Halina Vela
Lo has venido cargando ¡hace tanto! Y todavía no acabas de acostumbrarte a él. Desde que amanece no haces otra cosa que imaginar que lo abandonas, que esta vez sí tendrás el valor, pero conforme las horas transcurren…
La semana pasada estuviste a punto de dejarlo en una calle solitaria, cuando justo en ese momento pasó una patrulla y ya no lo hiciste. En Semana Santa llegaste incluso a la estación de autobuses con el firme propósito de abandonarlo a su suerte. ¡Todo parecía perfecto! Comprarías dos boletos de ida al destino más lejano, y en el instante que estuvieran a punto de partir, bajarías del camión pretextando una emergencia y lo dejarías ahí solo. Sin embargo, los gritos de tu tía Águeda, que en esos momentos llegaba a la ciudad, interrumpieron tus planes. Y ahí estaban, él y tú, otra vez solos, condenados a vivir sin futuro, porque desde el domingo pasado viven dentro de una camisa blanca que vigila y limita todos sus movimientos.
Sí, finalmente te atreviste. El domingo en la mañana —y en medio de la calle— te abalanzaste sobre él con un cuchillo. De pronto, el sonido de tantas sirenas cada vez más cercanas te aturdió, y no entendiste por qué tu cuerpo entero sangraba. A él ni siquiera lo vieron, no saben que se vino contigo, y que ahora será él quien te lleve a todas partes.
No hay esperanza
Tengo hambre. Todo el día tengo hambre. Llevo un agujero en el estómago que se convierte en el centro, traga lo que encuentra a su paso, pero nunca es suficiente. La ausencia se queda atorada en las esquinas de mi cuerpo que sólo la desean vomitar. Mi mano recorre un túnel que nunca ve la luz, salvo cuando él me toca. Su lengua me recorre río abajo hasta volverme electricidad, quedo suspendida en el aire, ajena. Cuando regreso sus manos no están. El agujero crece y amenaza con devorarme. Es como uno de esos antiguos cenotes que esperan el próximo sacrificio. Entonces tropiezo con su nombre, intento asirme a él, pero no hay brazos que me sostengan, sólo las jeringas de siempre y los electrodos y cables en mi cabeza.