Carmen Galindo

Empezaré por contar que conocí, por primera vez, a Salvador Novo en tres ocasiones. Sí oyeron bien, por primera vez en tres ocasiones distintas. La primera fue cuando yo era una estudiante de secundaria y el maestro Novo fue al gran salón de actos de la Universidad Femenina de México, donde cada viernes había una conferencia. Nos dio una clase de  actuación, por ejemplo, que si estábamos en un escenario tomáramos el vaso o la copa con la mano que no cubriera la cara, que el publico no se daría cuenta si eraa mano izquierda o derecha. Aunque ya conseguí sus lecciones de actuación en una librería de viejo, no las tengo a mano y no puedo comprobar si ahí está textual algo de lo que dijo en aquella primera vez que lo vi. Cuando terminó varias niñas, no muchas, fuimos a rodearlo y en el patio me dio, en una hoja de cuaderno, su autógrafo con un bolígrafo de tinta color rubí. Durante los años que lo traté nunca le comenté que en uno de los cajones de mi “secretaire” estuvo siempre la hoja de cuaderno con su firma.

La segunda vez, llegué a mi casa y me dijo la empleada doméstica: “Señorita le habló el joven Salvador Novo”. Respondí sin titubear: “Debe haber sido Carlos Monsiváis para vacilarme, porque mi nota de hoy es sobre El espejo encantado, de Novo”. “No, al joven Carlos le conozco la voz y no era él”. Esa tarde fuimos, como siempre, Cristina –todavía no de Pacheco-, mi hermana y yo a tomar un pastel de queso al café Altillo (a unas cuadras de la UNAM). Por alguna razón, mi hermana habló a la casa y la persona que contestó le dijo: “El joven que ustedes dicen que no habló, vino y trajo un regalo para la señorita Carmen”. De inmediato mi hermana fue a la casa y trajo un perfume Femme de bolsillo con la tarjeta de Salvador Novo. De inmediato conseguí su teléfono y hablé a la Capilla (su oficina, su teatro y restaurante). Como siempre él contestó. Le dije que hablaba para una cosa ridícula: “para darle las gracias de las gracias” y pedirle, además un favor: Quería conocerlo. Me dijo que con gusto y me invitó a comer al Refectorio. Le dije que tenía que ir con mi hermana y nos recibió a las dos. Nos sirvió filete y pastel de chocolate. A pesar de su fama, su restaurante no tenía muchos platillos: los fetuccine con huitlacoche, la sopa María Candelaria (con flor de calabaza) y el pescado en salsa verde. La conversación, a pesar de ser tan mundano, no fue tan fluida, tal vez porque se me ocurrió preguntarle a boca de jarro: “¿por qué se peleó usted con Xavier Villaurrutia?”. El contestó vagamente y cambió de tema. Años después, Don Pepe Delgado me contó su versión. Pero esa es otra historia.

La tercera vez involucra al director de teatro Néstor López Aldeco que está aquí a mi lado en esta Sala Ponce. Estaba platicando con Néstor en la Facultad de Filosofía y Letras cuando me dice: “ya me voy, porque tengo clase con Novo”. Recuerdo como si fuera ahorita que dije incrédula: “¿Novo en la Facultad?” Sí, dijo Néstor. Si quieres te lo presento. Llegamos al salón y Novo estaba muy formal, de pie, junto al escritorio del maestro. Néstor espera a que Novo termine de hablar con otro estudiante y dice: Maestro, le quiero presentar a mi amiga… Novo extiende la mano y yo, presa de pánico, salgo corriendo fuera del salón. Una buena parte del curso me la pasé en la última fila con la esperanza de que no me identificara como la persona que lo dejó con la mano tendida. Luego, suspendió las clases en la Facultad y nos invitó a otro curso en el Museo de la Ciudad de México sobre la historia precisamente de la ciudad. Ahí ya fuimos menos. Reyna Barrera, Roberto Páramo, Miguel Capistrán, Luis Terán. (Mi mamá se sumó al grupo y conquistó al maestro). Nosotros nos convertimos en “sus alumnos”, no los harpíos, aclaraba, esos son los de teatro. Mis otros alumnos.

