Hay una ola de confusión política e ideológica que nos desconcierta y provoca enorme confusión en el amplio universo de las oposiciones políticas al proyecto autoritario del obradorismo, confusión que se atiza interesadamente desde el poder, para evitar que las voces y capacidades de la sociedad civil y las diezmadas fuerzas políticas críticas al gobierno puedan aglutinarse en un solo torrente que desafíe y enfrente exitosamente al poder presidencial.

El arrollador curso dictatorial que López Obrador y Claudia Sheinbaum siguen imponiendo en el país para despojar a la sociedad de derechos elementales para defenderse ante los abusos del poder (véase el caso de la reciente reforma a la Ley de Amparo) y que amenaza con hacerse del control total de las elecciones para seguir gobernando a como dé lugar (la llamada reforma electoral oficialista en curso), plantea como necesidad imperiosa la conformación de un amplio movimiento de resistencia democrática para salvar al México democrático y republicano. Esa es la verdadera prioridad nacional.

Mucho se ha comentado en los últimos días sobre estos temas a propósito del “relanzamiento del PAN”, anunciado por los propios blanquiazules. Al celebrar los esfuerzos de los dirigentes nacionales del panismo por renovarse en las circunstancias de un cambio de régimen, no puedo dejar de expresar mis preocupaciones de que esa suerte de “refundación” se entienda, por no pocos militantes de ese partido, como una vuelta a un pasado inexistente, como un regreso al panismo de ultraderecha ultramontano, que rechaza cualesquiera acuerdos con otros sectores políticos que no se identifiquen con ellos.

Como parte de esas resoluciones se decidió que ya no habría más alianzas con el PRI ni con otros partidos bajo el argumento de que eso desdibujó al PAN en las elecciones pasadas. Pero “se les olvida”, por un lado, que las alianzas electorales no son un asunto de principios programáticos o un tema ideológico, sino esencialmente táctico, que esas alianzas dependen de las condiciones específicas y concretas de cada momento; y, por otro lado, omiten considerar que la primera gran alianza opositora a Morena en 2021 reconfiguró el mapa político en la Ciudad de México, la zona conurbada de la capital y, de manera sumamente importante, en la Cámara de Diputados, al quitarle a Morena la mayoría calificada para evitar que ellos por sí solos siguieran modificando la Constitución a su antojo. Esa alianza fue un caso de éxito que no debemos dejar de lado.

Y a los dirigentes nacionales del PAN “se les olvida” que, en 2024, por sí solos, apenas ganaron 3 distritos, mientras que en coalición ganaron 40. Seguramente por ello mismo los dirigentes de Nuevo León, tanto del PRI como del PAN, salieron de inmediato a declarar que ellos no compartían esa decisión de rechazar alianzas con el priismo.

Agrego dos cosas en este sentido: una, sin esa alianza del PAN con el PRI y el PRD, no habrían ganado la actual gobernadora de Aguascalientes ni la de Chihuahua, por sólo poner estos ejemplos, y se pondrán en riesgo esas gubernaturas para el 2027. Y dos, no sólo se deja de lado la posibilidad de nuevos triunfos dentro de dos años para cambiar la correlación de fuerzas en general, sino que se abona a confundir la conveniencia de conformar alianzas electorales –que puede aplicarse casuísticamente- con la necesidad de construir un gran movimiento democrático opositor como prioridad nacional, más allá de los partidos, en contra de la consolidación de lo que puede considerarse como una dictadura (ya no sólo una “democradura”) en México. Bien lo ha advertido Alejandro Moreno, presidente nacional del PRI, que la división de la oposición sólo ayudará a Morena.

Como parte de este complejo escenario nacional, se ha ido tejiendo como sustrato teórico-ideológico, en los entretelones de la política, una disputa ideológica entre una derecha ultraconservadora que, con el empresario Ricardo Salinas Pliego a la cabeza, se va abriendo paso con un discurso “contra la izquierda” en general, para enfrentar a la falsa izquierda obradorista en el poder (“los zurdos”, les llama él).  Debe subrayarse que el régimen actual no es la única expresión de izquierda y mucho menos encarna a toda la izquierda y lo que son sus valores esenciales.

Una izquierda democrática sí pone por delante de toda conveniencia política sus valores a favor de la democracia, de la igualdad de género, de las minorías indefensas, del Estado de Derecho y, por supuesto, de la libertad empresarial para invertir en el país. Los que pertenecemos a esa izquierda -democrática, liberal y comprometida con la justicia, con la socialdemocracia- no compartimos con el proyecto obradorista más que los programas sociales, pero sin el perverso condicionamiento electoral. Fuera de eso, nada que tenga que ver con la militarización del país, las complicidades con la delincuencia, la narcopolítica, la eliminación del equilibrio de poderes, el abandono al campo, la corrupción y el despojo de derechos a la sociedad. No, no y no.

La prioridad es la defensa de un México libre y democrático.