El 16 de mayo de 2006 se inauguró la megabiblioteca José Vasconcelos

Qué democracia tenemos donde los corruptos viven en la impunidad,
y al hambre de los pueblos se le considera subversiva.

Ernesto Sabato

Paradigma del espíritu electorero que nunca abandonó a Vicente Fox en su gestión al frente del Ejecutivo federal, el 16 de mayo de 2006 se inauguró con bombo y platillo la megabiblioteca México José Vasconcelos, arquetipo del cinismo cultural de la alternancia.

Tras las derrotas políticas que para el señor de las botas representaron la irrupción de Felipe Calderón como candidato de su partido, pero sobre todo su fallido desafuero en contra de Andrés Manuel López Obrador,  la obsesión del guanajuatense por cerrarle el paso al ex jefe de gobierno capitalino lo llevó a cometer el dislate de obligar a su amiga Sara Guadalupe Bermúdez, presidenta del Conaculta, a inaugurar la confesional catedral de la lectura del foxismo.

No obstante la contundencia argumentativa, técnica y jurídica de contratistas, proveedores y especialistas sobre los riesgos inherentes a forzar la entrega anticipada de la obra, el encaprichado mandatario panista ordenó su apertura con una ceremonia que dejara en claro que la inteligencia mexicana no estaba con López Obrador, sino con su gobierno.

En poco tiempo, las advertencias se concretaron en hechos y la magnitud del desastre obligó al cierre de las instalaciones por 21 largos meses, lapso en el que, previo desembolso adicional de varios cientos de millones de pesos, se corrigieron múltiples fallos, algunos de los cuales serán reincidentes a lo largo de la vida útil del edificio para recordar la irresponsabilidad de haber adelantado su inauguración.

Desde su inicio, el faraónico proyecto de Fox se ubicó en el ámbito de la cultura del relumbrón y del autoelogio, visión entendible si partimos del hecho de que su promotor ufano expresaba su experiencia reducida a dos libros en el campo de la lectura, lo que sustentaba su teoría de la inutilidad de embodegar libros.

Varias voces autorizadas, como la de Guillermo Tovar de Teresa, intentaron vanamente convencer al presidente del cambio de insertar la considerada joya de la corona en la biblioteca del siglo XXI al generar la red informática más extensa de consulta del país.

Pese a la tentación de trascender como impulsor de la biblioteca virtual, las pingües ganancias de un proceso constructivo fueron más convincentes, y seguramente a ello se debe el halo de opacidad que  rodea todo el megaproyecto y su concreción arquitectónica.

Desde la pasada legislatura, un grupo de legisladores de ambas cámaras pudimos señalar la falta de transparencia en el manejo de recursos; la carencia de estudios de viabilidad constructiva, financiera y sobre todo operativa; la incomprensible triangulación de la operación administrativa y las adjudicaciones directas de contratos y sobreprecios detectados, asuntos corroborados por una Auditoría Superior de la Federación carente de facultades de sanción en aquel tiempo.

Algunos de los casos eran de tal cinismo y gravedad que ameritaron la determinación de denunciarlos ante el órgano interno de control, ante la Secretaría de la Función Pública y ante la propia Procuraduría General de la República.

El nulo resultado obtenido de esas acciones emprendidas desde la representación popular, son paradigma de la impunidad con la que los gobiernos del cambio se manejan en  materia cultural, cuyos cánones son la referida megabiblioteca; la destrucción del patrimonio cultural representado por la sala principal del Palacio de Bellas Artes, los insulsos festejos del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución, y la visión empresarial con la que el panismo maneja el patrimonio cultural, al que considera mera mercancía, a pesar de ser ahora un derecho constitucional del pueblo mexicano.

Qué vigencia le asiste al admirado —y recientemente desaparecido— Ernesto Sabato, cuando afirmó que la impunidad es producto de la incongruencia entre el amparo “democrático” a la corrupción y la criminalización del hambre —entendiendo esta última en su acepción figurada de carencia de justicia—,  desatino que ilustra la doble moral característica de la alternancia de Acción Nacional.