Patricia Gutiérrez-Otero

A los periodistas que enfrentan situaciones límite.

Si el caso del niño indígena de San Juan Chamula al que un inspector le hizo tirar su mercancía hizo escándalo; si el de la mujer indígena en Chiapas que no fue aceptada en la clínica y dio a luz en el patio hizo escándalo; más escándalo causa el del jornalero José Sánchez Carrasco que llegó ya al límite último, la agonía y la muerte en el cemento del patio de un hospital en Sonora a la vista de la gente y bajo las cámaras de un periodista. Da miedo mirar el video porque nos acusa; acusa a una sociedad que no quiere sentir ni comprometerse (http://www.sinembargo.mx/25-10-2013/794804). Una sociedad que, anestesiada por tanto dolor, pasa de largo ante el prójimo que agoniza.
José era relativamente joven, 38 años, de grandes ojos café y piel café, labios gruesos y café como la tierra, y no tenía nada, más que su cuerpo que alquilaba para las cosechas miserablemente pagadas, hasta que dejó de servir porque dice que se le quebró la espalda. Ya no tuvo nada, sólo esa dulce mirada de becerro, ese hilo de voz, ese cuerpo biafrano y la insidiosa muerte por desnutrición aguda.
Alguien lo llevó al hospital del IMSS de Guaymas, Sonora. No lo atendieron porque no tenía seguro social ni dinero. El mismo director lo asistió, doctor Alfredo Cervantes Alcázar y dijo: “No se veía enfermo. No tenía dinero. Por eso no lo atendimos”. En el video José descubre unos segundos su hombro esquelético. Alfredo Cervantes Alcázar fue depuesto de su cargo, no se le retiró su licencia médica.
No tenemos la crónica completa de lo que ocurrió durante los cinco días en que José estuvo en el patio del Seguro Social de Guaymas. No sabemos cómo se comportaron los médicos, enfermeras y gente en general que pasó frente a él, tirado bajo un cobertor de cuadros. Desconocemos quién se lo dio y quién le llevó algo de comida que era incapaz de tragar dada su situación en la que urgía ponerle suero con nutrientes.
Agradecemos que un periodista se haya acercado casi al final de su agonía, ¿para sacar una nota o como un prójimo?, y lo haya entrevistado porque así sabemos que José existió y padeció. Sin embargo, no podemos dejar de cuestionarnos sobre la ética —no la deontología— del quehacer periodístico ante estas situaciones límite. ¿El reportero deja de ser un ser humano y se limita a captar y retransmitir un acontecimiento? ¿Se vuelve una especie de máquina totalmente objetiva? ¿Tiene un deber como periodista que lo desvincula de su deber como ser humano? ¿Tiene un deber como periodista que va más allá de sólo pasar la nota para que alguien la publique? ¿Pudo este periodista alertar inmediatamente a los medios locales y nacionales para causar un escándalo que lograra el ingreso de José Sánchez Carrasco al nosocomio? ¿Acaso la objetividad pura en estas situaciones límite no acaba dañando psíquica y espiritualmente al sujeto que es también reportero?
Me duele José y los Josés que hay en México, pero también me duele el médico, las enfermeras, la gente que no podemos tomar en los brazos a José para tratar de darle un poco de suero, para llevarlo a nuestra casa, para meterlo a fuerza a urgencias del hospital, para… Me duele el reportero que llevará con él el rostro de José, su voz y su olor.
Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés Larráinzar, que se detengan las mineras, que se revisen a fondo y dialógicamente las reformas impuestas por el gobierno, que no se entreguen los hidrocarburos en manos privadas.