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Se convirtieron en juego mercantilista
Alejandro Zapata Perogordo
La ceguera de la dirigencia priista representada en el Congreso de la Unión pretende imponer dentro de la agenda política del país un intercambio del toma y daca. Señalan que primero la oposición tiene que ceder en la reforma energética para, después, ellos considerar la política y la electoral.
Es obvio que se trata de una presión, por cierto poco ética. El supeditar una a la otra, estableciendo un orden, parece más un ejercicio de intercambio mercantilista, dependiendo del comportamiento de cada fracción o grupo, que realmente un genuino interés por el mejoramiento político del sistema imperante.
En este país tenemos serias dificultades para aceptar y cumplir con el Estado de derecho. Las pasadas contiendas electorales en 14 entidades del territorio nacional fueron una muestra palpable y evidente de ello, a tal grado que ha provocado un mayor crecimiento del clima de desconfianza, aunado al mensaje enviado en la toma de protesta del presidente Enrique Peña Nieto, por parte del PRI, en el posicionamiento ante la Cámara de Diputados, donde establecieron como una premisa fundamental la culminación del proceso de transición. Incluso, la percepción ciudadana en reciente encuesta marca un porcentaje superior al sesenta por ciento de ciudadanos que considera que las pasadas contiendas no se dieron en condiciones de equidad y se tildan de sucias.
¿Estamos de regreso a los viejos tiempos?, esa parte es inaceptable para la oposición, aunque seguimos viendo polvos de aquellos lodos. En este momento se requiere evitar y corregir los abusos y excesos del poder, a través de un cauce admitido por todos y, por lo tanto, no se pueden echar al olvido las circunstancias históricas por las que se ha transitado.
Esta motivación es suficiente para exigir —antes que cualquier otra reforma— que se analicen, discutan y aprueben las reglas democráticas a que están dispuestos todos a sujetarse. Pareciera ingenuo pensar, después de la experiencia reciente, que la buena voluntad es suficiente garantía, si aun con la ley en la mano se distorsiona y evade.
Si desde el origen de la democracia, las reglas concensadas y aceptadas se rompen y se manipulan, el resultado es previsible: cuando se rompe una regla, terminan rotas todas. Por el contrario, un buen gobierno supone organización y deriva en una organización conveniente, y sólo será aquél que garantice el buen funcionamiento de los poderes públicos, que acate y haga cumplir la ley.
En estos temas resulta inconveniente el toma y daca político, no es una cuestión simplista para ver como te portas y probablemente te premie. Lo que se encuentra entrampado es el sistema político mexicano y, de ahí debe partir todo lo demás, en consecuencia, la cuestión no estriba en un intercambio, sino en tener claridad y amplitud en la visión, pues no se trata de acuerdos entre grupos, sino de respuestas nacionalistas.
