“El obradorismo decidió accionar las garras represivas del gobierno”, afirmé aquí en una anterior colaboración. Por desgracia para el país no me equivoqué. Por ejemplo, en los últimos días, ya con una “fiscal carnal”, decidieron ir contra María Amparo Casar, cabeza de Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, asociación que desde 2015 se ha especializado en denunciar escandalosos actos de corrupción e impunidad de funcionarios en los gobiernos de Peña Nieto, López Obrador y, ahora, de Sheinbaum.
Es decir, han decidido perseguir a quienes desenmascaran la podredumbre y corrupción de aquellos que prometieron una “renovación de la vida nacional”, en lugar de abrir carpetas de investigación y empezar a citar ante tribunales a comprobados delincuentes, ya denunciados, integrantes del grupo gobernante de Morena: Adán Augusto López, Rubén Rocha, Américo Villarreal, Alfredo Ramírez, David Monreal, “Andy” López Beltrán, Mario Delgado y un largo etcétera. Es el ánimo represivo y cómplice de los modernos intocables, llevados a extremos: la barbarie política y un cinismo institucionalizado.
Me pesa mucho decir que se equivocan quienes de buena fe apuestan a que Claudia Sheinbaum entienda la necesidad e importancia de dar un giro de 180 grados en su comportamiento, asuma la gravedad de los problemas del país, reconozca los enormes riesgos de la falta de gobernabilidad que padecemos, haga a un lado su estrategia obradorista de polarización y llame al conjunto de la oposición a hacer un gran acuerdo nacional para sacar adelante al país. Eso no va a suceder.
El bloque gobernante del morenismo ha acrecentado su esquizofrénica borrachera de poder y ha empezado a pelearse hasta con la Iglesia Católica (caso Zacatecas), sin querer darse cuenta de que el morenismo es un deforme gigantón con pies de barro que ha empezado a desmoronarse. Ya no saben ni a quién o a quiénes representan, porque no se representan ni a ellos mismos; son un movimiento amorfo en el que confluyen en su mayoría las expresiones más primitivas de la izquierda y también de la derecha.
En estos momentos de gran confusión teórico-ideológico, en los que particularmente en América Latina se están dando grandes reacomodos políticos que dan pie para que en algunos países se produzcan virajes pendulares desde gobiernos identificados con “la izquierda” hacia triunfos identificados con la “extrema derecha” (los casos de Bolivia y Chile), es importante señalar que aunque haya voces muy respetables que hablan de que está llegando la hora de que México vaya de la “la izquierda extrema” a la derecha o a “la extrema derecha”, me parece que es un razonamiento demasiado simplista, ya que el gobierno de Morena en México más que ser de izquierda o derecha, es un amasijo de componentes cuya filiación es el oportunismo y las redes de complicidades para mantenerse en el poder, cueste lo que cueste.
Allí hay izquierdistas, derechistas, centristas, católicos, protestantes y muchos líderes corruptos. La agenda de este gobierno, salvo en el tema del aumento a los salarios mínimos -que el PRD impulsó en su momento como bandera insignia-, no representa los valores de una izquierda democrática, sino los de un régimen variopinto profundamente autoritario, cuasidictatorial, además de corrupto, ineficaz e ineficiente.
Los extremos del accionar de este Frankenstein hecho gobierno están llevando al país a la ruina, al abismo. Por eso, más que sacar a relucir las recetas que hablan de que es el momento de una inexistente extrema derecha, orgánicamente representada en nuestro país, debiéramos pensar en cómo unificar en una plataforma nacional a los más diversos y amplios componentes de la oposición, de la pluralidad democrática de nuestro país. Eso es lo que nos puede salvar mirando hacia el 2027 y al 2030. Dicho de otra manera, nada de “izquierda” o “derecha”, sino el proyecto de un México democrático por delante.
