Son tiempos de una alerta nacional. Contra lo que algunos pensaban, o más bien deseaban, en su discurso dominical del Zócalo, Claudia Sheinbaum embelesó a la feligresía morenista con un elocuente reconocimiento a su jefe político real, López Obrador, dejando clara su lealtad al “incorruptible” expresidente. Nada de distancias ni rupturas con quien le dio la Presidencia. Hay continuidad en su proyecto de dominación y control político o, mejor dicho, hay continuidad en la consolidación del autoritarismo que nos lleva al establecimiento fáctico de una dictadura bajo el mando de López Obrador a través de la presidenta formal, Claudia Sheinbaum.

No ignoro algunos de los avances que Claudia ha tenido en materia de inseguridad y combate a la pobreza, pero no olvido los graves, enormes y profundos problemas en economía, salud, educación, seguridad (más de cien mil personas desaparecidas), infraestructura y corrupción, como para echar porras por lo primero.

Es falso que vayamos por el camino correcto como lo proclamó Sheinbaum ante un Zócalo repleto a la vieja usanza: con decenas de miles de acarreados. El país no goza de buena salud, ni en salud, ni en finanzas públicas. Peor aún, la delincuencia sigue controlando grandes porciones del territorio nacional con la protección de las autoridades de todos los niveles, proyectando la renovación de sus alianzas para hacer ganar a candidatos de Morena en 2027. Y la delincuencia -ahora de cuello blanco o blanquiazul como usan los marinos- apareció renovada y fortalecida en los años del obradorismo adueñándose del control de las aduanas, lo cual ha provocado un robo de por lo menos 600 mil millones de pesos, reconocido por las propias autoridades, bajo la figura del llamado huachicol fiscal.

Las “verdades a medias” del discurso de Claudia y lo que no se dijo sobre los problemas del país para aderezar su aseveración de que “vamos por el camino correcto”, tienen el objetivo de cubrir con el manto de la mentira que vamos en la ruta de la consolidación de un régimen autoritario, de una dictadura “a la mexicana”, pero dictadura al final de cuentas, sin equilibrio de poderes, sin controles, sin derecho a la libertad de información y sin seguridad jurídica frente a los atropellos del Estado, ahora reforzada con la eliminación del derecho de amparo con esa reforma autoritaria en su conjunto.

Lo que vimos el pasado 5 de octubre en el Zócalo de la Ciudad de México fue mucho más que una repetición de las tradicionales concentraciones de grupos corporativos; es hoy la expresión clara y tajante de un régimen que congrega a sectores sociales bajo amenaza de perder el empleo. Es la práctica esencial de los regímenes fascistas o dictatoriales en otras partes del mundo.

A la par del discurso de que somos el país “más democrático del mundo” (porque supuestamente aquí elegimos por voto popular a los integrantes del poder judicial) y de que aquí ya no cabe la corrupción, se quiere eliminar el derecho de la oposición a representarse en las cámaras legítimamente conforme a su presencia en todo el país y se pretende que la sociedad ya no cuente con el derecho de amparo frente a atropellos de la autoridad.

Sí, estamos en emergencia nacional. Hoy el obradorismo no tiene freno en sus afanes autoritarios. Claudia obedece a López Obrador; él es su dueño, no “El Pueblo”, como ella grita. Y la oposición, que sí existe, está desarticulada, desorganizada.

La urgencia nacional debiera convocar a una conferencia o reunión nacional de todos los liderazgos del país comprometidos con la defensa de las libertades y derechos de la gente para iniciar un proceso de sumatoria de esfuerzos en la perspectiva de conformar un amplio Movimiento Nacional de Resistencia Democrática. Ojalá y lo logremos.