El triunfo de José Antonio Kast el pasado 14 de diciembre en Chile es parte de un mapa de recomposición política más que preocupante. En 2023, prácticamente solo 4 países eran gobernados por la derecha (El Salvador, Ecuador, Paraguay y Uruguay); este 2025 ya son 10 naciones: Argentina, Bolivia, Perú, Panamá, Costa Rica, República Dominicana, y ahora Chile. Únicamente Uruguay regresó a la izquierda por el partido legado de Pepe Mujica.
Si a este escenario sumamos la vulnerabilidad de Venezuela, la potencia de la extrema derecha de Trump y, sobre todo, la situación extremadamente crítica en Cuba (inflación del 70 por ciento, apagones diarios de hasta 16 horas, migración del 10 por ciento de su población total), tenemos un contexto preocupante en América Latina, donde solo hay tres pilares: Colombia, Brasil y México.
Los factores que han definido que la izquierda pierda terreno están claros: el primero es la inseguridad, que, con excepción de México, la mayoría de los países de izquierda no han mejorado sus condiciones en la materia.
Mientras Bukele, en El Salvador, ha transformado su país de ser el más violento del mundo a uno de los más seguros en el continente, países izquierdistas como Honduras viven una crisis de inseguridad y hasta un reciente golpe de Estado.
El segundo elemento es el crecimiento económico. En la mayoría de los países latinoamericanos, la izquierda no ha logrado consolidar un proyecto económico de prosperidad y países como Argentina han tenido casos de inflación importantes en gobiernos progresistas.
Y el factor más importante es la corrupción, que ha costado los gobiernos de Lula y Dilma en Brasil, Martinelli en Panamá y Otto Pérez en Guatemala. De particular atención es Perú, pues hoy cuatro de sus últimos 8 presidentes en 10 años están presos. No es que la derecha resuelva nada, no lo ha hecho, pero ha aprovechado el desgaste de los gobiernos de izquierda.
El escenario es preocupante, pero ofrece varias lecciones importantes para mantener a la izquierda exitosa. Lo primero es que debe apegarse a sus principios sin dudas, es su esencia, pero debe ser pragmática y no caer en falsos dilemas ideológicos, al final la prioridad es el bienestar de la población y su satisfacción.
También entender los tiempos cambiantes; la forma en la que gobernaron Pepe Mujica, Michelle Bachelet, Evo Morales o Tabaré Vázquez ha cambiado, ellos priorizaban los resultados, la gobernabilidad y los consensos amplios; hoy en muchos países, la izquierda se volvió dogmática y se extravió de las demandas sociales auténticas y reales; se tiene que encontrar la fórmula para gobernar hoy, no con las fórmulas de hace 20 años.
Frente a este escenario, México carga con una importante responsabilidad. La de ser la única promesa cumplida en América Latina y la única izquierda funcional. El ejemplo de la Presidenta Claudia Sheinbaum ha logrado equilibrar una sana vida democrática, respeto a derechos humanos, disminución de la inseguridad y delincuencia, y atención a las causas populares, aunque le pese a los malquerientes infamantes.
Pesada es la cabeza que porta una corona, escribía Shakespeare; hoy, la Presidenta Sheinbaum tiene la pesada carga de seguir demostrando que la izquierda es un modelo exitoso para América Latina.
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