Hay razones reales para pensar que el sentido común (o lo que entendemos por “juicio, criterio y pensamiento crítico cotidiano”) puede estar en riesgo —o al menos sometido a presión— con la llegada masiva y el uso extendido de la inteligencia artificial (IA). Pero también hay matices: no todo está perdido, depende de cómo usemos la IA.

Por qué la IA no sustituye (al menos todavía) al sentido común humano

Muchos expertos coinciden en que las IA actuales carecen de lo que llamamos “sendito común”: es decir, no entienden contexto, matices sociales, ironía, intenciones, afectos, etc.

Esa carencia tiene consecuencias reales: un programa de IA puede fallar en tareas que para un humano son obvias —por ejemplo, distinguir una cebra de un paso peatonal— o entender que si alguien dice “hace frío aquí” podría querer cerrar la ventana.

Además, la IA tiende a basarse en datos previos, patrones, estadísticas, lo que limita su capacidad para reaccionar con creatividad, flexibilidad o adaptarse con sentido humano ante situaciones nuevas, ambiguas o inesperadas.

Por eso, hasta ahora, muchas voces coinciden en que la IA puede automatizar tareas específicas y rutinarias, pero difícilmente reemplazar la intuición, el juicio moral, la empatía o la creatividad humana.

Sí, hay riesgo real, pero el “sentido común” no está condenado

Creo que el mayor peligro no viene de una “IA omnipotente que reemplaza al humano”, sino de una sociedad que delega demasiado —y sin reflexión— en la IA. Si aceptamos las respuestas de la IA sin cuestionarlas, o dejamos que ella decida por nosotros, corremos el riesgo de atrofiar habilidades esenciales: pensamiento crítico, ética social, juicio independiente.

Pero esto no es inevitable. Si promovemos la educación tecnológica, la conciencia de sus límites, y mantenemos vivo el papel humano como actor moral, creativo y reflexivo, la IA puede convertirse en una herramienta para potenciar, no reemplazar, lo mejor de nosotros.