Patricia Suárez
¿Estás más tranquilo?… ¿Ahora puedes responder? Es necesario que seas sincero y trates de recordar los detalles. ¿Está bien?… ¿Cómo te llamas y qué edad tienes?
Uriel Juárez Ramírez. Tengo ocho años.
¿Qué hacías en la casa donde te encontramos?
Pos’ ahí vivo.
¿Quiénes viven contigo?
Mi mamá, mi abuela Concha y mi hermana Lucía.
¿No tienes hermanos?
Sí, dos. Mi hermano Grabiel, que se fue pal’ otro lado, y mi hermano Miguel.
¿A qué se dedican tus hermanos?
La Lucía nomás a estar en la casa. De Grabiel no sabemos nada desde que se fue.
¿Y Miguel?
Pos’… Pos’, trabajaba con don Jacinto.
¿En qué?
Pos’, pos no sé… Mi hermano le ayudaba a don Jacinto con sus cuentas. Cuando los clientes no le pagaban, mi hermano tenía que perjudicarlos: así decía él. Mi mamá pensaba que a Miguel se le había metido el diablo y que por eso hacía tarugadas.
¿Ganaba bien en ese trabajo?
Sí, a mí me compraba hartas cosas. Bueno, nomás al mero principio porque desde que se enredó con la Mayra, ya no nos dio nada. Mi mamá le dijo que esa mujer era una golfa, que lo había embrujado. Miguel se enojó y ya no regresó a la casa. Entonces yo quería irme a buscar a Grabiel o a trabajar con Miguel pa’ mantener a mi mamá, pero ella me dijo que mejor me dedicara a estudiar y no anduviera pensando en eso. A mí no me gusta la escuela pero la Lucía me lleva a fuerzas.
¿Y por qué regresó Miguel a tu casa?
Pos’ porque vino quesque a visitar a mi mamá y a quedarse unos días. Llegó en una camioneta grandota, negra, de ésas en las que no se ve pa’ dentro. Y lueguito que me sube y que me lleva a dar una vuelta. Todos en el pueblo nomás nos miraban y yo me sentía rete contento, grande, como si todos me tuvieran miedo.
¿Tu mamá qué dijo?
Pos’ lo primerito que hizo cuando regresamos fue cachetear a mi hermano. A mí también me pegó y me dijo que no quería que yo fuera criminal, como él.
¿Tú sabes qué crimen cometió tu hermano?
No… Bueno, él nomás me contó que unos polis se habían llevado a don Jacinto y que él se había escapado, que se había trepado por una barda bien alta y que de suerte no se había rompido una pata y que había agarrado la camioneta de no se quién. Yo nomás me emocionaba cuando me lo imaginaba corriendo entre los balazos. Mi hermano corría bien rápido, era rete inteligente. Él me enseñó hartas cosas: a defenderme, a pelear, a jugar futbol…
¿Dónde están tu madre, tu hermana y tu abuela?
Pos’ yo no sé. Mi hermano me escondió debajo del catre y me dijo que no saliera hasta que él o mi mamá fueran por mí. Escuché que llegaron unos señores. Luego oí a mi amá que decía que mi hermano no estaba en la casa; luego mi abuela dijo lo mismo y ellos les dijeron hartas groserías, y se metieron y rompieron todo y encontraron a mi hermano y le dijeron que era bien puto, pero él se defendía. La Lucía daba unos berridos… como si la estuvieran ahorcando. Yo mejor me tapé las orejas y cerré los ojos pero alcancé a oír unos balazos. Luego todo se quedó calladito. Les grité a mi hermano y a mi mamá pero nadie me contestó.
Entonces saliste del escondite…
Sí. Mi mamá, mi abuela y la Lucía ya no estaban. Me dio harta rabia ver a mi hermano… ahí… todo balaceado, con un letrero que decía: “A los traidores les va pior asta en la chingada los allamos”. Les grité con todas mis fuerzas que me las iban a pagar. Luego llegaron los policías y me trajeron pa’ acá…
¿Tienes algún otro familiar a quien podamos llamar?
No, nomás los que le dije. Pero yo voy a encontrar a mi mamá y ora’ sí me voy a poner a trabajar. Y nomás que crezca tantito más, también me voy a comprar mi camioneta y voy a ir a buscar a los cabrones que me mataron a mi hermano…