Sara Rosalía

 

Falleció el historiador Guillermo Tovar de Teresa, investigador del Instituto Nacional de Antropología y quien formaba parte del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México. En las notas que informaban de su muerte, se citaban sus palabras: “ser cronista no es una chamba, es una vocación”. Un antiguo cronista de la ciudad fue Luis González Obregón, autor entre otros libros del insuperable Las calles de México que recupera todas las leyendas que dieron origen a los nombres de las calles. Cuando González Obregón quedó ciego llamó, como su lector, al entonces muy joven Fernando Benítez. Tanto Don Artemio del Valle-Arizpe como el poeta Salvador Novo, fueron cronistas oficiales. Con los años, Carlos Monsiváis, que se consideraba discípulo de Novo y dedicó a Fernando sus primeros libros, se convirtió en el cronista no oficial de la ciudad. Si tuvieron, entre otros, el título de cronistas oficiales José Luis Martínez y Miguel León-Portilla. En un momento se consideró que la ciudad era tan grande que más que un cronista necesitaba un conjunto de cronistas, no recuerdo si uno por delegación. A ese grupo perteneció Guillermo Tovar de Teresa, quien, por cierto, dio su primera conferencia en un homenaje a Fernando Benítez, donde habló del libro de Fernando titulado Los primeros mexicanos. En una reciente entrevista radiofónica, con Humberto Musacchio, Guillermo, hermano de Rafael Tovar, presidente de Conaculta, pintó la raya con su hermano y le dijo a Humberto que él era un intelectual independiente, que no trabajaba para el gobierno. Tovar de Teresa publicó alrededor de 50 libros, recuerdo uno que recuperaba todo lo que la ciudad ha perdido, no, pues, lo que existe, sino lo que falta, asunto difícil, casi como perseguir fantasmas. Al menos tres amigas me han contado que la casa del cronista era un museo, sobre todo de arte colonial.

Centenario de Griselda Álvarez

En el Museo de la Mujer, por invitación de la Federación de Mujeres Universitarias, se realizó un homenaje a Griselda Álvarez por el centenario de su natalicio. El acto fue como debe de ser, se analizó su obra y se leyó una selección de sus poemas. Griselda fue, con Clementina Díaz y de Ovando, ya también fallecida, presidenta vitalicia de la Federación. Como se recordará, Griselda fue la primera mujer gobernadora. Lo fue de Colima, como luego lo fueron Dulce María Sauri, de Yucatán, y Beatriz Paredes, de Tlaxcala. Por cierto, Griselda había nacido en Jalisco, pero como son estados que se confunden entre sí, nadie protestó. En cambio, sí hubo protestas por ser mujer. La estatua de Colimán apareció al día siguiente de la elección con un mandil. La verdad, las mujeres somos especiales, en su autobiografía, titulada Cuesta arriba, Griselda narra que los gobernadores vecinos tenían un ejército a su servicio y que ella todas las noches cenaba un sandwich que le dejaba una empleada doméstica de entrada por salida. Sí tenía guardias que una madrugada de temblor la vieron salir corriendo sólo con un camisón puesto. Como poetisa, Griselda se circunscribía, casi exclusivamente, al soneto y es una verdadera delicia su último libro titulado Sonetos terminales, donde se burla de la tercera edad que ya padecía y en los que muchas nos vemos reflejadas. Merece, creo, una reedición. No debe olvidarse que la promotora del homenaje es Patricia Galeana, gran amiga de Griselda.

Protestas en el INBA

Antes del inicio de la ópera La Boheme, los músicos de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes salieron al escenario y dijeron que actuaban bajo protesta. Las mantas que portaban decían que los grupos de Bellas Artes estaban actuando con unidad y que lo que solicitaban era el cumplimiento de su demanda de equiparación salarial respecto de sus iguales en otras instituciones. El público de Bellas Artes aplaudió. La homologación salarial decían las mantas está pendiente desde 2012.

Monsiváis y el protestantismo

En la cátedra Juan Ruiz de Alarcón, que dirige el director teatral José Luis Ibáñez, en la UNAM, se presentó el libro titulado: Carlos Monsiváis: Cuaderno de Lectura. Lo presentaron, su autor, Leopoldo Cervantes Ortiz, y el prologuista, Adolfo Castañón. El índice es de los más interesante: Una “conciencia imprescindible”; Monsiváis, la teología y la fe; Monsiváis, promotor de la laicidad; el lector de poesía; entre el ensayo y la crítica: los Aires de familia de Carlos Monsiváis; El “testamento protestante” de Carlos Monsiváis; La autobiografía temprana; Treinta años del Nuevo catecismo para indios remisos; Las esencias viajeras, otro libro póstumo; La biblioteca personal.

El sólo índice habla de un conocimiento exhaustivo de la obra de Monsiváis y en un  tema que fue fundamental para el ensayista. Aunque hay otros libros sobre su obra, principalmente de estudiosos norteamericanos, éste parece que da en el clavo. Monsiváis era un lector voraz de poesía, y la Biblia, en la traducción de Cipriano de Valera y Casiodoro de Reina, era su influencia principal. Ahí en las intervenciones del público, Leopoldo Cervantes Ortiz y Rubén Sánchez Monsiváis advirtieron que Carlos leía esa traducción y una edición determinada. ¿dijeron la anterior a 1960? Por ahí estaban, entre otros amigos, Marta Lamas y Raquel Serur. Beatriz Sánchez Monsiváis, su prima, también formaba parte del público. Se discutió igualmente que se preparó un libro para su difusión en España y de la dificultad de traducirlo a otros idiomas, como, por ejemplo, su prólogo a La estatua de sal de Salvador Novo.