Carlos Olivares Baró

El río es un mar interior. El mar derrama: el río desborda adentro. Bandea el río. Arteria que divide y humedece los contornos. Al frente, el río. El mar batiendo hasta los arenales para acariciar la costa, rugir en espumoso gesto; el río, no: presuroso se abalanza adelante para topar con el mar y mezclarse con ese salobre piélago que se traga todo.
“Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar/ qu’es el morir” (Manrique). Río laborioso que arrastra consigo todo lo que a su paso encuentra. “Hay secretos míos/ que el río se ha llevado,/ y lo que me pidió lo voy cumpliendo/ poco a poco en la tierra” (Neruda).
Pronunciación de humedad, el río. Voz de vida: lluvia furiosa que se detiene bajo el techo para respirar en su sombra y mirarse en el espejo de sus arcos. “Eterna estrofa de agua” (Gerardo Diego). En la botadura del río “el agua muestra su corazón, racimo de espejos ahogados” (Paz). Caminé junto al río y seguí su faena de pulir las piedras y arrastrar el légamo. “Fui al río, y lo sentía/ cerca de mí, enfrente de mí./ Las ramas tenían voces que no llegaban hasta mí./ La corriente decía/ cosas que no entendía” (Juan L. Ortiz).
Río Bravo. Río Bravo del Norte. Río Grande. Flujo empapado de 3,034 kilómetros: de las montañas San Juan de Colorado hasta el Golfo de México. Desbordamiento esplendente entre Ciudad Juárez y El Paso, entre McAllen y Reynosa, entre Brownsville y Matamoros… “Yo soy un río,/ voy bajando por/ las piedras anchas,/ voy bajando por/ las rocas duras,/ por el sendero/ dibujado por el/ viento” (Javier Heraud). Hay niñez de río: recuerdos de río: Manatí flotando en las pupilas. “Sí. El río es como un hombre de corazón inquieto/ que va encendiendo hogueras y se muere de frío” (José Ángel Buesa).
Te diría que fuéramos al Río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto (Premio Bellas Artes de Poesía Aguas­calientes 2013. FCE, Conaculta, INBA, ICA, 2013), de Jorge Humberto Chávez (Ciudad Juárez, 1959), es un poemario anegado y presuroso: salmos empapados: “La ciudad es una. Un río la parte en 2: ciénaga de sudores./ La poesía es muchas: palabras que transmutan apenas cruzas este río”. Voz suscrita en confluencias. Las inflexiones de esta cartilla lastiman por su punza de albor y azoros colindantes con la orfandad. Tajo. Río que cercena el tiempo. “Este río/ avanza bajo los puentes como una daga segando algodonales./ Duele y canta la ciudad, pero bajo la luz del sol es una sola”.
Heredero de Ovidio, César Vallejo, Gonzalo Rojas, Pablo Antonio Cuadra y Antonio Cisneros, la retórica de Jorge Humberto Chávez se abanica entre la oralidad apremiante y un índice de soledades empinadas. Dividido en cuatro apartados (1. Crónicas, 2. Fotogramas, 3. Poemas desde la autopista, 4. Dagas): desvelos en gestos de afilada mirada, medianoche que acurruca “un tigre dormido en el mismo centro de los ojos”: memorándum de invocaciones, iconografías de extravagantes cifras, jaculatorias de amargas concurrencias y escalpelos que escinden la certeza. La ironía armoniza la urdimbre de este cuaderno de aciago tránsito y oscura conmiseración: “hombres y mujeres felices conversan/ mientras tú y yo estamos descendiendo/ cada uno a su poza y al sólido rencor”. Ciertos conformes de la canción ranchera afloran por estos cánticos de ruda y refulgente oratoria.
Apollinaire, William Carlos Williams, Van Gogh, Antonio Cisneros, Emily Dickinson, Neil Armstrong y Charles Manson: empalmes intertextuales que proyectan sendas sinuosas de sugerente prosodia. Ciudad Juárez, presencia espectral. El río, trasnominación: exordio y fin. “Todos somos una boca poblada de huecos una mano que no halla/ sostén una pila de cántaros rotos en la tierra”. El río, eco de imprevisiones. Qué sentido tiene llorar si ya no hay llanto que brote, si ya no hay río: sólo urgencia y sima: “bocas y ojos alegres porque los oscuros de ver y decir están viviendo/ más cerca de la muerte”. Un sudor: el río.