Si ustedes se fijan las tres veces están relacionadas con el teatro. La primera vez habló de actuación, la segunda fue a consecuencia de que había yo escrito una nota en el diario Novedades sobre su obra teatral In ticitezcatl o El espejo encantado y la tercera daba un curso sobre teatro inglés: T. S. Eliot y Christopher Fry. Quería así demostrar que si bien unos podemos pensar en Novo como poeta y otros en Novo como cronista, con todo derecho se puede pensar en él como teatrista. Evocar su teatro, el de la Capilla; el Departamento de Teatro de Bellas Artes, que dirigió, pero sobre todo, el que nos convoca esta noche: el Teatro de Ulises. Del teatro de la Capilla recuerdo, aunque nunca fui, a su aristocrática actriz, Marilú Elízaga. Del teatro de Bellas Artes, tuve pormenores de un tío, hermano de mi mamá, que vio la legendaria representación de Un tranvía llamado deseo, con Wolf Rubiskins como Kowalski y dirigida por Seki Sano. El propio Wolf en su restaurante del Rincón gaucho, me contó que Novo le propuso (¡en inglés!) un affaire, pero el maestro Novo siempre lo negó enfáticamente y nunca se lo pregunté.

Ulises o Contemporáneos

Quisiera decir que el investigador de los Contemporáneos, Miguel Capistrán y yo (y aquí en primera fila veo a Paca y Julia, sus hermanas) siempre deseamos (inútilmente claro) que se conociera al grupo como Teatro de Ulises. La razón es personal y hasta un poco injusta. Sentimos que Novo y Villaurrutia predominan en esa temprana etapa y, en cambio, en la época de la revista Contemporáneos los que dominan son Don Jaime Torres Bodet y Bernardo Ortiz de Montellano.

Lo otro que quisiera decir es que tanto Miguel Capistrán, como Tayde Acosta Gamas, aquí a mi lado, siempre han pretendido y yo los he apoyado, que Antonieta Rivas Mercado sea considerada una de los Contemporáneos y no sólo como la mecenas del grupo Ulises. Otros suelen dejarse de lado. Se excluye de modo inexplicable a Octavio G. Barreda, se menciona poco a Ortiz de Montellano, a pesar de sus experimentos en una especie de poesía psicoanalítica, que Carmen Millán y otros críticos consideraban precursora. Es cierto que se admira, pero se borra cada vez más su relación con Los Contemporáneos, al excepcional poeta Carlos Pellicer.

El grupo de los Contemporáneos incluye, como se dice líneas antes, no sólo a poetas como Villaurrutia, Novo, Torres Bodet, Owen o Cuesta. Forman parte de él, con todo derecho el filósofo Samuel Ramos, el músico Carlos Chávez o los pintores Manuel Rodríguez Lozano y Roberto Montenegro.

Los prejuicios sobre Los Contemporáneos

Y una última precisión en este mismo sentido. Las historias de la literatura, de la música, de la filosofía, de la arquitectura, de las artes plásticas o del cine, escriben en torno a escritores, músicos, filósofos, pintores o lo que sea su tema por separado, pero los grupos de artistas, sean los del Ateneo, los Contemporáneos o la generación de la ruptura, forman grupos heterogéneos que son separados artificialmente para caber en historias del teatro o de la poesía. Con esto en mente paso al tema que nos convoca los 85 años del Teatro de Ulises.

¿Qué es el teatro de Ulises?

Hace un buen rato que ya nadie piensa en el teatro sólo como literatura dramática. El teatro es siempre representación, por más que el texto sea, a veces su principal apoyo y en otros, el único rastro o huella que sobrevive a la efímera representación. Así, el Teatro de Ulises es, en primer lugar, un local, el de Mesones 42. Es igualmente un equipo: los escenógrafos, los actores, los directores y por supuesto, las obras.

Por eso, enumero las fechas, las obras, los elencos, así como los directores y los traductores:

5 de enero de 1928

La puerta reluciente de Lord Dunsany, (anglo-irlandés) (antecesor de Lovecraft y del teatro del absurdo)

Traducción de Enrique Jiménez Domínguez

Dirección de Julio Jiménez Rueda

Escenografía de Roberto Montenegro

Elenco: Antonieta Rivas Mercado, Salvador Novo y Gilberto Owen

6 de enero de 1928

Simili de Claude Roger Marx (francés).

Traducción de Gilberto Owen

Dirección de Julio Jiménez Rueda

Escenografía de Manuel Rodríguez Lozano

Elenco: Antonieta Rivas Mercado, Isabela Corona, Xavier Villaurrutia, Carlos Luquín y Rafael Nieto.

