Susana Hernández Espíndola

En completo silencio, para no generar expectativas equivocadas respecto a los temas que iban a tratar, el papa Jorge Mario Bergolio, o Francisco, se reunió esta semana con el Consejo de Cardenales que designó de manera expresa, el 13 de abril, como organismo consultivo permanente, para llevar adelante su proyecto de reformas de la curia del Vaticano y de la propia Iglesia católica, a partir de este mes.

Estas reformas son en el sentido de reavivar y refrescar la relación entre la Iglesia universal y las locales, convertirla en realidad en una institución “pobre, dedicada a los pobres”, renovar las anquilosadas estructuras de gobierno, sanear sus cuestionadas finanzas, y también atender el escabroso tema de la pederastia sacerdotal.

Entre los principales planteamientos reformadores, destacan los de una nueva constitución sobre la organización de la curia; la revisión del papel de los laicos en la Iglesia; el nombramiento de una especie de jefe de gabinete, la reorganización el Sínodo de los obispos, y nuevas orientaciones de la pastoral familiar.

Expertos asesores

La reforma del Papa, el número 266 del catolicismo, se basa en un documento llamado “instrumentum laboris”, que comenzaron a preparar él y el cardenal hondureño Óscar Rodríguez Madariaga, coordinador de este consejo o comisión, a fines de julio pasado, durante su encuentro en la Residencia de Sumaré, en Río de Janeiro, Brasil, en el marco de la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud.

Rodríguez Madariaga, quien aparecía en la nómina de cardenales con mayores posibilidades para suceder a Benedicto XVI, e, incluso, fue el latinoamericano más mencionado para llegar al pontificado a la muerte de Juan Pablo II, se ha destacado por sus habilidades de matizar la tradición con la modernidad y por eso fue designado por Francisco como su brazo derecho para cristalizar estos cambios.

El purpurado hondureño no sólo se desempeñó como secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) y ha realizado grandes campañas en favor de los derechos humanos en Latinoamérica, sino fue, según se sabe de forma extraoficial, el hombre que construyó la candidatura de Bergoglio para contraponerla a la del brasileño Odilio Scherer, quien era considerado el candidato papal del cardenal Tarcisio Bertone y de gran parte de la curia romana.

Junto a este prelado, el grupo encargado de la reforma, conocido mediáticamente como “G-8”, lo conforman sacerdotes de grandes talentos y expertos y conocedores de distintas disciplinas, los cardenales Giuseppe Bertello, presidente del Gobierno del Estado de la Ciudad del Vaticano y ex nuncio apostólico en México; Francisco Javier Errázuriz Ossa, arzobispo emérito de Santiago de Chile; Oswald Gracias, arzobispo de Bombay (India); Reinhard Marx, arzobispo de München und Freising (Alemania); Laurent Monsengwo Pasinya, arzobispo de Kinshasa (República Democrática del Congo); Sean Patrick O’Malley, arzobispo de Boston (Estados Unidos) y George Pell, arzobispo de Sydney (Australia). Con el cargo de secretario participa monseñor Marcello Semeraro, obispo de Albano (sede sufragánea de la Díocesis de Roma).

Al institucionalizar, el lunes pasado, a este grupo, bajo el membrete de “Consejo de Cardenales para Ayudar al Papa en el Gobierno de la Iglesia Universal y Estudiar un Proyecto de Revisión de la Constitución Apostólica Pastor Bonus sobre la Curia Romana”, Francisco llevó a cabo una importante reforma constitucional “de facto”. Por eso explicó que estos colaboradores no son “cortesanos, sino personas sabias y que comparten mis sentimientos. Esto es el comienzo de una Iglesia con una organización no sólo verticalista sino también horizontal”.

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Un Papa diferente

Desde el momento mismo en que fue elegido como jefe de la Iglesia católica, el pasado 13 de marzo, Francisco se ha alejado del perfil egocéntrico de sus antecesores, al grado de que es visto, si no como un revolucionario, sí como un generador de aire fresco. Pero, para hacerle justicia, más bien se está revelando como un verdadero huracán reformador.

Francisco no ha titubeado nunca, por ejemplo, para reconocer sus errores. Así, ha aceptado que en el pasado fue indisciplinado, irreflexivo, imprudente y hasta autoritario, y, si bien, ha indicado que no es la “beata Imelda” (patrona de las niñas de Primera Comunión), tampoco ha aceptado ser de derecha o ultraconservador, como lo han tachado algunos críticos que lo acusan de haber sido cómplice de la dictadura Argentina (1976-1983).

