Marsella.- Recientemente en esta antigua ciudad francesa recordaba una obra literaria, por cierto muy celebrada, catalogada como la obra cumbre de Alejandro Dumas, me refiero al Conde Montecristo, que nos cuenta de las cuitas de Edmundo Dantés que regresó desde el olvido para trazar y completar el trámite de su venganza. Retrata la condición humana de manera bastante explícita, Dantés en el papel del conde derrota a quienes fueron sus verdugos que anteriormente lo enviaron a prisión donde conocería al abate Faria quien en las mazmorras instruye al dolido Edmundo en las ciencias y le indica de un tesoro, con la rabia y deseo de venganza revive algo dentro suyo y retorna para vencer.

La bondad y la maldad, las caras proteicas en los seres humanos que nunca faltan, máxime si hablamos del poder como lo que se busca desesperadamente, Nicolás Maquiavelo lo manifestó en El Príncipe, en cuanto a las maneras de ejercerlo, expandirlo y justificarlo.

Los gobiernos, compuestos por seres humanos, suelen no adentrarse en la autocrítica, por lo regular incurren en lo que los religiosos llamarían el pecado de la soberbia, se asumen como los tenedores y propietarios de la verdad. En nuestro país tenemos años de vivir una evidente polarización, una suerte de torre de Babel en donde cada actor político habla su propio idioma y anula a quien piensa diferente aunque la clase gobernante postule a la democracia como el ideal para gobernar.

Maquiavelo parte de una postura realista, conocía los entretelones de la naturaleza humana y el afán por mantener el poder al costo que fuese, acaso por algo se invoca que el fin justifica los medios. Hay quienes en política desean imponer un pensamiento único, lo cual deja ver los intereses autocráticos para convertir a su gobierno en un moderno Leviatán que tiende al absolutismo.

En nuestro país la polarización es desde hace mucho tiempo es un enorme lugar común, desde el forje del estado mexicano en 1821 ya hubo las pugnas entre liberales y conservadores, se diseñó un ejercicio maniqueo que nunca se mantuvo lejos. Al final la lucha ha sido por el poder, lo cual es natural en los seres humanos, desde los ideólogos y operadores políticos hasta los tránsfugas que cambian de chaqueta con enorme facilidad, mudan de ideologías aunque más aún de conveniencias para vestir la camiseta del poder.

Ejemplos al respecto encontramos muy numerosos, por ello no sorprende que de acuerdo al partido político que esté de moda logre más sumas de cuadros que poco antes fueron combatientes de la fuerza a la que se han sumado y mediante discursos tramposos justifiquen su cambio de piel.

En Francia se libró la revolución de 1789 que legó a la humanidad la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, un vigoroso discurso que regularmente los revolucionarios no pondrían en práctica, aunque si marcaron un parteaguas en la conformación del estado moderno.

La geometría política de la derecha y la izquierda se originó en el parlamento revolucionario francés, con los de la diestra a favor del indulto al rey y los de la siniestra por la muerte del mismo. Ahí se destacó el cambio de un ideólogo de la derecha, amante de las intrigas, llamado José Fouché quien de la derecha se sumó a la izquierda. Es decir, el oportunismo político cobraba carta de naturalización.