8 y 9 de febrero de 1928

Ligados, de Eugene O´Neiil (estadounidense)

Traducción de Salvador Novo

Dirección de Salvador Novo

Escenografía de Roberto Montenegro

Elenco: Antonieta Rivas Mercado, Lupe Medina de Ortega, Salvador Novo y Gilberto Owen

21 de marzo de 1928

El peregrino de Charles Vidrac (francés)

Traducción de Gilberto Owen

Dirección de Celestino Gorostiza

Escenografía de Julio Castellanos

Elenco: Clementina Otero, Lupe Medina de Ortega, Emma Anchondo y Gilberto Owen.

11, 12 y 13 de mayo de 1928

Orfeo de Jean Cocteau (francés)

Traducción de Corpus Barga (Andrés García de Barga y Gómez de la Serna)

Dirección de Julio Jiménez Rueda y Celestino Gorostiza

Escenografía de Manuel Rodríguez Lozano

Elenco: Xavier Villaurrutia, Antonieta Rivas Mercado, Isabela Corona, Carlos Luquín, Gilberto Owen, Rafael Nieto y Andrés Henestrosa.

6 y 7 de julio de 1928

El tiempo es sueño de Henri René Lenormand (francés)

Traducción de Celestino Gorostiza y Antonieta Rivas Mercado

Dirección de Xavier Villaurrutia y Celestino Gorostiza

Escenografía de Roberto Montenegro

Elenco: Clementina Otero, Isabela Corona, Lupe Medina de Ortega, Celestino Gorostiza y Delfino Ramírez Tovar.

Ulises, un símbolo

La figura textualmente mítica de Ulises ya singulariza a la Generación anterior, la del Ateneo de la Juventud y después Ateneo de México. Uno de los que integran su estado mayor, José Vasconcelos, titula el primer tomo de su autobiografía Ulises criollo y la generación que los sigue, la de Contemporáneos, identifica el nombre, sea la revista Ulises o sea el teatro del mismo nombre, ya con la curiosidad, ya con la vanguardia. Es Ulises, para ellos, el que experimenta o explora por curiosidad, el que va en el mascarón de proa, o en la avanzada del ejército, a la vanguardia.

Hace unas noches cené con Andrés Barreda, nieto de Octavio G. Barreda, y comentaba que la imagen que tenemos de Los Contemporáneos es la de Octavio Paz, a la que hay que acusar, por lo menos, de ser parcial. Andrés se quejaba, y con razón, de que precisamente su abuelo ha sido casi excluido del grupo, pero sobre todo de que ciertos rasgos de su estética han sido exagerados o francamente distorsionados.

Algunos prejuicios sobre los Contemporáneos

En lo personal, y al margen de quien ha trazado la imagen del grupo, siempre he dicho que los Contemporáneos están rodeados de prejuicios, es decir, opiniones en torno a ellos no siempre fieles a la realidad.

Se les destaca como un grupo fundamentalmente de poetas y resulta que varios de ellos escribieron novelas cortas: Owen, Novela como nube; Torres Bodet, Margarita de niebla, y Villaurrrutia, Dama de corazones. Villaurrutia y Novo, obras de teatro. Y es precisamente Salvador Novo, quien tiene la justa reputación de haber innovado la prosa mexicana.

Con sobrada razón se podría decir, y a eso apunta la propuesta de llamarles Grupo de Ulises, que el teatro los reunió siempre. Novo y Villaurrutia enriquecen la dramaturgia nacional. Celestino Gorostiza, como a todos nos consta, es fundamentalmente un hombre de teatro y Clementina Otero fue destacada actriz y maestra de teatro. Durante las breves temporadas de Ulises, todos actúan: Owen, Villaurrutia o Novo y, desde luego, Clementina Otero y Antonieta Rivas Mercado.

No todos eran gay. Los Gorostiza, para acabar pronto. El hermético poeta de Muerte sin fin, se dice escribía sketches para la sensual Lupe Velez y Marta, su hija, nos escucha en esta Sala Ponce. Celestino vivió casado con Araceli, la hermana de Clementina Otero y Paloma, su hija,  no está hoy con nosotros sólo porque no se sintió bien. La Rivas Mercado era enamoradiza, pero de los hombres: su marido y padre de su hijo para empezar, sin contar a Manuel Rodríguez Lozano o José Vasconcelos. Existen las cartas de amor de Gilberto Owen a Clementina Otero. Tampoco eran gay Octavio G. Barreda o Jorge Cuesta, casados con las hermanas Marín, Carmen y Lupe, respectivamente. Total, aunque se pise terreno resbaladizo, ese es otro difundido prejuicio.