Al Papa le gusta abordar todos los temas, sin rehuir siquiera los que suele llevar la curia a rincones apartados, como el aborto, el matrimonio homosexual y el uso de anticonceptivos.

Cuando regresaba de Río de Janeiro hacia Roma, durante el vuelo dijo a periodistas que “si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, quién soy yo para juzgarla”. También ha definido a los homosexuales como “heridos sociales”.

Aunque ha dejado claro que la puerta del sacerdocio femenino “está cerrada”, al grito de que “en los lugares donde se toman las decisiones importantes es necesario el genio femenino”, el Papa clama que es menester “ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia”.

Hombre modesto

A partir de que como cardenal fue citado al cónclave para elegir al sucesor de Benedicto XVI, Francisco se instaló en la habitación 201 de la residencia de Santa Marta, situada a pocos metros de la basílica de San Pedro, en la que normalmente reside personal que presta servicio en la Santa Sede y que también acoge a cardenales y obispos que visitan el Vaticano.

“No me veía como sacerdote solo, tengo necesidad de comunidad… Yo, sin gente no puedo vivir. Necesito vivir mi vida junto a los demás”, señaló el obispo de Roma con referencia a esa decisión.

Para los actos oficiales, audiencias y encuentros con grupos, obispos o jefes de estado, Francisco seguirá usando el suntuoso segundo piso del Palacio Apostólico, donde, a partir de 1903, a la llegada de Pío X, todos los papas vivieron. Sin embargo, allí no se ha sentado en el opulento sillón de oro en el que descansaba Benedicto XVI, sino en un austero sillón de cuero y madera blancos.

Esa modestia, presuntamente inusual en un argentino, Bergoglio la mostró desde el principio de su estancia en Roma: al salir del Cónclave en que resultó elegido, rechazó el flamante Mercedes negro blindado que le designó la burocracia vaticana y, en cambio, para trasladarse a Santa Marta, se subió a un microbús con los demás cardenales. Al día siguiente comenzó a usar un Volkswagen Phaeton de la Gendarmería, o un Ford Focus, y, en medio del tráfico de la “ciudad eterna”, ha sido visto seguido solamente por un coche en el que se transporta una discreta escolta.

El 14 de julio, el Papa se apersonó en el Garage Noble del Vaticano que aloja diez automóviles puestos a su servicio (tres “papamóviles” cubiertos que utiliza en los viajes, el “papamóvil” blanco descubierto para recorrer la plaza de San Pedro, dos Mercedes negros blindados, un microbús y otros vehículos menores), así como unos 50 transportes de lujo y de gran cilindrada, en general de color negro o azul oscuro, que usan los cardenales, los jefes de los departamentos de la curia romana y los nuncios. El motivo, fue detectar los automotores de los cuales, en un plan de austeridad, se puede prescindir, después de que una semana antes, durante una reunión en el aula Paulo VI del Vaticano con seminaristas, novicios y novicias, se mostró molesto al descubrir que muchos de los presentes arribaron en vehículos caros, lo que lo llevó a decir: “Me hace mal cuando veo un cura o una monja en un automóvil último modelo”.

Francisco igual dejó atrás las estridencias y excentricidades de los anteriores papas y vive de manera más sencilla. Su vestimenta cotidiana es blanca, sin las capas, adornos y otros atuendos y bordados que irradiaban poder y que distinguieron a Joseph Ratzinger, quien calzaba, por ejemplo, unos costosos y chillantes zapatos de cuero rojo, confeccionados especialmente. El anillo papal, ya no es más de oro macizo, como el que usaron los demás pontífices, sino de plata dorada, y su crucifijo es de madera.

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Nuevo equilibrio

Al respecto de los grandes cambios que va a emprender durante su pontificado, Francisco los definió clara y brevemente en su entrevista a la revista La Civiltà Cattolica, publicada el 17 de septiembre pasado, al citar que las reformas que necesita la Iglesia son “las de las actitudes” antes que las “organizativas o estructurales”.

“Tenemos que encontrar un nuevo equilibrio”, dijo, “porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes… La propuesta evangélica debe ser más sencilla, más profunda e irradiante. Sólo de esta propuesta surgen luego las consecuencias morales”.

En lo que se refiere al poder y al servicio de la Iglesia en el mundo, el Papa se manifestó el 1 de octubre, durante una entrevista con el diario La Repubblica, contra el “narcisismo” de algunos jefes de la institución, contra lo cual prometió luchar, principalmente para liberar al clero de una visión Vaticano-céntrica.

