Juan Barrera Barrera
Pasadas las elecciones, sin movimientos en los resultados oficiales del Consejo Nacional Electoral, reconocido por la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), y casi superados los conflictos postelectorales, la pregunta que se hacen no pocos analistas internacionales es si Nicolás Maduro tendrá capacidad para conducir a Venezuela hasta el 2019. A pesar de que el Consejo Nacional Electoral aceptó realizar la auditoría al 46% de las cajas de votación que no estuvieron sometidas a su revisión el día de la elección presidencial, que consiste solamente en verificar que el número de votos emitidos por el sistema electrónico coincida con el número de ciudadanos que firmaron en el cuaderno y el número de papeletas.
Es decir, no es un recuento de votos, con lo cual Henrique Capriles estuvo de acuerdo, así como la Unión Europea y la Organización de Estados Americanos. Maduro no pudo obtener un triunfo holgado como se pronosticaba (50.7%) tomando en cuenta que hizo una campaña “colgado” de la figura del recientemente fallecido Hugo Chávez, su guía moral y político. La alta votación obtenida por su oponente Capriles (48.9%) presidente venezolano tiene que cambiar las estrategias para enfrentar la nueva realidad, porque el espíritu de Chávez no le bastará para resolverá los conflictos. Es un indicativo de que el nuevo mandatario suramericano gobernará a una nación totalmente dividida, con un grave déficit en lo social, un alto índice de violencia, una economía petrolizada y una inflación incontrolable. Durante los días en que se agudizó el conflicto electoral, Maduro asumió actitudes políticas inmaduras al amenazar a los opositores de utilizar la fuerza incluso militar si salían a manifestarse. Fue un mensaje equivoco.
Guerra Fría interna
El “primer presidente chavista”, después de sus advertencias de mano dura, dijo que no será un presidente débil y ofreció la mano a la oposición, en medio de un ambiente político de acusaciones mutuas y de discursos radicalizados que hacen pensar que Venezuela está entrando a una suerte de Guerra Fría interna que pudiera ser motivo para justificar cualquier acto represivo. El tono discursivo de Maduro en nada ayuda a sentar las bases para un diálogo con sus opositores que permita crear las condiciones para la gobernabilidad. El no reconocimiento como presidente legítimo de parte de la oposición ha endurecido al sector más radical del oficialismo, incluyendo al propio mandatario: “No te reconozco si no me reconoces”; “Hay un núcleo fascista que tiene intenciones sumamente perversas en contra de nuestro pueblo”, afirmó el mandatario.
Dijo estar dispuesto a conversar “hasta con el diablo”, en referencia su ex contrincante Capriles a quien llamó el nuevo Carmona (Pedro), uno de los autores intelectuales del fallido golpe de Estado en contra de Hugo Chávez en 2002, bajo la advertencia de “Sé lo que voy a hacer, tengo con qué, fui formado por el comandante Hugo Chávez”.
Hay un reflejo de totalitarismo en el discurso que solamente tiende a profundizar la polarización política de Venezuela que lesiona las bases endebles de la democracia. Muy cuestionable, igualmente, la posición de Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional, quien en un acto de censura decidió quitar el derecho de palabra a los diputados opositores que no reconozcan a Maduro, y quienes presidían comisiones fueron destituidos. Nicolás Maduro no debe perder de vista que no goza del reconocimiento de casi la mitad de los electores y que tiene que guiarse por la razón y echar mano los instrumentos políticos y legales que le permitan en el corto plazo lograr la estabilidad política y social, factores determinantes para la gobernabilidad.
Maduro no cuenta del amplio apoyo que tenía su antecesor, ese es uno de sus principales problemas y si en el corto plazo no logra solucionar la crisis política y enderezar la conducción de su gobierno, podría entrar en una crisis de credibilidad, un terreno muy favorable para la oposición que seguramente buscará dentro de tres años en las elecciones legislativas, a mitad del periodo presidencial, un referéndum revocatorio de su mandato.


