Ya podrá regresar a su patria este símbolo
Alfredo Ríos Camarena
Guatemala ha sufrido, desde mediados del siglo XX, la agresión a su soberanía y la imposición de gobiernos peleles al servicio de la United Fruit Company; recordemos que cuando Juan José Arévalo, presidente literato de Guatemala, inició un gobierno popular con sentido social —al igual que su colega Rómulo Betancourt en Venezuela— escribió el libro El tiburón y las sardinas, que explicó la relación de Estados Unidos con América Latina; lo sucedió Juan Jacobo Árbenz, quien fuera derrocado por una franca intervención de la CIA, y en su lugar fue impuesto Castillo Armas.
La guerra en Guatemala contra el comunismo duró cerca de 40 años y, dentro de ésta, se escenificó el genocidio brutal contra la etnia mayas-ixiles en el departamento de Quiché, donde fueron masacrados miles de indígenas. La acción brutal del ejército, ordenada por Efraín Ríos Montt, constituye una de las páginas negras de la represión racista a los más empobrecidos de nuestro continente: nuestros indígenas.
México una vez más abrió las puertas a la inmigración perseguida y permitió el ingreso de cerca de 50 mil indígenas a tierras nacionales. Entre estos miles se encontraba la luchadora social Rigoberta Menchú, que pocos años más tarde, 1992, obtuvo el Premio Nobel de la Paz. Rigoberta, en un gesto que la retrata en su dignidad de indígena, dejó la medalla y diploma del Premio Nobel en México, pues consideró que en Guatemala no debería estar este reconocimiento por las condiciones de represión política que se han vivido; quizás ahora, con la sentencia que se dictó recientemente de 80 años de prisión a Ríos Montt, pueda regresar a su patria este símbolo de su lucha indigenista.
La condena de 50 años por genocidio y 30 por crímenes contra la humanidad que le fue impuesta al viejo dictador no sólo es simbólica, pues en el banquillo de los acusados están el racismo, la discriminación y la injerencia externa que han propiciado en nuestra América graves crímenes contra los pueblos indígenas que han luchado desde siempre por su libertad y por la defensa de su cultura.
El asunto aún no está resuelto a plenitud, las fuerzas más reaccionarias de Guatemala ya iniciaron su ofensiva; el Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (CACIF) ya solicitó, en un anuncio publicado en los medios locales, la anulación del proceso al Tribunal Constitucional; entre otros argumentos, alegan la falta del debido proceso, la no retroactividad de la ley y la presión ejercida por personas y organizaciones extranjeras.
Vaya cinismo, qué descaro de estos grupos de la ultraderecha que siguen pensando que los indígenas no tienen derecho a nada, ni a la vida, ni a la libertad, ni a determinar sus propias tradiciones y culturas.
Pese a esto, lo más probable es que la sentencia se confirme; que el gobierno actual ofrezca disculpas, como lo ordenó el Tribunal y como también lo comentó la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la señora Navi Pillay.
El tema de los indígenas no nos es ajeno, pues en México, a pesar de las reformas que se hicieron primero al artículo 4 Constitucional y más tarde a la construcción de un nuevo artículo 2 Constitucional, que garantiza con amplitud los derechos indígenas, en la práctica sigue siendo letra muerta, pues a los más de 11 millones de pobladores originarios en nuestro país se les sigue discriminando de manera persistente, y prácticamente ninguna agenda gubernamental trata a fondo este tema que lacera a nuestra sociedad. Ésta fue una de las razones del levantamiento indígena en Chiapas, encabezado por el Subcomandante Marcos, pues a pesar de las reformas bien estructuradas, las condiciones de miseria inaudita, de desigualdad y de hambre siguen siendo dramáticas, y constituyen una vergüenza para todos los gobiernos federales y locales de nuestro país a lo largo de la historia contemporánea.
La condena de Ríos Montt debe ser un aliciente para redefinir este tema que pasa inadvertido y olvidado en la política pública; los indígenas sólo han servido para formular discursos contra la pobreza y para enorgullecernos de las culturas de las que somos originarios.
El dictador Ríos Montt a la cárcel; los políticos de América, de la nuestra, de la mestiza, deben abrir los ojos y el corazón para formularle una nueva esperanza de justicia a quienes, a pesar de los siglos, no han perdido su voluntad de tener un destino propio.