenía, sólo para comprobar que el salón de clases estaba totalmente vacío. Mi conocido me refirió que el fenómeno era recurrente y en varios salones de clase.
En ese contexto, no tiene nada de descabellado lo que refieren Heródoto y Pausanias y que muchos toman como fantasioso o inverosímil.
He hecho un reconocimiento a hombres valientes que lucharon y hasta murieron en defensa de su libertad y cultura: los atenienses y plateos.