El PRI gobernó el país durante setenta años como partido de estado, la secretaría política del gobierno absoluto. En sus tiempos de hegemonía era imposible imaginar su derrota, para millones de mexicanos vivir fuera del PRI era como vivir fuera del presupuesto, un error. A quienes encontraban respuesta para todo solían decirles, como argumento final, “gánale al PRI”. Antes, los ciudadanos convenencieros sin ideología decían con aire de sabelotodos “yo voto por el PRI, para que mi voto cuente”. El México del siglo XX no se concibe sin el PRI, el actual tampoco, sólo que de manera diferente; hoy es percibido como el abuelo pervertido y corrupto que antes de morir engendró a Morena, producto de la decadencia política.

El deterioro de aquel PRI cacique y poderoso que consideró al país escriturado a su nombre, fue largo pero constante. Consecuencia de reiteradas crisis sexenales, corrupción impune y arrogancias de creer que su maquinaria electoral era invencible. “Aceitada la maquinaría nadie nos puede ganar”, decían con arrogancia los priistas de aquel tiempo. Nada, tras la prolongada agonía que muchos consideran iniciada en la Corriente Democratizadora de Cárdenas y Muñoz Ledo, la caída del PRI fue súbita. Hoy es remedo del partido que sólo trece años atrás ganó la presidencia incuestionadamente con casi el 40 por ciento de la votación y cerca de 39 millones de votantes, que gobernaba en 20 entidades y miles de municipios, que la política del país giraba en su entorno.

En el curso de sólo trece años, un suspiro en términos de historia (al PAN le costó 70 años llegar al poder y el PRD jamás llegó), el PRI pasó de ser el partido dominante en la ventana democrática, a vil despojo en el autoritarismo reinante de hoy. Al perder la presidencia, uno tras otro fueron cayendo los gobiernos estatales, mientras gavillas de priistas salían corriendo a los brazos del populismo. Ahí fueron recibidos como legítimos herederos, compensados con altos cargos públicos y negocios amasados en la nueva corrupción institucionalizada. Llegaron a una pandilla donde las reglas le resultaban familiares; mientras sean fiel devoto de la Transformación, es decir del pueblo, es decir de López Obrador, puedes robar a manos llenas. Pero eso sí, obligados a repetir el credo de “no mentir, no robar y no traicionar”, porque ellos no son iguales. Aquellos priistas usaron hasta desgastar el concepto de Revolución, los priistas guindas de hoy están gastando el de Transformación, aceleradamente. Si existe diferencia, es en grado de perversidad, corrupción y obediencia. Nada más.

¿Qué futuro tienen los priistas que, en lugar de salir corriendo a los brazos de Morena como miles de sus compañeros, decidieron quedarse con las siglas de la vieja casona familiar? La pregunta es pertinente por la nueva política de “no alianzas” que postuló el PAN, el sábado en Ciudad de México.  Perdonen mis amigos priistas, a riesgo de pasar por profeta del desastre les diré, sin ánimo de joder, que no tienen la menor oportunidad de recuperar terreno, tampoco de mantener las minúsculas rentas que conservan desde la caída. Su destino, como el del PRD, es la desaparición por perdida del registro. Del PAN recibieron una bocanada de oxígeno en las últimas elecciones, pero el debilitamiento del PAN llegó al punto de quedar imposibilitados para asistirlos en estado de terapia intensiva. Siguen obstinados en mantener la cohabitación iniciada en los primeros noventas y también ellos desaparecen. Apenas pueden asistirse a sí mismos.

Si el PAN se desdice y mantiene las alianzas, abiertas o soterradas, el PRI de Alito prolongará su agónica existencia dos o tres elecciones más. Si los sueltan de la mano es muy probable que pierdan el registro nacional en la próxima elección. Yendo solos no hay manera, estrategia, chanchullo mágico que les permita conseguir el tres por ciento de los votos necesarios para mantenerlo. En ambos casos su destino es el destino del PRD, triste final para un partido que fue detonante del México moderno, que construyó las mejores instituciones del país y, así haya sido forzado por el impulso social, contribuyó a la democratización del país. Morirá como desahuciado, indigente sin familiares al que desconocidos hicieron el favor de arrojar en una tumba sin nombre. No es mi deseo, es lo que dicen los hechos, así lo decidieron los mexicanos en razón de los abusos y corruptelas de sus dirigentes.

Los priistas con base social, muy contados, pero sigue habiendo, tienen que adelantar el reloj del tiempo en tres, seis o nueve años y hacer un esfuerzo de mirar en retrospectiva. Así advertirán que la muerte de su partido es inevitable, que hagan lo que hagan no hay forma de rescatarlo. Entonces podrán ver con claridad el inminente final y tomar decisiones de cómo y con quién seguir haciendo política. Esas son las preguntas elementales, ¿cómo? y ¿con quién?, que deben formularse sobre la base de tres alternativas: morir junto a las siglas, reencausar sus carreras o dedicarse a cualquier otra actividad. Además, están obligados a reflexionar en esos términos por otra razón, los que regentean hoy las siglas no las soltarán hasta dejarlas como gabazo masticado por burro de ejidatario en tiempo de seca, las exprimirán hasta perder el registro.

 

Rompeolas

Nicolás Sarkozy ingresó hoy a la prisión de la Santé, acusado de movimientos ilegales con dinero de Libia para financiar su campaña electoral a la presidencia del país en 2007. Si hubiese justicia en México, ¿Cuántos expresidentes mexicanos estarían en prisión? El más ladrón de la historia nacional, hasta hoy, ha sido López Obrador, pero también merecen cárcel Peña y Calderón, por mencionar a los últimos tres. Nunca les llegará la Justicia, no le llega a un corrupto público como Adán Augusto López, menos a su protector, el que lo cubre con el manto de la impunidad. En tiempos de canallas y rateros, casos como el de Sarkozy son excepciones.

Felicidades al doctor en periodismo, José Luis Jáquez. Hoy presentó su libro “Javier Darío Restrepo, el Faro de la Ética”. Lo acompañaron en la presentación el exgobernador e historiador empírico Patricio Martínez, así como el doctor en periodismo Rodrigo Ramírez, investigador en Ciencias Políticas. Jolu ha sabido combinar muy bien el periodismo con la academia, no sé cuántos, pero tengo entendido que ya lleva alrededor de diez libros escritos. Enhorabuena.