Juan Barrera Barrera
En el marco de la cumbre de los países más desarrollados (El Grupo de los 8) en Irlanda del Norte, el 17 de junio, Estados Unidos y la Unión Europea iniciaron las negociaciones encaminadas a la creación de lo que pretende ser el tratado comercial más grande del mundo.
La UE es el socio comercial más importante de Estados Unidos y ambos representan más de la mitad de la economía mundial. El comercio entre ambos se aproxima a los 3 mil millones de dólares diarios y los aranceles son bajos, un promedio de 3%.
El presidente Barack Obama ha dado señales que esta asociación comercial será una de sus principales prioridades de su administración y los líderes europeos, Angela Merkel y David Cameron, de Alemania y Gran Bretaña, respectivamente, han expresado su beneplácito por la iniciativa.
Pero detrás del interés estrictamente económico y comercial, ambas regiones tienen ante sí un reto común: la preocupación geopolítica de enfrentar a la China continental, la segunda potencia económica y militar global, cuyos tentáculos comerciales se expanden rápidamente en regiones antes consideradas de exclusiva influencia estadounidense, como la latinoamericana.
La Unión Europea y los Estados Unidos hoy más que nunca se necesitan para librar una de las mayores guerras de todos los tiempos: la de la supremacía por los mercados. Ambos comparten los mismos problemas generados por las crisis financiera de 2008, y la zona euro, en especial, enfrenta un impredecible futuro económico.
Los líderes de ambas partes comparten la idea de que solos no podrán enfrentar los desafíos económicos que les depara el futuro inmediato en las actuales condiciones de crisis y que es mejor caminar el sinuoso camino juntos. Entonces, una zona de libre comercio entre la UE-EU es imprescindible para por lo menos no quedarse a la zaga del dinamismo y expansión de la zona asiática.
Se augura que no será por supuesto una negociación de terciopelo y las partes negociadoras le tendrán que invertir bastante tiempo, ya que como lo han dicho los líderes, “será el tratado comercial más amplio del mundo”, por lo que se presume no se limitará al tema de los aranceles, también estarán en la mesa de conversaciones asuntos como el automotriz, la industria farmacéutica y el de la agricultura, entre otros.
Tan sólo este último sector provocará seguramente fuertes y ríspidas discusiones por ser una de las áreas más sensibles que gozan de especial proteccionismo de los gobiernos (los subsidios agrícolas se llevan casi el 40% del presupuesto europeo).
Sin embargo, la amenaza de una recesión prolongada y programas draconianos de austeridad con riesgo de profundizar los conflictos sociales hasta convertir la situación en un ambiente de ingobernabilidad, en lugar de complicar las conversaciones entre la UE y EU, podría servir de catalizador para que las conversaciones sean lo más fluidas.
Otro escenario posible que podría presentarse, en caso de que las partes negociadoras no llegasen a un acuerdo comercial amplio que eliminen las barreras comerciales que tienen pendientes, es la posibilidad de lograr por lo menos un acuerdo limitado exclusivamente a los aranceles.
El asunto es que ni la Unión Europea ni Estados Unidos están en momentos de mostrarse erráticos ante el mundo que como economías líderes lo que suceda en sus entornos afecta a las economías periféricas. El primer Ministro británico, David Cameron calificó al acuerdo comercial amplio como “un premio que ocurre sólo una vez en la vida” y si las negociaciones terminan en un fracaso total, los jugadores habrán perdido el premio de su vida.