Al indicar que “la corte es la lepra del papado”, el obispo de Roma acusó a sus antecesores de haber sido “narcisistas” que se dejaban adular por sus “cortesanos”.

“Esta visión”, sostuvo, “ve y se ocupa de los intereses del Vaticano y descuida el mundo que nos rodea. Yo no comparto este punto de vista y haré lo que pueda para cambiarlo… La Santa Sede tiene su propio papel importante, pero debe estar al servicio de la Iglesia”.

Francisco señaló que el Concilio Vaticano II decidió mirar a un futuro con espíritu moderno y abierto a la cultura moderna, y que los Padres Conciliares “sabían que eso significaba el ecumenismo religioso y el diálogo con los no creyentes. Después se hizo muy poco en esa dirección. Yo tengo la humildad y ambición para quererlo hacer”.

“Las ideas de Francisco”, asegura Miguel Máiquez, editor web en el diario español 20 minutos, “están empezando a conectar con muchos fieles progresistas y cristianos de base, acostumbrados a tener que hacer juegos malabares para poder superar las contradicciones de su iglesia oficial”.

Al señalar que la radicalidad de la pastoral social de la Iglesia que defendían tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI quedaba a menudo encerrada en encíclicas que solo lee una minoría, “la novedad está”, sostiene el periodista, “en que, esta vez, el mensaje llega”.

“Tal vez lo más remarcable sea que este papa, en contraste con la inflexibilidad doctrinal de Benedicto XVI y Juan Pablo II, no cierra puertas a cal y canto (se ha mostrado posibilista, incluso con el celibato) y está dispuesto a escuchar, no sólo a la curia vaticana, sino también a la base. Y también que sus aparentemente espontáneos gestos pueden obedecer a una agenda muy consciente, destinada a renovar desde sus cimientos la anquilosada estructura eclesial”.

El Papa, en este tenor, pretende redimensionar no sólo la curia romana, eliminando o fusionando algunos dicasterios para que no haya duplicidades, sino que la Secretaría de Estado no tenga tanto poder como hasta ahora, creando la figura de un mediador entre él y su gabinete, llamado “moderator curiae”.

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Cuentas claras

En concordancia con esto, Francisco asumió, el 26 de junio, un compromiso con la transparencia al nombrar una comisión de cinco miembros –incluida una mujer laica- para investigar al polémico Instituto para las Obras de Religión (IOR), o Banco del Vaticano, el cual tiene un capital calculado en cuatro mil millones de euros, administra alrededor de 33 mil 400 cuentas, y sobre el que penden, desde hace décadas, sospechas de “lavado de dinero”.

Si bien ya el 15 de junio el Papa había designado a monseñor Battista Mario Salvatore Ricca como prelado del IOR, para que saneara el banco, con acceso a todos los procedimientos y documentos de la institución y en espera de que se descubrieran las operaciones de la llamada “Mafia lavanda”, su reputación quedó seriamente dañada tras de que una investigación de la revista italiana L’Espresso puso al descubierto su escandaloso pasado gay. En cambio, ha sido el trabajo de la comisión, integrada por del cardenal italiano Raffaelle Farina, del francés Jean-Louis Pierre Tauran, del obispo español Juan Ignacio Arrieta Ochoa de Chinchetru, del estadounidense Peter Bryan Wells y la ex embajadora de Estados Unidos ante la Santa Sede, Mary Ann Glendon, el que permitió que este 1 de octubre, por primera vez en 125 años de historia, el IOR rindiera un informe anual.

El titular de la institución, Ernst Von Freyberg, quien es un funcionario heredado por Benedicto XVI, reportó una ganancia de 86.6 millones de euros (116.95 millones de dólares) en 2012, con lo que se cuadruplicó la cifra de 2011. A pesar de esto, aún hay opacidad sobre la investigación ordenada desde 2010 por la fiscalía de Roma, ante una operación sospechosa en la que se podrían haber lavado hasta 23 millones de euros (33 millones de dólares).

Desde 1982, cuando el italiano conocido como “el banquero de Dios”, por sus lazos con el Vaticano, Roberto Calvi, fue hallado ahorcado bajo el puente de Blackfriars de Londres, el Banco del Vaticano ha luchado por sacudirse su reputación de escasa transparencia financiera.

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Castigo a pederastas

Partidario de las acciones inmediatas, Francisco aprobó, desde el 11de julio, una reforma del código penal del Vaticano que endurece las sanciones no sólo contra la corrupción y el “lavado de dinero”, sino también contra los actos de pederastia.

