Melchor Arellano

La redefinición de los ejes globales de fuerza, cobra relevancia ante una eventual intervención militar en Siria. De inicio, no es posible que el Consejo de Seguridad de la ONU intervenga en dicho país, puesto que tendría el veto de China y Rusia lo cual obliga a una acción bélica unilateral estadounidense, con apoyo incierto de occidente. A un aliado incondicional de Estados Unidos, Inglaterra, su parlamento le vetó la intervención en dicho acto. Sin el aval de su propio Congreso, Estados Unidos enfrenta el dilema de actuar solo, o aceptar que su poderío global y con él, el negocio de la guerra, pierden fuerza si no interviene.

Esta vez tiene ante sí una poderosa e insalvable barrera: China y Rusia (que ya hizo eco favorable a su propuesta de una solución diplomática), están contra la intervención en Siria. Cualquiera de dichas potencias, tiene la capacidad de réplica suficiente para detener al “juez supremo”.

El realineamiento de las alianzas, asume un momento crucial y definitorio: China y Rusia (y zonas de influencia), avanzan en un mismo sentido, mientras que en occidente reina la división e hipocresía. En España, Mariano Rajoy dice que firmó el reciente acuerdo en el seno del G-20 a favor de la intervención en Siria, para “no dejar tirado a Estados Unidos”. Alemania no está dispuesta a seguir el juego estadounidense, mientras Francia e Italia se esmeran en hacer el mismo papel que España.

Lo que resulta claro, es que la mentira, simulación e impunidad ejercidas en Irak, Afganistán y Libia, no tendrán la misma resonancia en el caso sirio. Más allá de que se compruebe o no el uso de armas químicas por cualquiera de los bandos en pugna (el gobierno sirio acepta entregar su arsenal químico), se juega el mantenimiento del poder estadounidense en la región, poniendo en riesgo la estabilidad y seguridad mundial.

Hoy la sociedad internacional está más consciente que nunca de la falsedad estadounidense y complicidad de la ONU sobre Irak (donde no hubo armas químicas), Afganistán y Libia (no se probó que Gadafi empleara la aviación para reprimir a manifestantes). En el caso de Egipto, además del ínfimo y parcial flujo informativo de los actuales acontecimientos internos, la junta militar que ostenta el poder, es soslayada por su orientación pro estadounidense y occidental, pero la represión y asesinatos no hacen diferencia con Siria. Si la solución es diplomática como propone Rusia, Estados Unidos quedará mal parado frente al mundo, como el provocador de un posible conflicto global.

La intervención estadounidense en Siria, causaría una ruptura definitiva con Rusia y China. Si no la hay, el periplo de Barack Obama, enfrentará en el futuro a dos gigantes unidos que le disputen el poder mundial. Estados Unidos no cederá un su tentativa de intervenir, aunque tenga que pagar el precio del descrédito mundial y el fortalecimiento de enemigos que mermen su hegemonía.

La guerra es parte nodal de su negocio y de la construcción de sus mitos en la sociedad interna sobre los peligros externos: quienes no están a favor, están en contra.

Para Estados Unidos lo único que cambia es la diferencia en la sacralización de los mitos para imponer su paraíso iluminado de control por la fuerza. Recrear los mitos de maldad en los demás, acompañará siempre la justificación de su agresión en el planeta, extrapolando su realidad interna al mundo, como la única verdad, sin aceptar el derecho a la disensión y arreglo pacífico de diferencias, como legítima aspiración de coexistir mundialmente en paz.