En la vida pública lo más importante siempre es amputar el ruido, entender los hechos y ver la realidad. Es la lucha entre la confusión y la claridad. Esto es especialmente pertinente con respecto a la marcha de la Generación Z que se realizó el pasado 15 de noviembre, la cual, a través de la potencialización en redes, se hizo un hecho virtual que no se materializó en la realidad.
La marcha nos deja más dudas que claridades: ¿quiénes fueron los convocantes originales?, ¿qué agenda la generó?, ¿por qué se publicaron videos en redes sociales con tutoriales de actividades subversivas como derribar vallas, agredir policías y, sobre todo, la intencionalidad expresa de tomar Palacio Nacional?
Frente a las dudas, la realidad y los hechos son claros, fracasaron en varios niveles: no lograron su deseada toma del Palacio, la convocatoria no fue lo que esperaron, no hicieron que su movimiento se trascendiera, pero, sobre todo, no alteraron la correlación de fuerzas políticas, ni la estructura de poder.
Otros hechos que son innegables: que hubo más jóvenes en el peor cartel de la historia del Corona Capital que en la plancha del Zócalo; y que la marcha estuvo llena de políticos rancios, buscando el oxígeno de la atención frente a la asfixia de su intrascendencia.
A estos, valdría la pena preguntarles si saben quién es Monkey D. Luffy (si no lo saben, no tienen ni idea de lo que significa la bandera que identificó la manifestación). Y como en la política hasta el azar se planea, la marcha se realizó en una fecha que no es efeméride de nada, por lo que es una profunda coincidencia que se hiciera dos días después de las sentencias de la Suprema Corte que obligan a pagar casi 40 mil millones de pesos a Grupo Salinas. Hasta ahora nadie ha explicado por qué se eligió esa fecha.
Es claro que hay una estrategia y una acción concertada en una agenda para debilitar al gobierno, sin embargo, sería un error no reconocer que hay un sector en el país que tiene un sentimiento de enojo. El fiasco de la marcha no es ningún éxito, la mala fe y la presencia de actores políticos no deben tapar la posibilidad de que haya causas justas. El pecado favorito del diablo es la soberbia. En Morena no podemos ser insensibles a esto.
En 2003, mi maestro, el Lic. Manuel Camacho Solís, escribió un artículo titulado “La calle y el parlamento”, en el cual señala: “los responsables del gobierno, los legisladores y los líderes sociales de protesta pueden coexistir y salir bien librados, si cada uno hace su parte; el Congreso debe ser sensible ante la calle. Sin que eso signifique que tenga que aceptar los dictados de la calle. Su responsabilidad es acomodar al conjunto de intereses y visiones que existen en el país”. Hoy, estas palabras se mantienen vigentes: responsabilidad y sensibilidad política.
Esto debe llevar a una reflexión de fondo: ¿cómo darle mayor potencia y credibilidad al gobierno de la Cuarta Transformación y qué lecciones nos llevarán a esto?
La primera es que el gobierno debe ser sensible a las causas justas, pero no ceder a las agendas ocultas.
Lo segundo es que debemos repensar nuestra capacidad para debatir. Nuestra argumentación debe centrarse en cuál es la utilidad a la República de nuestras acciones.
Tercero, tenemos que retomar las causas y establecer una ruta de atención, lo que es nuestra raíz y ADN, pero, sobre todo, debemos entender que solo hay un proyecto, y es la transformación profunda del país y que esta la representa la Presidenta, Dra. Claudia Sheinbaum. La única salida es el apoyo y respaldo total a la Presidenta, quien ha dicho: “no estamos de acuerdo con la violencia… la única manera de garantizar los derechos es a través de la paz”.
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