SIEMPRE! DESDE AQUÍ
Que las cosas cambien para bien
Hasta la muerte, todo es vida.
Sancho Panza
Alejandro Zapata Perogordo
Después de las elecciones, regresamos a las reformas, donde cada quien, de acuerdo con sus conveniencias e intereses, plantea las que mejor le acomodan. Así el gobierno impulsa la energética y la hacendaria, la oposición opta por dar prioridad a la política y la electoral, los padres de familia prefieren aterrizar la educativa, los banqueros están inmersos en la financiera, los capitalinos en la del Distrito Federal, los empresarios, los trabajadores, las amas de casa, los jóvenes, simplemente añoran un país de armonía, de desarrollo, con oportunidades, donde existan reglas claras y se aplique la ley para todos, en otras palabras: un verdadero Estado de derecho.
Ante esas expectativas, el mecanismo elegido, denominado Pacto por México, se ha visto como un canal para desahogar todas las inquietudes, que parecen no tener fin. Sin embargo, se ha colocado como el instrumento ideal, para transitar hacia la construcción de los acuerdos, dado que ha acreditado utilidad.
También hay que decirlo, no se trata de un compromiso de carácter social, como en múltiples ocasiones se ha pretendido hacer un símil con los Pactos de la Moncloa, durante la transición española. En realidad, por su composición y los actores que en el mismo intervienen, los acuerdos son eminentemente políticos y, a partir de ahí, se replantean las reglas del sistema, mediante una amplia agenda donde se incluyen diversos rubros que tienen que ver adicionalmente con contenidos económicos, sociales y culturales.
Un buen amigo y connotado panista, don Eugenio Ortiz Walls (q. e. p. d.), me decía permanentemente que la democracia debe ser un sistema de vida, cuya base se encuentra en las libertades y el ejercicio de los derechos, por lo tanto, de manera enfática señalaba que no podía reducirse solamente a los procesos electorales; sin embargo, a verdad de Perogrullo subrayaba: ahí comienza la democracia, ése es su cimiento natural, su origen, cuyo destino se ubica en el permanente camino de la búsqueda del bien común, el bien de todos, sin democracia electoral, lo demás sale sobrando, pues difícilmente puede hablarse de otra cuestión que no sea simulación, engaño, corrupción e impunidad.
Bajo esa consideración, no tiene porqué sorprendernos, después de los procesos electorales, donde a la vista de todos se rompieron las más elementales reglas, ya no digamos jurídicas, sino éticas, que ahora se ponga como premisa del pacto la reformulación de normas encaminadas a la convivencia política.
No existen más de dos sopas: o se continúa bajo la ley de la selva, donde cada partido político se rasca con sus propias uñas, en contiendas cuerpo a cuerpo, sin importar las reglas democráticas, buscando a como dé lugar los espacios de poder; y, la segunda, la observancia de reglas democráticas, acatando la equidad en las contiendas electorales.
Los mensajes de la sociedad son extremadamente claros: terminaron las épocas del carro completo, también del distanciamiento y la confrontación permanente entre la clase política; los tiempos exigen entendimiento en todos los ámbitos que tengan que ver con el desarrollo del país.
No existe mayor complejidad que llevar a cabo acciones sencillas. Todos queremos que las cosas cambien, y que cambien para bien; si es con el pacto, ¡que viva el pacto!; si se trata únicamente de realizarlos en el Congreso, ¡que viva el Congreso!, mejor aún, si se hacen con todos los mexicanos, ya que si es así, ¡que viva México!
