Carlos Olivares Baró

Instante: Espacio de tiempo muy breve./ Soplo tajante, santiamén./ Trecho efímero. El instante: trama porchiana/juarroziana. “Las pequeñeces son lo eterno, y lo demás, todo lo demás, lo breve, lo muy breve”: Porchia. Puente: abismo acechando al suicida que lo decide todo en un instante. “Y sin ese repetirse eternamente de todo, de sí mismo a sí mismo, a cada instante, todo duraría un instante. Hasta la misma eternidad duraría un instante: otra vez Porchia. El ser se define en lo fugaz, no en la totalidad del espacio. Hay que ser fiel al relámpago. La inmediatez es silencio: sordina arrebujada en los preludios. “Todo silencio es un espacio mágico,/ con un rito escondido”: Juarroz.
Errante el hombre en su brevedad de mundo, en su especulación de nombres. El tiempo y su espiral de fragmentos acuciosos, de inmolaciones en la luz, de asedio por los filos de la tensión. Amilanarse en esos limbos: alevosía inaceptable. “Ah, que tú escape en el instante/ en el que ya habías alcanzado tu definición mejor”: Lezama Lima. Heredad que huye del intervalo de sol excitante. “Todo tiempo es irredimible/ (…)/ En el punto inmóvil: allí está la danza”: T. S. Eliot. El instante: confluencia de alejamiento/representación donde Dios posa su mirada.
Aparece un instante, Nevermore, de Malva Flores (Ciudad de México, 1961), aborda trazos metafísicos que remiten a Pound y T. S. Eliot: el instante da cabida a una multiplicidad temporal. Reflujos: “y el sol es ya un fermento de frutos/ a cielo abierto/ un adorno de insecto chocando/ en las mejillas”. ¿La evocación, encajamiento en un es que se diluye?: inclinación que tiene el repaso de trasladarse a las espaldas de lo acontecido —atrás, bien atrás—, para retornar fijado en la presencia: a lo que el mundo es ahora, soplo circunstancial: instante. El tiempo oscila, reverbera, salpica las pausas y las quietudes: delirio que sofoca las estaciones: runa desbordada: regato y acorde humedecido. El tiempo coteja todas las posibles conciliaciones: sed, mirada, éxodo, espesuras, silencios, clamores, vigilias… El tiempo cobija las gesticulaciones. El pasado, incidente que se asoma deseoso en la apariencia.
Poemario de ondulada conjuración: las hablas que lo conforman abrazan la eventualidad recurrente de esos hilos frágiles de los nombres: contingencias de las respiraciones del deseo. La duración aquí es fuga y sosiego. “Compás de columpio nuestro arrojo/ en su horqueta:/ veranda/ de una hora que jamás terminaba/ sólo fluía”: comenta una de las voces que vagabundea por estos pliegos. Desamparado en las consonancias de un diálogo cobijado en un barranco de sombras, el poeta se deja guiar por una algazara: “manojo de lumbre”, y encuentra refugio en los azoros de una concordia oral de semántica zarandeada: flama de significados: hormiguero refocilante: empalmes de vislumbres asediados por la gracia.
“Como dibujo de largos trazos firmes/ un canturreo febril/ alzaba nuestras manos/ maduraba la sed/ en las pupilas”: atajos: flujo que es permanencia rondando “el hálito fragante de su simulación”. Nunca más el silencio porque la “urgencia del ahogo/ abalorio de gulas” presiente la marea del instante inflamado: una asonancia dice más que el equilibrio: en la proporción habita el disimulo. Trémulos espejos, aguijones, cascadas, balastos: caligrafía presurosa que colma estos salmos de retornos: aroma de anís: “resurrección en la carne que a veces florecía/ de la noche convulsa”. Poema-hojarasca: códigos superpuestos en los retumbos: repatriación: brama el desconcierto para que el aullido aniquile la sed. La fosforescencia, masa fugaz intacta: casa nómada, la música del verbo.
Aparece un instante, Nevermore: impetuoso adagio de conmiseración cabalgante. La autora de Pa­sión de caza en cabal madurez expresiva.
Malva Flo­res accedió a contestar el si­guiente cuestionario: ponemos a disposición de nuestros lectores sus respuestas.
—¿Cómo conjugas las circunstancias verbales de este poemario con los escenarios de la vida?
