El PRI, como las estrellas que vemos en el firmamento, perdió fuerza de atracción; sus miembros, al no existir qué los retuviera, incentivos que ofrecer y castigos que imponer, fue incapaz de conservar sus cuadros, sus miembros y hasta su supuesta ideología.
Los cuadros, miembros e ideología, pasaron, sin beneficio de inventario, a Morena. La escoria política que aún conserva, no representa el ideal revolucionario; tampoco lo opuesto: lo institucional. Su representatividad se reduce al ego e intereses de los “quedados” y a los del boxeador que hace las funciones de presidente.
Algunos miembros del Revolucionario salieron de él para correr la aventura que inició AMLO. Lo hicieron cuando el éxito era dudoso y las posibilidades de fracasar seguras. En su tiempo tuvieron y siguen teniendo su premio. El Clan de los Monreal, Ignacio Ovalle, Adán Augusto López y otros salieron en la primera diáspora. No les fue nada mal: ganaron puestos e inmunidad.
Otros priistas, más cautelosos, esperaron el triunfo del nuevo caudillo y de su causa, en ese orden. Saltaron de un viejo PRI a un nuevo PRI. Los viejos y neo morenos llevaron consigo costales de mañas y trapacería, mismas que adquirieron en su paso por su anterior querencia: embarazo de urnas, acarreos, financiamiento ilegal, apoyo gremial, entre otros. Algo inventaron los morenos: los acordeones. Muy pocos negarán que las mañas con que los ex priistas salieron y que llevaron consigo al abandonar al PRI no han sido de utilidad.
Algunos panistas, al ver la desbandada de los priistas y al convencerse de que poco o nada tenía que esperar dentro de su organización, también desertaron del partido de su querencia de toda la vida: Manuel Espino es uno de ellos. Javier Corral Jurado, que fue gobernador de Chihuahua, ante la promesa de ser premiado y el inminente peligro de ser procesado penalmente, también desertó. No le fue mal, obtuvo una posición e inmunidad, cuando menos por algún tiempo. Hay otros.
En estos momentos no hay un líder nacional que intente revivir al PRI. No creo que los expresidentes priistas que viven: Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo y Enrique Peña Nieto tengan interés en encabezar la reconstrucción del partido que los llevó al poder y que los sostuvo en él. Dos de ellos están muy contentos en España. Salina de Gortari, ahora que es español sefardita, es imposible que prescinda de su nueva nacionalidad y de las comodidades de las que, al parecer goza. Enrique Peña Nieto pudiera más estar interesado en las delicias de su nuevo hogar. Nada de que el amor hacia la Paloma era sincero y eterno. Ya se vio que era fingido y oportunista.
Los viejos priistas como Manlio Fabio Beltrones, Francisco Labastida Ochoa, Dulce María Sauri, Beatriz Paredes, entre otros, no creo que estén interesados en salir de los asilos en los que se hallan recluidos, para asumir la tarea de reconstruir su organización política. Sólo aspiran a que sus hijos, sobrinos o demás parientes alcancen alguna posición política.
Los modernos cachorros de la revolución: Luis Donaldo Colosio Riojas, Enrique de la Madrid, pacen en otro corral o no levantan. De ellos mejor no hablar.
El PRI, teniendo a la vista la acción reconstructiva de los panistas, no puede quedarse atrás y no hacer nada. Su discurso nacionalista y revolucionario, aunque obsoleto, debidamente actualizado, pudiera producir algunos dividendos. No digo que muchos. Tomando en consideración sus antecedentes, van a encontrar a muy pocos que les crean.
Dada la política generalizada de dádivas que ha instrumentado Morena es casi imposible que un PRI renovado gane votos y posiciones. Antes y después de la renovación son de esperase nuevas deserciones.
Como los panistas, si bien pueden buscar un nuevo logo, no pueden renunciar al uso de los colores patrios. Éstos, bien o mal, aún atraen el voto de gente poco informada.
Habiendo perdido el PRI las gubernaturas y congresos de estados claves, como los de México, Veracruz, Jalisco, Oaxaca, Guerrero, Puebla y otros, no está en posibilidad de obtener recursos de ellos para sostener su causa. Pocas son las posiciones reales que puede ofrecer y, por lo mismo, las dádivas que puede recibir. Sus candidatos han competido y seguirán compitiendo en desventaja.
Mucho haría con que los gremios que aún conserva no deserten. El PRI no está en posibilidad de atraer para sí a las organizaciones y sindicatos que ya desertaron. Está imposibilitado para amenazar y, lo más grave, para cumplir sus amenazas.
El ya casi centenario PRI no está en posibilidad de cambiar. A nadie convencería de que dentro de su organización se va a implementar un sistema democrático para rotar a sus dirigentes y a quienes presentará como candidatos a los diferentes cargos de elección popular. Es de esperarse que en la rotación de ellos sigan las mismas componendas y enjuagues. Los priistas, ni volviendo a nacer, cambiarían.
No estaría de más que los priistas comiencen a pensar seriamente en que su organización pierda su registro como partido en las elecciones de 2027. Deben prepararse para lo peor.
Para el caso de que desaparezca el PRI habrá que legislar para que en el futuro nadie puede volver a utilizar los colores y símbolos patrios con fines partidistas. Para mayor seguridad habrá que elevar la prohibición al nivel constitucional. Los morenistas y sus cómplices deben hacerlo ahora que pueden. Esa pudiera ser la reforma correspondiente a la semana que siga al día en que el PRI desaparezca. Los morenos reforman la Constitución todas las semanas del año. Aún cuando el Congreso se halle en receso. Las sesiones virtuales han venido a facilitar la realización del proceso legislativo y el manoseo constitucional
Hay algo que es cierto: se produjo un cambio en los electores: abandonaron la práctica de dejarse llevar por los colores patrios, para seguir a un líder carismático que les prometió pan y circo: pensiones y mañaneras todos los santos días.
El modelo sigue intacto en el segundo piso de la 4T. Ya se vio que el tiempo presidencial alcanza para mal gobernar, atacar a los adversarios, hablar todas las mañanas, escribir libros, agarrar de su puerquito a Ricardo Salinas y platicar con el patrón: Donald Trump.

