La guerra entre Ernesto Cordero y Gustavo Madero lleva la marca de su autor: Felipe Calderón.
El verdadero trasfondo de la disputa poco tiene que ver con el contenido de las reformas aprobadas dentro del Pacto por México, y mucho con la lucha por el control del PAN. Los calderonistas —encabezados por el expresidente y articulados por Cordero— buscan apoderarse de Acción Nacional para definir desde ahora la candidatura a la Presidencia de la República en el 2018.
Felipe Calderón quiere regresar a la política y busca hacerlo convirtiendo su partido en un instrumento para imponer al próximo candidato o candidata a Los Pinos. No es ocioso recordar que su esposa, Margarita Zavala, ha sido mencionada en varias ocasiones tanto para ocupar la dirigencia azul como para convertirse en una atractiva alternativa a ocupar la silla presidencial.
Todos los argumentos que ha utilizado Cordero para descalificar a Madero constituyen una cortina de humo para ocultar la verdadera causa de la diputa. Y el motivo no es otro más que la escrituración del PAN.
El defenestrado coordinador lanzó una serie de acusaciones para hacer ver a Madero como un traidor. Le dijo —entre otras cosas— que se había convertido en un satélite del PRI por plegarse incondicionalmente, dentro del Pacto por México, a las decisiones de Enrique Peña Nieto.
Si ése es el verdadero motivo del conflicto, Cordero se ubica, de manera automática, en la pista más primitiva de la política latinoamericana; en la generación de una mentalidad que no ha sabido evolucionar, que sigue anclada en posiciones fanáticas y maniqueas, que lo mismo afecta a la izquierda que a la derecha mexicana.
Jorge Luis Preciado, sustituto de Cordero en la coordinación parlamentaria del PAN, nació políticamente muerto. Pocas veces hemos sido testigos de cómo un partido se encarga de humillar y destruir públicamente a un correligionario.
La expresión burlona de Luisa María Calderón —“¿Es una broma, verdad…?”— cuando conoció el nombramiento de Preciado muestra con toda claridad el deterioro de la relación entre los panistas, y la degradación ética a la que ha llegado un partido que asegura abanderar los valores de los derechos humanos y la democracia.
La senadora Calderón no precisó si su actitud discriminatoria hacia un legislador de sus propia bancada se debe a que no pertenece a la elite blanca y encumbrada de la aristocracia —por aquello de que Preciado fue migrante—, a su falta de experiencia en materia parlamentaria, o bien por tratarse de un empresario especializado, según fuego amigo, en hoteles de paso.
A Preciado se le augura poco tiempo de vida al frente de la coordinación panista. Obviamente su milagrosa permanencia dependerá del tipo de acuerdos que pueda alcanzar con el grupo de Calderón. Un expresidente que en este momento tiene como único objetivo de vida alcanzar el control absoluto para volver a estar en la jugada política.
La debilidad de Preciado y la balcanización —ya no sólo la división— del PAN representan una mala noticia para el Congreso. De cara a las futuras reformas, la pregunta mínima es: ¿con qué PAN hay que tratar?
Hay guerra en el PAN, y ésta ha dejado ver el tipo de canibalismo que ahí se practica.