Juan Antonio Rosado
La diosa Violencia —alegoría romana y universal— emerge a cada segundo por doquier en el México actual, y este fenómeno ha generado una ola de opiniones adversas a las políticas (y criterios) que la mantienen despierta y activa. ¿Cómo se juzgará en el futuro esta situación? ¿Acaso como hoy juzgamos la época de la prohibición del alcohol en Estados Unidos, durante los años veinte del siglo pasado? ¿Intereses más profundos y mezquinos que el mero purismo y el deseo de regular los estados higiénicos del individuo se escondieron tras aquella prohibición? Tratar al adulto libre como a un menor de edad ha sido una actitud unilateral por parte de los estados intolerantes, y era común en la Edad Media. El hecho de que el alcohol sea legal no significa que todos seamos alcohólicos ni que los bebés tomen cerveza en mamila. Entonces, ¿por qué prohibir y no simplemente restringir el uso de ciertas sustancias, tal como se hizo antes? ¿Cuándo, por estas cuestiones, se oyó de tanta muerte en el siglo xviii o xix?
En el fondo, se trata de limitar cada vez más las libertades en todos los sentidos, y no es un fenómeno privativo de nuestro país. Parece que el mundo gira hacia el neofascismo y la intolerancia. Limitar hasta el absurdo las libertades produce clandestinidad, mercado negro, violencia y crisis social, pero también miedo en la gran mayoría de la población. El miedo es el arma (y el alma) del control. El arte y la literatura, a su vez, encuentran temas y pretextos para expresarse. Decenas de obras de teatro, cuentos, novelas y películas han surgido, en los últimos años, sobre el narcotráfico y la violencia que genera la prohibición; incluso, han aparecido, en otros países, series televisivas y videojuegos sobre la lamentable situación mexicana. Prohibirlos —como se ha sugerido— sería continuar el círculo vicioso de intolerancia hacia otras opiniones y hacer que esos productos circulen con mayor ímpetu, como ocurre (y ha ocurrido) con todo lo prohibido, particularmente cuando no atenta contra terceros, sino sólo contra el cuerpo o mente de quien lo consume.
El derecho de disentir y de ser escuchado es fundamental, pero cuando ese clamor se expande en pro de la libertad, de la desmilitarización, del diálogo, de la conciliación, de la paz y
—para ser más concreto— de la legalización y, en consecuencia, del control real de las drogas (lo cual además acarrearía beneficios económicos incalculables para el país, más quizá de los que acarrea el petróleo), no escuchar las opiniones adversas, no tomarlas en serio constituye una posición unilateral. Pero ya lo decía John Stuart Mill: “en la mente humana la unilateralidad ha sido la regla, y la plurilateralidad, la excepción”. La nación entera debe votar por la paz: los enemigos del estado también tienen familia y son mexicanos; podrían ser empresarios y gente de bien si hubiese vías, recursos y estrategias adecuados para encauzarlos, y si las autoridades dejaran el control de los estados higiénicos del individuo a la secretaría correspondiente: la de Salubridad, uno de cuyos papeles tendría que ser curar —con el dinero de nuestros impuestos— a drogadictos y alcohólicos. Y respecto de lo anterior, todo mundo sabe, por lógica elemental, que en este triste país han muerto —en pocos años— más personas inocentes (incluidos niños) de las que hubieran muerto en cien años por sobredosis de droga. Insistimos entonces: ¿a quién beneficia este mar de sangre? ¿A Estados Unidos? ¿Cómo juzgará la imparcialidad histórica estos hechos? “Las épocas no son más infalibles que los individuos —afirma Stuart Mill—; toda época ha sostenido opiniones que las épocas posteriores han demostrado ser, no sólo falsas, sino absurdas; y es tan cierto que muchas opiniones ahora generalizadas serán rechazadas por las épocas futuras”.
Atenea, la diosa de la Sabiduría, tuvo relaciones con Styx, las aguas del Hades. De esa mezcla se originaron cuatro hijos: la diosa Victoria, el dios Celo, el dios Poder y la diosa Violencia, a quien se representa como una mujer a punto de golpear a un niño en la cabeza con un mazo. Lo esencial es que Poder y Violencia son hermanos, y así como existen muchos tipos de poder (político, económico, militar, religioso, cultural…), así hay muchas violencias. Se requiere Celo y Poder (y a veces Violencia) para llegar a tocar el brazo desnudo de Victoria. Pero México sigue siendo el niño reprimido, golpeado, el menor de edad a quien se debe controlar a toda costa. ¿Tendremos que esperar a que el número de decesos supere el de la Revolución Mexicana para empezar a buscar vías de conciliación?