No se equivoquen, México ya cambió
Mireille Roccatti
La democracia no se agota en las urnas y debe ser entendida como una forma de vida. La incipiente democracia que sufrimos o gozamos hoy día en México, tras la larga noche del ancien régimen que, si bien es cierto no se constituyó en una dictadura como quieren establecer voluntaristamente los ideólogos de la escolástica antipriista, fue necesario abrir a base de movilizaciones y luchas de obreros, campesinos, estudiantes, clases medias y la emergente sociedad civil organizada, no termina de cristalizar y recurrentemente se plantean modificaciones a la legislación electoral, para cerrar brechas y fisuras por las cuales los partidos políticos eluden, evaden y violan las disposiciones que regulan los procesos electorales.
Actualmente se discuten de nueva cuenta los contenidos de una nueva reforma que afectaría fondo y forma de la regulación electoral; se plantea por algunos la transformación del Instituto Federal Electoral y ampliar sus facultades para que sea el órgano organizador de todos los comicios federales y estatales, en homenaje a la esencia misma del federalismo y además de los consabidos nuevos candados para impedir trasgresiones comiciales; se insiste en instaurar la segunda vuelta electoral en elecciones presidenciales, la reelección de diputados, senadores y presidentes municipales, y algunas otras linduras que ignoran las experiencias históricas y la verdadera praxis política a la mexicana.
Se pretende, asimismo, condicionar la concreción de esta nueva reforma política para facilitar el tránsito legislativo de otras reformas, como la fiscal y energética, consensadas en el interior del Pacto por México, al cual se pretende tomar de rehén para persistir en mantener el régimen de privilegios y canonjías al que se han acostumbrado las elites que usufructúan los institutos políticos, en algunos casos familiarmente.
Acostumbrados a la innegable falta de memoria de una buena parte de la sociedad, perciben que pueden continuar por esa ruta y se empeñan en ignorar que muchos mexicanos observamos la creciente descomposición de la representación popular como forma de gobierno, que seguiremos empujando por la introducción al sistema político de las nuevas figuras de representación participativa. Y lo más importante es que esos segmentos sociales descontentos con los usos y costumbres de la partidocracia aumentan y se nutren con los jóvenes que quieren un México nuevo, trasformado y distinto, que no aceptan que se les quiera engañar con más de lo mismo. Los cambios no pueden ser cosméticos. Nadie quiere vino nuevo en odres viejos.
Algunos partidos políticos en México enfrentan crisis de diferente envergadura. La crisis interna del PAN que estamos presenciando es sólo el empecinamiento de las facciones que detentaron el poder los últimos doce años y hoy pelean por el control de lo que resta del partido fundado por ese gigante que fue Manuel Gómez Morin, partido que perdiera esencia y valores fundacionales en el ejercicio del poder, tan distinto a su génesis opositor.
La soterrada enfermedad del PRD no tardará en emerger y darnos un nuevo espectáculo de los que tiene bien acostumbrado montar cada tanto, en los cuales las tribus que lo integran se destrozan entre sí y luego vuelven a pactar para repartirse las piltrafas y prerrogativas a las que han desarrollado una adicción deleznable.
El PRI, ciertamente, está procesando sus diferencias más civilizadamente y, al recuperar la figura presidencial, se han reencontrado con los genes de su ADN fundacional que hace vértice y arbitro de sus conflictos al Ejecutivo, y todos se disciplinan.
Lo importante de este proceso es, por un lado, que se entienda que la sociedad está vigilante y que la ruta viable es incorporar, en serio y sin trastupijes legales inadmisibles, las candidaturas independientes, la iniciativa popular, la revocación de mandato, el referéndum, el plebiscito y otras figuras de la democracia participativa; no hacerlo sólo acelera el descontento, el hartazgo y la ira social. Que no se equivoquen, México ya cambió.