En los cantos más antiguos de nuestro continente escritos en el Popol Vuh, el libro de los mayas refiere que cuando era de noche, en la oscuridad, los dioses se reunieron y crearon la humanidad. En torno de una fogata decidieron que uno de ellos debería saltar al fuego para que surgiera la creación deseada.
Un dios ostentoso en joyas y soberbio en actitud, tan hermoso como arrogante, tuvo miedo de dar el paso, prefirió cuidarse a sí mismo y disfrutar sus pertenencias acumuladas. Un dios enano y repugnante, desnudo y con bubas pestilentes en su cuerpo deforme, se arrojó a las llamas y enseguida resucitó con la forma de sol. Al ver este prodigio, el dios hermoso saltó al fuego envuelto en su ambición, pero su recompensa no fue la esperada. Reapareció como un satélite del sol.
Al Nuevo Mundo llegaron concepciones cristianas que también predican el sacrificio como prerrequisito de la trascendencia humana, de la emancipación y liberación, de la santificación y de la salvación del alma. Leyendo El espejo de Carlos Fuentes pude recrear en la mente el origen de las culturas que el destino fusionaría con la experiencia pluricultural del Viejo Continente para dar paso, también con muchos sacrificios voluntarios y forzados, a la América de la que formamos parte los mexicanos.
Repasando la historia de nuestro origen nacional, es inevitable detectar la enorme dosis de sacrificio, de estoicismo, de espíritu de entrega y sacrificio en aras de una de visión de Estado. Destaca en los antecedentes de México el aprecio por el honor que muchos empeñaron en el extraordinario proceso que amalgamó vidas y vocaciones alimentadas por el sentido del deber, más que por ambiciones materialistas, para hacer posible el surgimiento de un pueblo mestizo primero y de una gran nación independiente después.
Desde las sucesivas civilizaciones mesoamericanas hasta nuestra actual vida democrática, cada etapa de nuestra extraordinaria evolución nacional estuvo marcada por la necesidad creativa, por el afán de dar pasos renacentistas, por el legítimo propósito de prosperar. Esa necesidad de volver a empezar para mejorar, que parece estar en los genes de nuestra idiosincrasia, siempre estuvo acompañada de una gran disposición al sacrificio que renueva y purifica, que revitaliza y fortalece.
En la incipiente experiencia de la alternancia, los mexicanos parecen estar dispuestos nuevamente al sacrificio de aquello que han apreciado y encumbrado. Al ver que el PAN desde el ejercicio del poder ha asumido actitudes y desplantes que el pueblo puso en la piedra de los sacrificios en el 2000, la sociedad no está dispuesta a consentir la mutación esencial de un partido que ganó prestigio desde una acción política con dimensión ética, hoy echada a la hoguera por algunos dirigentes y gobernantes con credencial del PAN.
El ejercicio de gobierno ha significado para muchos panistas, los más pragmáticos y ambiciosos de ganar espacios de poder, una fuente indispensable de supervivencia. Para otros, los más mesurados y prudentes, ha sido la experiencia que permite honrar la vocación y templar la voluntad en la congruencia. Esa que hace al hombre capaz de honrar sus principios y convicciones frente a las tentaciones que suele ofrecer el poder a quienes creen tener vocación para gobernar.
En ese partido de exigencias máximas, de heroísmo forjado por décadas de esfuerzo leal y generoso, parece haber llegado la hora del sacrificio. Los valores del patriotismo, del humanismo y del idealismo, las prioridades de bien común para ordenar a la patria y la ciudadanización de la vida pública para equilibrar el ejercicio del poder, que fueron motivo de fe política de los panistas, han sido paulatinamente desplazados por nuevos dioses como la soberbia, la prepotencia, la avaricia, la arrogancia, la indiferencia social y el apetito desordenado de poder.
Urge que los panistas resolvamos esa ambigüedad: nos reconocemos políticos refugiados en una doctrina y pensamiento que inspira nuestra acción política con recta intención de servicio, así en la oposición como en el gobierno. O sucumbimos a la intemperie ideológica, sin el cobijo de nuestras ideas, aceptando que esa identidad sólo fue pasajera durante casi siete décadas y hoy debemos arroparnos en los espacios de poder para beneficiarnos de ellos sin escrúpulos ni sustento de pensamiento.
Me pronuncio por lo primero. Somos miles los panistas que estamos dispuestos a empujar a la hoguera a esos dioses hermosos y deslumbrantes que sólo nos han traído desprestigio y división. Sólo el sacrificio de los vicios acumulados en el PAN le darán permanencia y vida en la política nacional. Así ha sido su historia y así queremos seguirla escribiendo.
En este momento crítico de México y del PAN, sin miedo a perder lo ganado, los panistas de convicción proclamamos que es hora de encender la fogata de nuestras ilusiones fundacionales. Es hora de arrojar en ella lo que estorba a nuestra misión de dar calor, luz y renovada esperanza a los mexicanos. Rumbo al 2012, no es hora de sucumbir capturados por la corrupción del poder. Tampoco debemos resignarnos a seguir perdiendo el gobierno por falta de eficacia y de congruencia. Es hora de Volver a Empezar.