—Pienso que, como la vida, cualquier circunstancia verbal es hija del ritmo. A cada uno de los “escenarios de la vida”, como tú los llamas, corresponde una naturaleza rítmica. Así se unen dos ritmos, el del poeta y el de la circunstancia. Creo en la armonía y la busco en esa conjunción, porque somos animales de cadencia.
—Discurso poético desbordado, proceloso, inquieto y, a la vez, soflama enfuga y rondó. ¿Cómo nació este poemario, cuáles fueron sus gérmenes?
—Aparece un instante, Nevermore, es un verso del primer poema que formó parte de este volumen y que me fue solicitado para participar en una revista que incluiría textos sobre la violencia. El lugar donde vivo era, en ese momento, muy peligroso. La violencia no era imaginaria o literaria; no la leía desde una silla en un café de la Condesa sino que la veía por las ventanas de mi casa. En el poema describo a una mujer en un tiradero de basura en el que encuentra un cuerpo ya en descomposición. Sobre ella vuelan zopilotes pero ella busca a Nevermore, en obvia referencia a Poe. Es decir, en medio del desastre, irónicamente, ella busca al cuervo “de románticas plumas”. Entonces, de mi desasosiego por saber cómo debía escribir un poema sobre la violencia, cuál era el papel del poeta frente a lo real y cómo podía expresarlo, nació el libro.
—“Preámbulo forzoso”, “Tropo” y “Epilogo”: tres acápites empalmados en forma de Sonata/Scherzo: el lector tiene la sensación de estar sumergido en un poema largo, en una suerte de arrecife frondoso. ¿Cómo fue el proceso de escritura de esta desbordada cantata?
—Después del poema que te comentaba anteriormente, me asaltó una molestia, una rabia permanente: la de darme cuenta de que no sabía cómo seguir escribiendo y la sensación angustiosa de pensar que todo lo que yo había creído (de la poesía, de la vida, etcétera) era mentira y en estos días de simulación ya no tenía ningún valor. Por eso existe un tono de burla permanente, una sorna de mí misma, contra los “ángeles líricos”. Por otro lado, cuando lo estaba escribiendo murió mi abuela paterna, y eso transformó el poema: me encontré de súbito frente a la muerte real, tangible, de un ser muy amado. ¿De qué forma podía expresar su muerte? ¿Servía la poesía? Escribí la sección “Diario ambulatorio”, incluida en “Tropo”, en el hospital, frente a la cama de mi abuela. En ese sentido, “Tropo” es una vuelta a la poesía lírica.
—Pound y T. S. Eliot son referencias en Aparece un instante…; pero, el lector advierte reminiscencias quevedianas en lo semántico, y glosas gongorinas en lo formal. Poemario de indiscutible cabalgata barroca. ¿Estás de acuerdo?
—No lo había pensado, pero tal vez tienes razón. Me dejé llevar por el ritmo que imponía el poema y por la textura de las palabras. Cuando lo escribí estaba muy enojada con la idea del “poeta”, conmigo misma, con mi país, con eso que llamamos “vocación”. En él, por cierto, no sólo aparecen Pound o Eliot, sino muchos poetas que me son queridos: Darío, Paz, Rojas, Vallejo, entre muchos otros. Quise preguntarme si todavía podíamos ver en el árbol un “sauce de cristal”; si, aún hoy, era posible la poesía que canta, que dice el mundo y al decirlo nos dice, aunque sepamos que el mundo ya es otro. Sigo pensando que sí.
—Dolor, fruición, arrobamientos y vigores de una poeta en total dominio de su oficio. ¿La escritura de este poemario fue una catarsis?
—Sí lo fue. Me encontré de pronto dudando ya de todo, de mi propia canción, de lo que es o debe ser o podría ser valioso en la poesía. Pero frente a la muerte real, volvió la burra al trigo como una manera de encontrar un alivio en la forma. En ese sentido, el poema abre con las conocidas palabras de Pound: “make it new”, y toda la primera parte me pregunto qué es, cómo se escribe aquel new. En el último poema retomo la pregunta y me respondo en boca de otro que me dice que abra los ojos para mirar el mundo.
—¿Qué posición ocupa en tu obra Aparece un instante…, puede considerarse como un antes y un después en tu poesía?
—Por muchas razones personales es el libro que más quiero; pero, también es con el que quisiera poner un “hasta aquí”. En “Vuelta”, el último poema de la sección “Epílogo”, tal vez quise explicar que mi nostalgia por lo que nunca fue debía terminar y empezar en otra cosa, de otra manera.