Gobierno de vencedores
José Elías Romero Apis
El gobierno perfecto
no es bueno para los hombres.
Jean Jacques Rousseau
Cierto día, un alumno de mi curso sobre teoría del poder me preguntó cuál sería la democracia perfecta a la que México debería aspirar o imitar. Procuré ser muy cuidadoso para dar una respuesta que podría ser peligrosa en la mente fresca de un joven estudiante de maestría. Le invité un buen café para contestarle amplia y comedidamente.
Le dije que la democracia mexicana es, en mucho, superior a la de algunos países que más presumen de politizados o de desarrollados. La democracia mexicana de hoy es casi de excelencia, sufragísticamente hablando.
México es uno de los dos países del mundo republicano que ha gozado de democracia institucional por más tiempo, de manera ininterrumpida. El otro es Estados Unidos. Desde hace 92 años, las elecciones mexicanas, tanto generales como intermedias, se han celebrado en las fechas que ordena la Constitución, sin que se hayan suspendido o pospuesto en ocasión alguna. En efecto, desde 1920, México ha celebrado 18 elecciones presidenciales, 19 senatoriales y 34 para diputados federales. En total, 71 procesos electorales.
Todo eso se llama estabilidad política y es de lo más preciado de los sistemas políticos civilizados. Porque esos 92 años no los han gozado los países europeos con todas sus guerras, los países latinoamericanos con todas sus dictaduras, los países asiáticos con todas sus inestabilidades ni los países africanos con todas sus calamidades.
Sin embargo, eso no la hace perfecta. La realidad mexicana ha configurado un tripartidismo muy equilibrado que produce victorias electorales sin contar con la mayoría absoluta de los electores. Casi todos los alcaldes, los diputados, los senadores, los gobernadores y los tres últimos presidentes han sido electos sin contar con la mayoría de los votos. Es una paradoja de la democracia mexicana el que instale gobiernos de minoría y no de mayoría. Una minoriscracia en lugar de una democracia.
Por otra parte, las posibilidades de una democracia participativa que viniera a completar a la representativa se encuentran cada día más lejanas. Primero, porque los sistemas tradicionales de plebiscito, referéndum o revocación de mandato son muy limitados y muy alejados de la incorporación ciudadana. Además, porque la democracia participativa ha demostrado su eficacia para pequeñas comunidades pero no para países tan grandes con más de cien millones de habitantes.
Una segunda imperfección es que se ha entronizado una partidocracia que ha desplazado la participación libre de los ciudadanos. Aunque es muy duro decirlo, estamos viviendo tiempos en los que muchos ciudadanos piensan que los partidos son organizaciones desleales, mentirosas, ambiciosas, onerosas, deshonestas, tramposas, convenencieras, indolentes e innecesarias. Que ellos son los culpables de la perturbación del quehacer público y de la contaminación del ejercicio político.
Por último, la democracia es, sin más rodeos, una nicecracia. Niké, victoria. Nuestra democracia, como la de casi todas las naciones, no instala un gobierno de las mayorías sino tan sólo un gobierno de los vencedores. La fórmula de la democracia representativa agota el poder del ciudadano en la mera jornada electoral. El poder político ciudadano tan sólo sirve para elegir pero no sirve para gobernar.
twitter: @jeromeroapis
