En 1981, Salvador Nava Martínez, veterano activista potosino que había luchado contra el cacique estatal Gonzalo N. Santos, fundó el Frente Cívico Potosino. Con el respaldo del Partido Acción Nacional (PAN) y del Partido Demócrata Mexicano (PDM), compitió por la presidencia municipal de San Luis Potosí y derrotó en la elección al candidato priista Roberto Leyva Torres por una proporción de dos votos a uno.

Su labor en la política estatal llevó a la caída del gobernador Florencio Salazar Martínez, lo que impulsó su postulación a la gubernatura en 1991 por la alianza PAN-PDM-PRD. Aunque la victoria no se le reconoció (oficialmente fue para Fausto Zapata Loredo), la protesta encabezada por el doctor Nava consiguió la renuncia de Zapata, quien fue sustituido por Gonzalo Martínez Corbalá. Salvador Nava Martínez murió el 18 de mayo de 1992, dejando como legado la prueba de que una alianza electoral podía cambiar el rumbo político en una entidad del país.

En paralelo con la lucha en San Luis Potosí, un grupo descontento renunció a su militancia en el PRI. Los líderes, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Ifigenia Martínez y Porfirio Muñoz Ledo, decidieron participar en las elecciones presidenciales de 1988, postulando a Cárdenas con el recién fundado Frente Democrático Nacional (FDN). El FDN compitió gracias a una alianza con el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), el Partido Popular Socialista (PPS) y el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN), a la que se unieron otras fuerzas políticas poco antes de la campaña.

Este esfuerzo unificador hizo que los candidatos del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), Rosario Ibarra de Piedra, y Manuel J. Clouthier, del PAN, hicieran a un lado sus diferencias y se sumaran a las protestas por el resultado de la elección de 1988.

En el año 2000, el PAN postuló como candidato a Vicente Fox Quesada, exgobernador de Guanajuato que se había promovido para esta posición desde 1997. Esto le valió ser el aspirante sin competencia interna. La estrategia del empresario fue competir en la elección presidencial en alianza para ofrecer una opción novedosa, por lo que sumó al Partido Verde Ecologista de México (PVEM) a la Alianza por el Cambio, la cual obtuvo el triunfo por primera vez para la oposición en una contienda presidencial.

 

Alianzas en el siglo XXI

El Partido Verde (PVEM) aprendió que la alianza con un partido mayor era la vía más rápida para ganar posiciones. Tras ir con el PAN en 2000, se sumó al PRI en 2012 para apoyar a Enrique Peña Nieto. El PVEM demostró que su estrategia para encontrar el rumbo conveniente era infalible al aliarse con Morena en 2018, junto al Partido del Trabajo (PT), para respaldar la candidatura de Andrés Manuel López Obrador.

Pero si la brújula electoral del PVEM ha demostrado su eficacia, la del PAN ha mostrado que no estaba bien calibrada.

El partido blanquiazul se unió a Movimiento Ciudadano en varias elecciones, en otras con el PRD, e incluso con los ya desaparecidos Partido Alianza Social o Partido Encuentro Social, además de institutos políticos locales, con resultados mixtos.

El año 2000 registró la votación histórica más alta para el PAN, con casi 16 millones de votos, gracias a una candidatura atractiva y al respaldo del Partido Verde. (El PVEM más tarde rompería al no cumplirse promesas de la negociación). Sin embargo, esa votación comenzó a disminuir a partir de 2006: el candidato presidencial Felipe Calderón, al ir en solitario, obtuvo cerca de un millón de votos menos. Esta tendencia decreciente se mantuvo en 2012, con Josefina Vázquez Mota (12.7 millones de sufragios). La baja no se detuvo con las nuevas alianzas: en 2018 (con PRD y MC, postulando a Ricardo Anaya) y en 2024 (con PRI y PRD, con Xóchitl Gálvez).

Para Morena, la historia ha sido distinta: logró dos victorias consecutivas (2018 y 2024) en alianza con el PVEM y el PT.

El PRD perdió el registro en las pasadas elecciones federales, evidenciando el riesgo de la dependencia de las alianzas. Este es un camino que el PRI podría seguir, máxime ahora que el PAN anunció que apostaría por una ruta en solitario en los siguientes procesos electorales.

Las alianzas pueden diluir la identidad de los partidos, generar conflictos internos y desdibujar propuestas políticas. En la práctica, muchas coaliciones han resultado poco duraderas y han facilitado la fragmentación o desaparición de ciertos actores políticos, como se observó en el declive del PRD. Asimismo, el predominio de un bloque dominante puede limitar el impacto de estas alianzas, relegando a los partidos pequeños a roles secundarios. Finalmente, los pactos electorales pueden verse amenazados por intereses divergentes y la falta de cohesión ideológica, lo que resta eficacia para disputar el poder frente a un partido consolidado.

Ahora que el PAN ha anunciado la posibilidad de competir en solitario en 2027 y 2030, y ante la propuesta de Somos MX de un candidato opositor único en la siguiente presidencial, conviene que los dirigentes ‘azules’ revisen críticamente esta experiencia para trazar una nueva estrategia electoral.