El sistema penal de la Santa Sede se remontaba a 1929, año de la creación del Estado de la Ciudad del Vaticano, de manera que el decreto firmado por el Papa tuvo como objetivo su ajuste a los parámetros internacionales.

Francisco derogó la pena de cadena perpetua y en su lugar instituyó la reclusión por 30 o 35 años, y reconoció crímenes señalados en las convenciones internacionales, como la tortura, el genocidio y la discriminación racial.

Incluyó los diversos delitos contra los niños y adolescentes, como su venta, prostitución, alistamiento y violencia sexual; la pedopornografía, la posesión de material pedopornográfico y los actos sexuales con menores.

También, y por primera vez, Francisco pidió en abril al prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, monseñor Gerhard Muller, que se actúe “con determinación contra los abusos sexuales cometidos por el clero”.

Las nuevas normas entraron en vigor el 1 de septiembre y se aplican a todos los miembros de la curia, así como al personal diplomático y los empleados de organismos y de instituciones vinculadas con la Santa Sede.

De acuerdo a su posición, el Papa aceptó el martes pasado la renuncia del obispo irlandés, William Lee, quien en 2010 reconoció haber encubierto a un sacerdote pederasta, quien tenía tres denuncias de abusos sexuales. El obispo ofreció disculpas por esa actitud, así como por no haber suspendido de inmediato al cura.

El número dos

A partir del próximo 15 de octubre, Francisco contará con el trabajo de otra figura clave para lograr las reformas que necesita la Iglesia católica, que es su nuevo secretario de Estado, Pietro Parolin, el arzobispo italiano que se desempeñaba como nuncio en Venezuela el 31 de agosto, cuando fue designado para el nuevo cargo.

El que sucederá este mes al cuestionado Tarcisio Bertone en el puesto más importante del Vaticano después del de Bergoglio, tiene una gran experiencia diplomática, ya que lideró difíciles negociaciones para la Iglesia con las autoridades de Vietnam, China y Rusia, entre otras. En la propia Venezuela, a pesar de haber mantenido una actitud discreta y prudente, jugó un papel muy importante en el proceso de restauración de las relaciones entre la Iglesia y el gobierno, venidas a menos desde mediados de 2010, cuando el fallecido presidente Hugo Chávez llamó “cavernícolas” a los prelados locales y ordenó la revisión del tratado bilateral que concede a la Iglesia diversos privilegios.

A diferencia de Bertone, quien no pudo impedir las diversas crisis que sacudieron el pontificado de Benedicto XVI y que se conoció más por su gestión desastrosa, marcada por la corrupción y el nepotismo en el gobierno central de la Iglesia católica, Parolin, es totalmente ajeno a los juegos de poder internos en el Vaticano, pero conoce perfectamente cómo funciona la curia, ya que entre 2002 y 2009 fue subsecretario de la Sección para las Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado.

Parolin ya ha adelantado que la renovación de la Iglesia no puede poner en peligro la esencia de esa institución y ha aceptado que tampoco podrá cambiar al punto de adaptarse completamente al mundo”. Igual ha dicho que se siente “muy afín” a la manera en que el papa Francisco entiende la Iglesia y a su ánimo de que pueda volver a tener una presencia significativa en el mundo de hoy.

El trabajo específico que este hombre tendrá a su cargo, será la restauración del peso del Vaticano en el contexto internacional, por lo que será él, y no Francisco, quien deberá pedir la solución a conflictos como los de Egipto o Siria.

También tendrá que reconstruir el carácter colegial del gobierno vaticano.

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Mensaje claro

“El mensaje empieza a estar muy claro”, remata Miguel Máiquez: “El nuevo Papa está mirando con lupa las actividades del Banco del Vaticano, ha aprobado nuevas normas para impedir el blanqueo de dinero, ha nombrado un grupo de ocho cardenales para que le aconsejen en cuestiones financieras (entre ellos, una joven mujer seglar) y revisen la curia, y ha aprobado una reforma del código penal de la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano que contempla, entre otras cosas, la introducción del delito de tortura y una amplia y mayor definición de los delitos contra menores, entre ellos la pornografía infantil y el abuso de menores. También ha afirmado que ‘los sacerdotes tienen que ser pastores con olor a oveja, y no gestores’, asegura que ‘un cristiano no es cristiano si no es revolucionario’ (un respiro para la Teología de la Liberación tras décadas de golpes), reclama la necesidad de ‘ir a la periferia a ayudar a los olvidados’, pide a la Guardia Suiza menos seguridad para tener más relación directa con las personas, y afirma sin pestañear que los corruptos ‘son el Anticristo’”.