Es más yo misma propicié, por ignorancia, este prejuicio. Una vez estaba cenando en mi casa con Héctor López Villalba y Manuel Pellicer, y empecé a hablar casualmente de los Contemporáneos y adjunté el comentario automático de que “todos eran homosexuales”. Manuel me interrumpe con un: ¿También mi tío Carlos? A lo que respondo atropelladamente: Yo qué sé, cómo voy a saber.

No todos eran extranjerizantes como tanto se ha dicho. La misma Antonieta Rivas Mercado predice. Que vean (los mexicanos) buen teatro para luego hacer teatro propio. Y lo dice precisamente por la época del Teatro de Ulises.

Salvador Novo llevaba puntualmente su curso de náhuatl, primero con el padre Garibay y luego con Miguel León Portilla. Nos enseñó (a todo México) que las palabras del náhuatl son graves y no agudas: no se dice Tenochtitlán, sino Tenochtitlan. No Teotihuacán, sino Teotihuacan. (Por cierto, en el espectáculo de luz y sonido de esta zona arqueológica participó, como guionista y actor, el maestro Novo y en la versión en inglés, que una tarde escuchamos varios de sus alumnos en la Capilla, alternaba como actor, y se sentía muy orgulloso, con Charlton Heston. Además, Novo lleva, con fines lúdicos, mitos prehispánicos (y griegos) a sus obras teatrales e impulsa a los dramaturgos mexicanos, como Emilio Carballido o Sergio Magaña.

Roberto Montenegro, en un estudio ya clásico, rescata las máscaras mexicanas, y Bernardo Ortiz de Montellano es a ratos mexicanista, como lo son los Goroztiza, uno en su poesía y el otro, por ejemplo, en Upa y Apa. Novo, con los años, se convierte en el cronista de la ciudad de México, pero desde textos de juventud muestra esta vocación. Y el mismo Villaurrutia, el más afrancesado, frecuenta, muy a lo mexicano, el tema de la muerte en sus obras teatrales.

Ninguno de los presentes vimos el Teatro de Ulises. Y eso no deja de ser inquietante, porque el teatro es su representación, en vivo. Sin embargo, hay que recordar que Novo defendía el teatro de aficionados, vale decir, no los profesionales, sino los “amateurs” o amantes del teatro, y así se consideraban ellos mismos y su teatro de Ulises.

Novo deja testimonio de que los actores tienen, además, un estilo nacional:

Pero los franceses, los italianos, los españoles, ellos no son así en la vida. Si su teatro ha de ser verosímil; si ha de ser creíble, y el trasunto de su realidad, los actores italianos y franceses cultivarán un estilo propio en que ocurran la selección y el énfasis, y en que los ademanes y los gritos consuenen con las obras que están representando, y convenzan al público para el cual las están representando.

Y esto es así, porque Novo está convencido que:

Se trata del “estilo”, y el estilo no es sólo el hombre, como han dicho. Es también el país, y la época: corresponde al carácter, y en consecuencia identifica al personaje, al hombre que condensa, resume o representa a un país, a una época.

Y para cerrar el tema, añadiré, sólo para barruntar qué era en realidad el teatro de Ulises, estas palabras de Novo acerca de la sobreactuación:

Porque este vago término de la “exageración”, de la “sobreactuación”, no es en resumidas cuentas otra cosa que el énfasis. Y es el énfasis en ciertos detalles –de la poesía, de la pintura, de la música, del teatro; de las artes todas, en fin- lo que distingue al arte de la vida; lo que vuelve artístico este o aquel retrato de la vida que ha de guardar con ella la sutil diferencia de tomar de la monotonía, de la uniformidad que distingue a la vida, los rasgos selectos que la compendian, y darles énfasis; llamar sobre ellos la atención del espectador, del auditorio, del público, por medio (y no hay otro) de la temida y denostada “exageración”. Esto es del énfasis.

Hay que decir, y ahora sí termino, que Novo, según su inveterada costumbre de pensar en sentido contrario al lugar común, escribe aquí una defensa de la exageración, a la que identifica -al modo de Wilde y luego de Susan Sontag- con el estilo, en este breve y precursor ensayo que titula “La denostada sobreactuación”.