¿Qué tanto sabemos de la Literatura y del Cine Magyar (Húngaro)? De mi parte, nada de literatura y un poquito de cine. Me vienen a la memoria los nombres de dos realizadores cinematográficos: Miklós Jancsó e István Szabó. De escritores no tengo idea. Al menos que mencione al célebre Béla Balázs (1884-1949), poeta, dramaturgo, crítico de cine, guionista, etc. Béla Balázs escribió una Teoría del cine. Por ahí la tengo.
El otorgamiento del Premio Nobel de Literatura, 2025, a László Krasznahorkai (5 de enero de 1954, Gyula, Békés, Hungría) me ha permitido descubrir que colaboró con el realizador Béla Tarr (21 de julio de 1955, Pécs, Hungría). Kraznahorkai y Tarr escribieron, conjuntamente, los guiones de La condena (Kárhozat, Hungría, 1988), Satantango (Sátántango, Hungría-Alemania-Suiza, 1994, 470 minutos), Las armonías de Werckmeister (Werckmeister Harmóniák, Hungría, 2000), El hombre de Londres (A Londoni férfi, Hungría, 2007) y El caballo de Turín (A Torinói ló, 2011, Hungría, 146 minutos). De esas colaboraciones, sólo he visto Satantango, una larga adaptación de la novela de László Krasznahorkai, en blanco y negro, que “narra el fracaso y posterior abandono de una granja colectiva en la Hungría de finales del régimen comunista” y El caballo de Turín, correlizadas con Ágnes Hranitzky, su mujer, como en toda su filmografía. Se ha escrito que, en cuanto estructura y estilo, El caballo de Turín “se divide en seis parte que se corresponden a igual número de días consecutivos en la vida de los protagonistas… Las tomas son realizadas siguiendo un estilo a este punto consolidado por Béla Tarr: largos planos-secuencia, en blanco y negro, en los cuales la cámara se mueve más o menos lentamente, siguiendo las acciones de los protagonistas o mostrando los ambientes. Por lo tanto, los protagonistas son generalmente respetados y se crean diversos tiempos muertos, toda la película se compone de solo treinta planos”.
Después de un comentario, fuera de cuadro, con fondo negro, que explica la reacción del filósofo Friedrich Nietzsche cuando vio como un cochero maltrataba a un caballo porque no quería avanzar (“Lo que pasó exactamente es desconocido. La versión más extendida de lo sucedido dice que Nietszche caminaba por la Piazza Carlo Alberto, cuando un repentino alboroto que causó un cochero al castigar a su caballo llamó su atención. Nietszche corrió hacia él y lanzó sus brazos rodeando el cuello del caballo para protegerlo, llorando, desvaneciéndose acto seguido contra el suelo”), aparecen las imágenes.
Vemos a un caballo jalando una carreta, conducido por su dueño, bajo una tormenta de viento. Al llegar a su casa rural, ayudado por su hija, lo liberan de las ataduras y lo meten a su refugio. Hay una secuencia en que cuando el caballo es preparado para salir, nuevamente, al otro día, se niega a moverse y sin ningún maltrato lo vuelven a encerrar, viéndose, los posteriores días, seis días y noches en los que no cesa la tormenta de viento, que se niega a comer y tomar agua. Los personajes, padre, hija y el animal, salen de ahí para dejar el lugar, pero regresan, resignados a morir ante la inclemencia del tiempo, su pobreza extrema y el precario alimento (una papa diaria de ración). No les queda más que esperar la muerte, ante el implacable apocalipsis ventisco.
El caballo de Turín es una obra sublime e irritante a la vez, poética y maldita. Ante la destrucción que va dejando la naturaleza, a los personajes no les queda otra alternativa más que resistir inútilmente, resignarse y esperar la muerte, aunque el padre le dige a la hija: “Debemos comer”.
Al terminar su comentario crítico sobre la última obra de Béla Tarr, Jose Luis Ortega Torres escribió: “Sin embargo, el filme no es del todo un laudo que condena al ocaso, por en contrario permite que permee la esperanza, si nos atenemos al viejo adagio que señala que ‘después de la tempestad viene la calma’. Ya en el sexto día -episodio final de la película- todo es oscuridad, depresión y desasosiego, pero justo después de él, en ese séptimo que Béla Tarr nos niega ver, Dios descansó. ¿Por qué no creer que después de eso, la humanidad renació?” (Revista Icónica. Pensamiento fílmico / Número 1 / Verano 2012, página 50-51.
Nietzsche escribió: “Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado”. Sus últimas palabras, tras su colapso, en 1889, fueron: “Madre soy tonto”. Ya no volvió a hablar, marcando el final de su conciencia y muriendo en 1900, por la agudización de su neurosífilis, sin encomendarse a Dios, para redimirse en el más allá y poder hablar con Zaratustra, eternamente.


