Carlos Olivares Baró
Diario sin fechas de Charles B. Waite
(Editorial Almadía, 2013)
Manual ganador del Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2005. Francisco Hernández (San Andrés, Tuxtla, Veracruz, 1946) ratifica su condición de trascriptor de conjeturas de personajes marcados por un itinerario de extravagancias. Schumann, Bacon, Holderlin, Van Gogh, Toledo, Trakl, Emily Dickinson, Warhol, Robert Graves, José Luis Cuevas y Octavio Paz, entre otros, han sido protagonistas de sus cánticos en los que las sospechas de gestos configuran un cosmos de conmiseraciones espectrales.
Ahora bosqueja un diario del fotógrafo estadounidense Charles B. Waite en su travesía por México, en los años finales del siglo XIX y principio del XX. Imaginativo glosario en el que Waite transita por “El campo cegador con polvo alado” y encuadra una realidad con su cámara Hansen en la que el sueño es un enigma suscrito por el enfoque de los presentimientos de la luz. “Las indias, sobre todo las jóvenes,/ sonríen con una larga sonrisa de horizonte”: se acuestan sobre los filos de la luminosidad y de su “vientre floreado” nace el mundo otra vez: “El silencio se pone de perfil./ El viento se coloca de espaldas./ Entre sales de plata/ llega el disparo”.
Erotismo que se filtra por las grietas. Los respiros dormitan: soñera de la niña que pulveriza el maíz en la instantánea extendida sobre el silencio. Scott, otro fotógrafo, acompaña a Waite en este deslumbrante álbum donde “hembras dominantes, nacidas/ para reinar sobre la noche” declaman el eco y flotan en la cresta de la neblina. “Bajo el agua la niña, sin ropa, disolviéndose”: la transparencia hace posible el deseo: una burbuja desplaza las intenciones de la espuma: los pezones de la tarde inflamada anulan los eclipses: Waite camina sobre el tiempo: mastica cocuyos que en la noche le retoñan por los ojos.
El lector tiene en sus manos un sumario en el que guijarro y polvo escoltan el sorpresivo filo del espejismo: la humedad trasposición del respiro: el hambre eyacula su lágrima fingida, los perros aúllan sobre el desconcierto. Rondas de acusada asechanza en amarraderos de Lewis Carroll: versículos de turbulentas y humosas trasnominaciones: muchachas columpiadas en armónicos que la cámara eterniza en un acorde de sigiloso albor. El Premio Villaurrutia (1994) en un deslumbrante periplo de perplejidades: ahora sabemos que “un abismo sin fondo estalla en cada ojo” del fotógrafo.
Mal de Graves (Editorial Almadía, 2013)
Visión: posibilidad de poder matizar el mundo. Cuando insinuamos, edificamos trazas: apariencias que son porque las distinguimos. Una de las mayores turbaciones del hombre: perder definitivamente la vista. Niveles excesivos de hormonas tiroideas en el plasma sanguíneo pueden ser causa de ceguera. El médico-cirujano irlandés Robert James Graves (1796-1853) describió en 1835 algunos de los mecanismos de esta rara dolencia (Enfermedad de Graves).
Doctor Robert Graves: La enfermedad rejuvenece a las/ ancianas./ Desaparecen las arrugas, los pellejos/ colgantes, las parótidas/ amoratadas y las ojeras perpetuas. Se/ extingue el olor/ a orines, el continuo gemir y la risa/ sin titubeos ante el Santísimo.
“Si me hubieran los miedos sucedido/ como me sucedieron los deseos,/ los que son llantos hoy fueran trofeos:/ ¡mirad el ciego error en que he vivido”: nos dice Quevedo. Mirar: entrever: atisbar lo desconocido. Ciego error que limita los alcances de la dicha. “El ciego lleva a cuesta al tullido: /dígola maña, y caridad la niego;/ pues en ojos los pies le paga al ciego/ el cojo, solo para sí impedido”: otra vez el poeta madrileño.
