Imágenes terribles, indignantes y escalofriantes del sábado 15 de noviembre en el Zócalo capitalino. Los granaderos de Sheinbaum pateando impunemente a jóvenes indefensos tirados en el piso. Como en 1968, como en 1971, como en los tiempos aciagos de la guerra sucia contra guerrilleros y opositores políticos. Y, como en repetición de aquellos episodios, lo que ahora siguió fue la descalificación oficialista a los convocantes y a los grupos sociales que tuvieron el valor de salir a las calles con sus gritos antigobiernistas, etiquetándolos como “instrumentos de la derecha”.
Y también, como en los viejos tiempos represivos, contra todo lo que oliera a disidencia, ahora viene la condena y persecución gubernamentales de los líderes opositores con la intención de que no vuelvan a manifestarse. Hace más de 50 años era la policía política la que hacía el trabajo sucio, la que actuaba en y desde las sombras. Ahora es la presidenta de México, con absoluta desfachatez, la que hace “el trabajo represivo de cuello blanco”, desde sus mañaneras, al exhibir a los jóvenes y liderazgos que “se atrevieron” a protestar contra el “gobierno del pueblo”, lo cual parece que ya no está permitido, “porque la unidad del pueblo con su gobierno es indestructible”.
El Zócalo de la Ciudad de México fue cerrado para manifestaciones opositoras en 1968 con el propósito de que el movimiento estudiantil-popular contra el gobierno represor del entonces presidente Díaz Ordaz no se hiciera visible en el corazón político de la República. Después del saldo trágico de miles de muertos y desaparecidos, antes, durante y después del 2 de octubre de ese año (incluyendo los atribuibles al periodo de la llamada guerra sucia), esa plaza central permaneció cerrada a la oposición durante mucho tiempo.
Fue en el cierre de campaña de Arnoldo Martínez Verdugo, como candidato del PCM y una coalición de izquierda en 1982, cuando se tomó la decisión de marchar hacia el Zócalo y reabrir para la oposición esa plaza emblemática. Ese hecho mandó el mensaje de que empezaban a soplar vientos democráticos en el país. Y así sucedió con múltiples actividades políticas (las de López Obrador incluidas) y culturales durante más de 40 años.
Pero ahora resulta que estos que se dicen “el gobierno del pueblo” y que se sienten dueños del país, no sólo cierran el Zócalo a una manifestación opositora, sino todo el centro de la capital. Ahora, desde el poder, deciden fácticamente que el Zócalo es de su propiedad y sólo ellos tienen derecho a ocuparlo. ¡Hasta ese derecho democrático, junto con la bandera nacional a toda asta, quieren expropiarle a la sociedad!
En medio de un cementerio de centenares de miles de muertos y desaparecidos por la violencia, en buena medida derivada de la complicidad de los gobiernos de Morena con los grupos criminales, contra la que protestaron masivamente otros tantos de personas en muchas partes del país, después de 57 años aparece el rostro de la represión diazordacista en el corazón de la República. Es la esencia de Díaz Ordaz, con ropajes de izquierda, el rostro de Claudia Sheinbaum y los colores de Morena.
Por más que quiera, Claudia no podrá ocultar ni borrar esas imágenes infames que dieron la vuelta al mundo, exhibiendo el rostro autoritario y represivo del obradorismo. Al igual que en los demás asuntos sustanciales de las políticas públicas, también aquí la señora Sheinbaum demuestra su incapacidad para gobernar.
Pareciera que este conjunto de hechos que se congregan en los últimos días pudiera estar marcando un punto de inflexión. Pero en mucho dependerá de que el multirreferido movimiento logre darse una organización básica y precisar sus banderas, sus propósitos, para darle continuidad e impulso a esta loable expresión de la potencialidad democrática de nuestra sociedad.
Y en este esfuerzo debiéramos confluir el amplio abanico de la sociedad civil, los partidos y liderazgo opositores, para conformar un gran frente de resistencia nacional democrática, que vaya perfilando las mejores posibles candidaturas (mujeres y hombres) con miras a las elecciones de 2027.
Este movimiento no debe estar reñido con la buena política, con las militancias partidarias, con la construcción colectiva de una alternativa que dé cauce y viabilidad a sus más sentidas causas, aspiraciones y demandas. Sólo así podrá trascender y ojalá así suceda.


