Magdalena Galindo

 

La muerte de Guillermina Bravo es el fin de una etapa histórica. No es que no existan bailarines y coreógrafos excelentes después de ella, lo que sucede es que con ella se cierra una época de esplendor de la danza moderna mexicana. El Ballet Nacional, que ella creara y organizara, es, creo, el de mayor renombre. Fue discípula, como todas las grandes de la danza, de Waldeen. (quien esto escribe todavía tomó clases, con Emily Gamboa, en el legendario espacio, ahí por el cine Chapultepec, en el estudio de la célebre maestra). Fiel a Waldeen, Guillermina Bravo trató de impulsar un arte mexicano y comprometido socialmente. Se preocupó, no sólo de la creación artística, sino de mejorar la vida profesional de los dedicados a la danza.

En sus respectivas remembranzas de Guillermina Bravo, Raquel Tibol y Alberto Dallal, mencionan tres coreografías de ella, y las tres tuve el privilegio de verlas y las recuerdo: Tlalocan o El paraíso de los ahogados, El demagogo y Braceros. Dallal añade dos más dedicadas al movimiento estudiantil-popular de 1968; Los magos y Apuntes para una marcha fúnebre que, precisamente por estar comprometida con el 68, ya no vi. Como puede observarse por los temas, la Bravo iba siguiendo el acontecer histórico del país, Tlalocan recupera la tradición prehispánica, pues es una incursión en el inframundo de Tlaloc, dios de la lluvia, deidad agrícola, que con Huitzilopochtli, dios de la guerra, señorean en el Templo Mayor. Braceros se refiere a quienes iban a trabajar a los Estados Unidos, principalmente en los campos algodoneros, y su nombre proviene de que alquilaban sus brazos. Lo de Demagogo no necesita mayor explicación, Marx sostiene que todos los gobiernos del mundo justifican la explotación por medio de la ideología y ese prometer y no cumplir o decir que se van obtener determinadas ventajas cuando sucede todo lo contrario, es el reino de la demagogia, pero además por esos años, era la crítica principal que se hacía al gobierno. Recuerdo que en Braceros, un bailarín (¿Raúl Flores Canelo?) caía hacia el centro del escenario y en la función a la que asistí se lastimó los ligamentos de la rodilla. El inframundo se representaba en líneas de bailarines para dar la impresión de profundidad del mundo subterráneo y sagrado.

El músico Mario Kuri Aldana, esposo de una bailarina, Josefina Lavalle, también discípula de Waldeen, decía que la música nacionalista mexicana, lo era de tres modos distintos: o recuperaba el pasado prehispánico, como la Sinfonía India, de Carlos Chávez; o retomaba la cultura campesina, como Manuel M. Ponce o era popular al modo de Silvestre Revueltas (Recuérdese que Revueltas asegura que la primera música que escuchó y lo decidió para siempre fue una vez que su padre lo llevó a escuchar a una orquesta en el kiosco de su pueblo). Azarosa y curiosamente, las tres obras memorables de Guillermina Bravo evocadas por los críticos, lo son al pie de la letra: Prehispánica, Tlalocan; campesina, Braceros y popular, El demagogo.

Era, como el arte comprometido socialmente lo es, de vanguardia. La música de Tlalocan, de Carlos Jiménez Mabarack era magnetofónica: la de Braceros, de Rafael Elizondo, y la del Demagogo, de Bela Bartok. Cuando Waldeen llega a México, alumna a su vez de Martha Graham, considera que los mexicanos tienen una forma de caminar diferente y captar ese modo del mexicano es su meta. De ahí que Guillermina Bravo asegure que su danza aprende de los indígenas y como su maestra pretende, porque México lo es, una danza mestiza. Aunque Waldeen nunca se afilió al Partido Comunista compartía las ideas políticas de su compañero sentimental, el director teatral Seki Sano. Los postulados de la Bravo van a ser abiertamente socialistas. De este modo, se une a los artistas que han sido reconocidos en el mundo, como Diego Rivera, Frida Kahlo y Siqueiros, como los hermanos Revueltas: Silvestre, Fermín, José y Rosaura. A la etapa de oro del cine nacional con Gabriel Figueroa y Emilio Fernández a la cabeza, inspirándose en el Taller de Gráfica Popular, especialmente en Leopoldo Méndez.

Sólo es explicable por la lucha ideológica, que en México se combata la etapa nacionalista del arte mexicano, donde caben precisamente el muralismo, la escuela mexicana de pintura o la época de oro del cine nacional o la música nacionalista de Revueltas, Chávez, Blas Galindo o Candelario Huizar. Es incomprensible, porque si como país somos ya tercer mundo o país emergente y a ratos hasta país maquilador, en arte somos primer mundo.

Guillermina Bravo, con su voz ronca y el cigarro a la mano, siempre estuvo convencida, como lo prueban ella y Juan Rulfo, que para ser universal hay que ser profundamente nacional.