En esta colaboración, a vuelo de pájaro, escribo sobre algunos temas relacionados con la 4T; ésta, según apuntan todos los datos, para fortuna de los mexicanos, se acerca a su fin. Antes, como cuestión previa, formulo dos observaciones: el quehacer y el lenguaje político han cambiado.

En cuanto a criminalidad, protestas y manifestaciones, los morenistas han optado por aplicar el lema de los fisiócratas: dejar hacer, dejar pasar. Mientras los criminales respeten los convenios y los daños que provoquen afecten intereses particulares, las fuerzas del orden no intervienen; son apáticos para prevenirlos o impedirlos. El ministerio público, que se entiende que es una institución autónoma, por su parte, en lo que tiene relación con los responsables de los delitos y daños a particulares, opta por no investigar ni ejercer la acción penal.

El segundo cambio que se observa en el quehacer político es que, lo que en el pasado inmediato eran malas palabras, ahora es el lenguaje común y corriente; éstas se han convertido en una forma de expresar conceptos, de hacer política, de atacar a los adversarios y de mermar su autoridad. Las mentadas de madre y demás términos considerados ofensivos, han pasado a ser usuales y ordinarios. Mis lectores sabrán perdonar que cuando menos, por ahora, mientras no me convenza de que se trata de una moda pasajera, no le entre a esos usos y costumbres modernos.

Dicho lo anterior, paso a referirme a un tema de fondo:

La 4T, a base de corruptelas, complicidades y amiguismos, más se está pareciendo al viejo PRI, que al programa del Partido Liberal Mexicano o al Plan anti reeleccionista de Francisco I. Madero; éstos a juicio de algunos morenistas, conformaron lo que califican como la tercera transformación de México. Hay algo que es cierto, esa 4T resultó tan autócrata e ineficiente como cualquier gobierno socialista de la región; Cuba, Nicaragua, Venezuela o Bolivia, en su momento. No generalizo pues, como dicen los conocedores, toda generalización es odiosa, sobre todo cuando no se hacen las debidas distinciones y salvedades. Ignoro si el socialismo de Corea del Norte o el de otro país de Asia o Europa sea eficiente o demócrata.

AMLO criticó, hasta el cansancio, a Felipe Calderón, entonces presidente de la República, por mandar soldados a Michoacán; ahora que la señora Sheinbaum hacen lo mismo, los morenos, tan criticones, no se rasgan la vestidura por ello. No dicen esta boca es mía para censurarla; tampoco salen a las calles para protestar.

AMLO predicó la política de abrazos y no balazos de la que derivó el incontable número de asesinatos, la paralización del campo michoacano y el clima de inseguridad y el crecimiento desmedido de la delincuencia; a pesar de ello, Claudia Sheinbaum, muy crítica de Calderón y Peña Nieto, no ha tenido una palabra de censura a la política de abrazos y no balazos, responsable del crimen de Carlos Manzo y del clima de inseguridad que prevalece en Michoacán; que ahora, por razón de ese asesinato, se ve obligada a abandonar.

Como todos los mexicanos, ignoro cuál fue la reacción de AMLO ante el despropósito en el que incurrió la presidenta de la República al mandar militares al estado de Michoacán, pero estoy seguro que, desde su destierro en Chiapas, por conductos idóneos, le ha de estar diciendo: te tengo en jabón, no sabes la friega que te espera; tente lástima.

Morena criticó las acciones de los gobiernos panistas y priistas enderezadas a combatir la delincuencia; la presidenta Sheinbaum, ante el aumento de los crímenes y la reiteración de las críticas, nacionales y extranjeras, ha tenido que aceptar un cambio de política criminal y aplicar un modelo con el que ella y sus partidarios no están de acuerdo. Los golpes que da la vida la han hecho entrar en razón.

 

Poder legislativo

Esta semana un ilustre jurista, diré su nombre: Miguel Pérez López, me recordó que hace cuarenta años, cuando llevaba a mis alumnos de la Universidad Autónoma Metropolitana al recinto de la Cámara de Diputados, aconsejaba a mis alumnos que no hicieran ruido, para no despertar a los señores legisladores que iban a su curul a dormir la siesta o a curarse la cruda por el alcohol que habían ingerido en cumplimiento de sus obligaciones como legisladores.

Para fortuna de los mexicanos, es preciso reconocer que la buena práctica de dormir la siesta y hacerlo en los recintos parlamentarios es algo que se conserva. Ciertamente durante la 4T ha habido cambios, pero afortunadamente durante su cuasi dictadura, que domina, controla y ningunea las dos cámaras que integran el Congreso de la Unión, no han incurrido en el dislate de eliminar esa sana costumbre.

La 4T, el COVID y las circunstancias, han introducidos otra novedad: pasar lista y estar en las sesiones de manera virtual. Se ha sorprendido a un diputado que, pesar de estar inmerso en algunas investigaciones penales y que de ellas ha sido protegido por sus pares de Morena, a pesar del desprestigio que les acarrea, han pasado lista de manera virtual, juega pádel a la hora en que se discuten iniciativas y que no está enterado de lo que se trata en su Cámara.

En la cámara colegisladora: la de Senadores, se ha presentado otro caso: alguien, que por las amistades y parentesco putativo que tiene, sintiéndose intocable, en sesiones de su cámara se dedican a seguir en sus tabletas los partidos de futbol soccer; y que lo hace a pesar de hallarse inmerso en incontables sospechas de haber incurrido en actos ilegales. Si lo sabemos los mexicanos comunes y corriente, es de suponerse que su jefa, la presidenta Sheinbaum, también sabe, no pasa absolutamente nada. Es evidente que ese legislador, aparte de las tres inmunidades de que goza por mandamiento constitucional (artículos 61. 110 y 111 constitucionales) cuenta con una inmunidad de cualidad cuasi divina: tiene el apoyo irrestricto de quien en México es considerado como titular real del poder. Por virtud de éste es inmune e inviolable: y que lo es haga lo que haga.

Otra más: por descuido o por no conocer la Constitución, frecuentemente los legisladores federales que tienen que recurrir a artículos transitorios para enmendar sus errores o descuidos al reformar la Carta Magna. Eso se pudo observar en la reforma de 15 de septiembre de 2024, por virtud de la cual se destruyó el Poder Judicial, tanto de la Federación como los de los estados.