Construir o destruir
José Elías Romero Apis
Un aspecto muy notorio de la actual política consiste en un mayor privilegio del uso de la mercadotecnia y de la publicidad, en sustitución de los implementos tradicionales de la ideología y del proselitismo.
Desde hace tiempo, nuestra directora, Beatriz Pagés, ha señalado no sólo la importancia de los medios en la vida política nacional sino, además, la preocupación por el uso responsable que se les dé.
La importancia política de los medios de comunicación ya tiene tiempo. Hace 80 años, Joseph Goebbels instaló en Alemania una impresionante maquinaria de propaganda que sedujo y arrastró a su pueblo a sostener una dictadura, a operar una política de exterminio y a comprometerse en una guerra inútil. De ese rango es el poder hipnótico de la propaganda.
De manera más reciente, hace 55 años Arthur Schlesinger y otros asesores creativos forjaron, a partir de un modesto senador, la imagen de John Kennedy y lo que ha constituido una leyenda que aún continua y que, quizá, nunca termine.
Y es que, como decía Dennison Hatch, el uso intensivo de los medios modernos de información y de comunicación ha puesto las ofertas políticas y a los gobernantes mediáticos en un escaparate, promoviendo sus atributos como si fueran las bondades de un producto propalado en un supermercado.
De allí la creciente importancia que los mass media han adquirido en el destino político de las sociedades democráticas, en un mundo cuya velocidad de cambio se ha incrementado exponencialmente. Baste pensar en el escenario norteamericano, donde ya hoy y más en el futuro tienen mayor influencia en el resultado electoral las cadenas televisivas que los partidos políticos.
La publicidad, asociada a la psicología y a la sociología, es una nueva forma de propaganda ideológica y de adoctrinamiento, ciertamente, rudimentario pero de mayor eficacia que el postulado de fondo. Algunas veces, en su modo directo. Otras más, en sus presentaciones aspiracionales o subliminales. Lo cierto es que puede construir prototipos, paradigmas y llevar a algunos hombres comunes al cenit de la idolatría generalizada y, a otros más, al subterráneo de la repugnancia global.
En sus aspectos subliminales, pretende llegar a los sótanos de la subconciencia para, desde allí, producir los efectos de aceptación o rechazo que se propone el mensaje. Eulalio Ferrer lo ha señalado como el tránsito de la guerra de ideas a la guerra de frases, donde éstas tratan de reflejar aquello que a una sociedad le agrada y que lo siente como una adquisición necesaria que sólo podrá surtir el elegible: fuerza, decisión, honestidad, servicio, conducción.
En sus modalidades aspiracionales, se trata de presentar aquello que, muchas veces a primera vista, pareciera un antiprototipo pero que, en el fondo, constituye una aspiración en la que el destinatario del mensaje puede tratar de verse, como en un espejo, o aspirar a parecerse, precisamente por diferencias asimétricas.
Lo cierto es que una red social puede construir o destruir quizá en mayor medida que un medio formal puesto que se le atribuye más penetración y mayor credibilidad. Por eso vuelve a surgir la incógnita planteada al inicio. ¿Qué uso le habremos de dar a nuestros nuevos instrumentales? Muy pronto lo sabremos.
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