Pável Granados
El camino que va de las hipótesis a las conclusiones es difícil y cuesta años. Por otra parte, el camino de regreso, el que viene de allá para acá, es decir: del mundo de nuestro tema al mundo de los lectores, es mucho más fácil. Y curiosamente es el que menos realizamos. Le ponemos menos atención. No nos atrevemos a confesarnos que sólo nos interesa recorrer nuestro camino y olvidamos si los demás tienen el mismo interés que nosotros en los temas que frecuentamos todos los días. ¡Qué lo recorran ellos por su cuenta!, diríamos si nadie nos escuchara. Por eso quiero dedicar estas palabras a explicar qué he aprendido de Ramón López Velarde. Es una enseñanza no muy favorable para la poesía, porque si alguna certeza me ha dado es la de pensar que la poesía no es tan universal como muchas veces pensamos. Si lo fuera, La suave patria volaría más lejos. Pero no lo hace. Es un ave esplendorosa atrapada en las rejas de nuestro país. La jaula, tratándose de la literatura, es bastante estrecha. Porque las obras literarias generalmente vuelan por el mundo, abren sus alas ampliamente y recorren las llanuras del mundo. Este poeta, por su parte, es nuestro. Pero al llamarlo “nuestro” lo apreso. Siento que le quito alas. ¿Pero es que se trata de un confinado? La verdad es que no tengo una respuesta. No puedo decir si López Velarde es el poeta de un país por falta de difusión o porque existe una imposibilidad de comprenderlo más allá de nuestras fronteras. ¿Por qué Leopoldo Lugones, para poner un ejemplo contemporáneo de él, sí tiene una reputación más amplia? López Velarde tiene algo más en contra que la falta de comprensión, y es que se le ha querido censurar lo que otros suponen que dijo. Esto es: que su poema La suave patria alaba el nacionalismo, esa ideología que se supone que no hay que promover. Pero desafortunadamente, nada de eso dice tampoco en su poema. Para creer eso hay que ignorar todo el mensaje del poema. Este autor dice que va a dejar su vocación de poeta íntimo para cantar una epopeya. Pero apenas lo dice, se desdice. Se da cuenta de que no le dará la voz para el papel heroico que le pide la patria. Así es que prefiere ponerle una sordina a su voz. Pero ¿qué significa exactamente eso? Que no abarcará las vidas de los héroes y cada una de sus hazañas. Que hablará de uno de ellos, de Cuauhtémoc, pero tampoco lo hará de la manera esperada. Se referirá a él con unos cuantos versos, sintéticos y delicados. ¡Nada que ver con lo que se espera de un poeta épico! Porque lo que López Velarde hace en su poema es coleccionar experiencias personales y guardarlas en las pequeñas cajitas de sus estrofas. Son experiencias que ustedes conocen: una rana que se espanta con los fuegos artificiales, la mirada de una joven vista al azar entre una estación de trenes, unos loros atravesando la selva como unos relámpagos verdes y estruendosos. Todo lo que ama y que espera que no se pierda. Frente a las promesas de la guerra, mejor las bellas realidades, por muy pequeñas que sean. Y si ese mundo en el que vivía el poeta naufragaba y todo moría, que todo sobreviva en el poema. De hecho, todo naufragó repentinamente. López Velarde no alcanzó a ver el mundo después del diluvio. Para que sobreviviera, el poeta puso en su arca el pedacito de mundo que la cabía en la cartera.