Mujer: Duermo sobre un caballo negro./ Despierto sobre un caballo blanco.// Cruzo las corrientes de mis sudores/ y Musa de la Trinidad me nombran/ los poetas.// Los escucho sin verlos/ y hacia el Día del Juicio/ prosigo mi camino.
Sigue siendo inquietante la lectura del capítulo “Informe sobre ciegos” de Sobre héroes y tumbas (1961), de Ernesto Sabato. Belleza y horror de esos subterráneos espacios del extravío de la luz: soledad frente a la muerte./ Robert Graves (1895-1985): escritor británico, autor de libros cardinales como Yo, Claudio, Rey Jesús, El vellocino de oro o El Conde Belisario; pero sobre todo La diosa blanca (1948): estudio de los “oscuros orígenes de la ontología poética”.
Doctor Robert Graves: Los dibujos del cielo, cuando él/ llegaba,/ modificaban sus trazos, aclarándose.
Francisco Hernández acaba de publicar Mal de Graves, poemario en el que dialogan el médico irlandés y el erudito londinense. “Este libro fue escrito a partir del poema Cantata a solas, de Tomás Segovia”: advierte el Premio Villaurrutia (1994) por Moneda de tres caras. Coral en la que intervienen: Doctor Robert Graves, Poeta Robert Graves, Mujer, Tres voces y Coro. Arenga distribuida formalmente en gradaciones de Prosa cantada, Recitado, Leído, Hablado y Pensado.
El lector tiene en sus manos un oratorio: coloquio que empalma la especulación con follajes no exentos de enigmáticos celajes. Escalas hilvanadas entre lo onírico y lo real. Ostinato, contrapunto, chacona, staccato, glissandos, canzona: suerte de triada acompasada (rondó, sonata, fuga) que contrasta ritos y arrojos de gestos (Doctor, Poeta, Mujer), y vislumbra —desde un habla axiomática— la zozobra del aquejado por la Enfermedad de Graves.
Poeta Robert Graves: El firmamento y su vocabulario nos/ observan junto a las fogatas: la/ interpretación de los mensajes es/ inútil. Pero de recibir una carta/ nadie sale ileso.
Paráfrasis minuciosa de La diosa blanca, sobre todo del apartado en el que Graves propone un examen del extraño alfabeto de los árboles: “Las letras del alfabeto silban/ si un invidente las olfatea.// No importa el dolor de los ojos./ La mirada su propio dolor tiene”. El huerto declama; la divinidad, suscribe la inclemencia y no conforta la imprevisión. “Ahora me peino con mis recuerdos”, señala la Mujer en un armónico inaugural de franqueza tentadora. “Ojos cayendo de los árboles./ Hojas sobre la mesa de escritura,/ trémulas,/ ante el bisturí aún sin sangre”, pronostica el Doctor. “Árboles que pueden predecir/ naufragios/ con sus patas de níspero/ y su rostro de abeto”, sentencia el Poeta.
Mujer: Tristeza y alegría/ son intocables./ Aparecen simplemente,/ llegan de alguna cúspide.// No importa si tu visión/ está de fiesta o no,/ si está en pie de guerra o no.
Ingresar al lóbrego mundo de no ver y preguntar: “¿Quién me desliza colmenas por la/ espalda?”. Aterrador no avistar “lo que el aire me sopla/ ni las uñas pintadas de mis dedos”, ni el deseo en el soplo del canto ni el sueño en la melaza agria de la agonía ni la sospecha de la lluvia en la anochecida. Si en Una forma escondida tras la puerta (2012), el autor de Antojo de trampa edificaba un embrujo en el que la soledad humedecía un almanaque de sombras refugiadas en la turbación, en Mal de Graves cada designio es un resplandor: un clarinete brama en la persistencia vaga del otoño. En estos versículos el lector encontrará a una Mujer “sola en su isla, desairada” en la prolongación del silencio.
Recitado: Con el ojo izquierdo soñaras/ los aromas del amor y con el derecho/ los recortes del odio.// Con el ojo izquierdo soñarás/ a un grupo de segadores/ celebrando la cosecha/ y con el derecho acariciarás/ los tobillos de tu padre.// Con el ojo izquierdo soñarás/ a tu ojo derecho.


