La navidad no es un adorno en el calendario, ni la reiteración de una costumbre, es la invitación profunda a creer en nosotros mismos, en nuestra capacidad de reconstruir, convivir, anhelar. Es el respiro que permite hacer una pausa para recordar la esencia de la humanidad.

El nacimiento de Jesucristo narrado con sobriedad en los Evangelios ocurre lejos de palacios y centros de poder. Nace en la sencillez de un pesebre, rodeado de amor, cuidados y promesas. Origen que contiene un mensaje que trasciende el tiempo y la fe. La esperanza no surge de la fuerza, sino de la intención, la dignidad y el amor ofrecido sin condiciones.

La navidad recuerda que lo verdaderamente valioso suele nacer en lo  pequeño. En la familia que se reúne, en la mesa compartida, en la palabra que reconcilia, en el gesto solidario que no espera recompensa. En naciones marcadas por contrastes, desigualdades, acontecimientos bélicos y heridas abiertas, el pesebre se convierte en símbolo de encuentro. Nadie sobra, nadie es invisible, todos importan.La Navidad no niega el dolor, lo enfrenta con serena convicción, pues la luz puede más que la oscuridad.

La Navidad en México no es sólo una celebración religiosa, es una coreografía de memoria, fe, alegría compartida y remembranza cultural. Entre cantos, luces, aromas y rituales, las tradiciones navideñas mexicanas componen un tejido vivo que une generaciones, regiones y corazones. En ellas resuenan tanto el espíritu cristiano del nacimiento de Jesús como la riqueza mestiza de nuestras raíces.

Las posadas que se celebran del 16 al 24 de diciembre reviven el viaje de María y José en busca de un lugar donde alojarse. En México son una fiesta popular cargada de símbolos: velas encendidas, cánticos en procesión, letanías dialogadas entre “los peregrinos” y los que abren la puerta, villancicos, piñata de estrellas, luces, papel picado. Más que una recreación histórica, las posadas son un recordatorio de hospitalidad, de empatía hacia el forastero, del anhelo de acogida en medio de la noche.

La piñata tradicional, con forma de estrella de siete picos, tiene su origen en la catequésis, pero se ha transforma en un símbolo festivo profundamente mexicano. Romperla con los ojos vendados representa la lucha contra el mal. El estallido de dulces que cae simboliza la recompensa del bien. Es también la risa de niñas y niños, familia, amigos, comunidad reunida en torno a la alegría compartida.

El 24 de diciembre las casas mexicanas se llenan de aromas y de rituales gastronómicos que varían según la región: romeritos con mole, bacalao a la vizcaína, tamales, pavo, ensalada de manzana, ponche humeante con caña, canela ciruela y frutos diversos. Pero más allá del menú, lo esencial es la reunión en torno a la mesa. Es el altar laico del afecto, el espacio donde se abrazan los que han estado lejos, se recuerda a los que ya no están y se agradece la vida.

El nacimiento es una de las tradiciones más arraigadas, una hermosa expresión del mestizaje. En muchas casas se monta un portal con figuras de barro, madera o cerámica que representa a la Sagrada Familia, los Reyes Magos, los pastores, personajes populares y paisajes campiranos. Es una forma visual de recordar que el milagro del nacimiento de Jesús ocurre también en nuestra tierra.

Herederas del teatro evangelizador, las pastorelas son representaciones teatrales que mezclan lo religioso con el humor y la picardía popular. Relatan la lucha entre el bien y el mal a través del viaje de los pastores a Belén. A través de ellas el pueblo mexicano reflexiona sobre la moral, se ríe de sí mismo y transmite enseñanzas con sabiduría ancestral.

La rosca de Reyes marca el final del ciclo navideño, el 6 de enero. Es un pan circular u ovalado decorado con frutas, ate y azúcar. En su interior contiene figuras del Niño Dios. Quien al partir un trozo lo encuentra, se compromete a ofrecer tamales el día 2 de febrero, día de la Candelaria, como una cadena hospitalaria que se prolonga.

En cada una de estas tradiciones palpita el alma de México. Hospitalaria, creativa, alegre, profundamente comunitaria. La Navidad en nuestro país es una constelación de gestos que resisten el olvido, que afirman la vida, que hacen de la fe una fiesta y de la fiesta una forma de comunión.

La Navidad en tierras mexicanas tiene el aroma del ponche, la calidez de las posadas, las voces de los villancicos que cruzan plazas y callejones. La Navidad en nuestro país hace de la fe y de las tradiciones una fiesta.

Jesucristo, más allá de las creencias personales, ha sido una referencia ética universal. Su mensaje de amor al prójimo, de justicia, de compasión y perdón ha inspirado a lo largo de los siglos, ideales de convivencia, derechos humanos, sentido comunitario. La navidad no celebra únicamente un nacimiento histórico, celebra la posibilidad permanente de humanizar la vida pública y privada.

Para los seres humanos que anhelan esperanza, la Navidad no es evasión del dolor ni negación de los problemas. Es, por el contrario, una invitación al optimismo comprometido. Al que reconoce la realidad, pero no se resigna; al que sabe que la esperanza no es pasiva, sino una tarea común. Una esperanza se construye cuando elegimos el diálogo sobre la confrontación, la justicia sobre la arbitrariedad, la solidaridad sobre la indiferencia.

El mensaje navideño nos convoca a mirarnos como comunidad. A reconocernos en nuestras diferencias, pero también en aquello que nos une: el deseo de paz, seguridad, oportunidades, de un futuro más justo para las nuevas generaciones. Nos recuerda que una comunidad se fortalece cuando cuida a sus niñas y niños, cuando dignifica a los adultos mayores, cuando pone especial énfasis en la educación, cuando abre espacios a las mujeres, cuando incentiva a los jóvenes, cuando ofrece oportunidades a quienes históricamente han sido excluidos.

Que la Navidad sea un punto de inflexión. Un momento para renovar la confianza en el bien, para reconstruir los vínculos que sostiene la vida en común y para asumir, cada quien, desde su lugar, la responsabilidad de cuidar el espacio que compartimos. Que la luz del pesebre nos recuerde que incluso en la noche más larga, siempre puede nacer un nuevo comienzo.

La autora es ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

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