El reciente asesinato del alcalde uruapense Carlos Manzo es una de las expresiones más ominosas y condenables del descontrol institucional que padece la sociedad mexicana. Estamos ante un evidente déficit de gobernabilidad, en general, y de gobernanza y gobernabilidad democrática en particular.
A la presidenta Sheinbaum ya se le ha escapado de las manos el manejo de los hilos de los asuntos fundamentales del país. Los problemas se le han agolpado con celeridad en los últimos días y le están pegando en la cara. Con el rostro descompuesto y perplejo no reacciona para entender lo que está pasando y tomar decisiones profundas ante esta emergencia nacional, sino que actúa como una gobernante autoritaria que se siente dueña del país y donde nadie –so pena de ser señalado desde el púlpito mañanero- tiene derecho a informar con libertad ni a criticar, mucho menos a protestar públicamente.
Cosechando las pésimas decisiones que en múltiples áreas le dejó su antecesor López Obrador, subrayadamente en materia de inseguridad, así como recibiendo el impacto de sus propias irresponsabilidades –como impulsar y defender el desmantelamiento del poder judicial para apropiarse de él, así como las reformas retrógradas a la Ley de Amparo-, Claudia está sentada en un barril de pólvora, cercada por fuegos que le amenazan desde distintas direcciones.
Lo de Uruapan y Apatzingán en Michoacán, junto con otros hechos violentos en diferentes estados de la república, desmienten el discurso de un país supuestamente en vías de pacificación. En los hechos se demuestra que México está cada vez más controlado por el crimen organizado, por los cárteles delictivos, los cuales actúan sin límite alguno.
Son estos grupos los que gobiernan en extensos territorios e imponen su ley. En nuestro país no hay gobernabilidad democrática e institucional, sino ausencia de Estado. O como lo empiezan a señalar algunos analistas, tenemos un “ingobierno” nacional (Manuel J. Jáuregui).
Pero Claudia Sheinbaum vive en otra realidad, el de su “segundo piso” de una “cuarta transformación” que es una farsa, ya que es un castillo de naipes construido por un falso profeta que destruyó gran parte de lo que funcionaba, obsesionado por sus delirios de grandeza, por su exacerbado narcisismo. En realidad, el país está económicamente estancado, sin crecimiento ni empleos suficientes y bien pagados; con abandono del campo, la salud, la educación y la infraestructura para el desarrollo, con decisiones recientes que alejan la inversión privada nacional y extranjera, por sólo apuntar algunos de los múltiples problemas nacionales.
Subrayo algo que aquí hemos afirmado en ocasiones anteriores: el actual proyecto gobernante tiene como propósito fundamental mantener y perpetuar el control político sobre la sociedad, no detonar el desarrollo nacional. Por eso buscan sacar dinero de donde se pueda para seguir comprando votos y asegurarse su continuidad en el poder. Y es que ya se gastaron todos los ahorros de los sexenios anteriores a los que tanto criticaron.
Pero ese corrido ya se les está acabando. A la gente no se le puede engañar eternamente y ya está despertando y reaccionando, incluso violentamente como lo acabamos de ver en Michoacán en protesta por el asesinato del expresidente Manzo.
Tienen razón quienes advierten del riesgo de que empiecen a surgir de nuevo los grupos de autodefensa y que puedan verse también expresiones de violencia en otros lugares de la república.
Pero Claudia Sheinbaum, en lugar de actuar como jefa de Estado, reacciona exhibiendo burdamente su vena autoritaria, descalificando a los medios de comunicación y a analistas críticos, acusándolos de “carroñeros” y amenazando con coartar la libertad de expresión. Al mismo tiempo que amenaza a quienes buscan organizar protestas y a los productores del campo (que en días pasados salieron a manifestarse), advirtiendo que los va a exhibir sobre sus supuestas fuentes de financiamiento, para lo cual “ya pidió información”. Así que el mensaje autoritario es claro: prohibido protestar.
Recordemos que no escuchar e ignorar a la sociedad para tomar decisiones es contrario al espíritu de una gobernanza democrática, es autoritarismo y hasta totalitarismo. Y ganar elecciones con el costo de ceder control territorial a los grupos delictivos es ausencia de gobernabilidad democrática y, peor aún, es traición a la patria, un modus operandi que ya se les está agotando aceleradamente. “Con el pueblo todo, sin el pueblo nada”, decían. Sólo era demagogia, una engañifa, una frase vacía a la que han traicionado. Afortunadamente cada vez más sectores sociales se percatan de ello.

